Un paseo por las nubes (del pasado)

«Sieeentoooo que ya llegó la hoooraaaaa y que en cualquier momeeentooooo….», algunos os acordáis, ¿verdad? Aunque sea vagamente. A lo mejor la letra menos, porque ya estábamos en la era de las letras masticadas junto al chicle, pero la música sale sola. Iré directo al final: Los Módulos. O más bien, según pone en bastantes de las carpetas de sus singles, Módulos, sin artículo. Lo que pasa es que entonces (y bastante hoy, pero algo menos) se ponía el artículo para facilitar la frase, como en los Beatles. Poco después, algún entrenador de fútbol más o menos yugoslavo acostumbraría nuestros oídos a las oraciones largas sin artículo alguno: balón corrió campo y rivales cogieron y (por acabar de algún modo) escucharon Módulos.

Sí, señor: los Módulos, Todo tiene su fin. Se ve en la foto de ese single: ellos, y tantos como ellos en ese año 1969, intentando ser originales, diferentes y, sobre todo, malotes al límite de lo que la época permitía: una cara de ser «el travieso del colegio» que echa para atrás, y, eso sí, un abrigo de pieles que, a pesar de los años pasados por la foto, parece nada menos que de martas. No sé si estos Módulos fueron de los que ganaron como para comprarse martas, o si era una cosa del vestuario de Hispavox, pero desde luego tuvieron su éxito, y salieron mucho en la tele (que era casi casi el calibre definitivo para eso del éxito), y se oyeron mucho en la radio, y después de un tiempo… ¡puf! Ya no estaban.

Hemos estado visitando colecciones de arqueología del pop español. Es sorprendente la vigencia de algunos personajes desde aquellos años sesenta hasta hoy mismo, por lo menos en el conocimiento de las gentes, aunque ya no ejerzan o no ejerzan demasiado: desde luego Julio Iglesias, Karina, que tiene superéxitos justo en aquellos años (iba para actriz, pero era la única que sabía cantar de Los chicos del Preu, y no sé si queriéndolo ella o más bien sus agentes decidieron llevarla por la música, y no le fue en absoluto mal) y hoy sigue apareciendo, abuelita pero graciosa y enérgica, en varios programas de televisión; y están por ahí los discos de Mocedades y de los sedicentes Sergio y Estíbaliz, quizá no de peor calidad que sus hermanos mayores… Algunos han caído víctimas de la edad, de las cosas de la vida o del covid, pero muchos, muchos otros están a mano cuando alguien les pide una entrevista o un recuerdo. Es impresionante que estemos hablando de personas que hicieron carrera en los años sesenta y hoy, sesenta años después, sigan lúcidos y hasta peleones en algunos casos.

Pero la palma, por todos los conceptos, se la lleva el Único, naturalmente: Raphael. No sólo es de los primeros, sino que hoy mismo, en 2022, tiene por delante varias giras y bolos especiales por todas partes. Y eso con las burradas médicas que ha padecido, que a cualquiera le hubieran dejado para tomar sopita en su mesa camilla. Un fenómeno del que ahora no vamos a hablar, pero del que forzosamente hablaremos en muchas ocasiones.

Pero ahora nos ha impresionado precisamente lo contrario. ¿Qué se fizo de…? Estas colecciones muestran esos personajes de naturaleza incomprensiblemente vencedora, pero también, o quizá sobre todo, muestran que nuestras vidas (artísticas) son los ríos que van a dar a… no se sabe dónde. Están ahí, en discos iguales a los de Raphael o los de Karina. La misma calidad de producción, el mismo nivel de todo, de tratamiento por parte de la discográfica, con sus fotos, sus advertencias de protección, su diseño, su presentación… Pero ¿adónde fueron, que se hizo de ellos, dónde están?

Casi olvidados, u olvidados del todo: ¿ellos también se habrán olvidado?

Aquel pop español puede que fuera, de los occidentales, el más trabajado o trabajoso, el más arriesgado; el más tropezado y entorpecido por las autoridades quizá más idiotas «de los países de nuestro entorno». En todas partes había censura, claro (no era sólo una cosa española, como algunos ignorantes proclaman), pero es que la censura española era especialmente, cómo decirlo, idiota quizá es la palabra, que ya hemos utilizado, o a lo mejor simplemente estúpida. Hasta en Francia «protegían al Estado» los comités de pomposo nombre que prohibieron la exhibición de la película Senderos de gloria, de Kubrick, porque, ya se sabe, no dejaba demasiado bien parado al ejército francés. En realidad, un escándalo de prohibición de los que los zopencos estarían en un tris de decir eso de «estas cosas sólo pasan en España». Bueno, y poco después La naranja mecánica en Inglaterra y en muchos otros países… Y muchos más ejemplos que podríamos poner, quizá hoy en día ya fáciles de localizar en cualquier pequeña página web dedicada a ese tema. Pero es que en España a esa censura de tono, digamos, «general» o «hereditario», se unía, incluso imponiéndose, la religiosa o más bien eclesiástica, sotanera, morbosa, arrogante de moral verdadera y verdad salvífica. Desde aquellos chales que caían sobre las cantantes en la tele como lluvia divina, hasta tachar con una artesanía virguera pero bochornosa, superponiendo las letras de mayor cuerpo del título del disco, cierto verso de la letra de Cecilia, la canción de Simon & Garfunkel en la carpeta de su famosísimo disco Puente sobre aguas turbulentas, ese que dice «making love in the afternoon with Cecilia up in my bedroom». Sí, comprobadlo los que no lo vivisteis. Es difícil de creer, pero es cierto. Quizá se pueda calcular cuántas almas salvó el tarado imbécil que ordenó esa tachadura. O quizá no.

Pero el caso es que, contra todo ese viento, y contra algunos otros, el pop español de los sesenta quiso salir adelante, un poco tirándose de sus propios pelos para sacarse de las marismas de la copla, la tonadilla y las variedades aflamencadas que parecían ser la única alternativa a Rachmaninoff. Y luego vienen las historias de los productores-estafadores (no todos, cuidado), de los abusadores, de los «alzadores de bienes» y todo eso: pues claro. Con una industria en eclosión como esa, no hubo forma de evitar que se metieran los de siempre, los que estafan en mascarillas contra el covid, los que venden pisos que nunca se fabricarán, los que te tienen trabajando seis meses vendiendo libros y al final no te pagan.

Pero hemos tenido en nuestras manos los singles de gentes que lo intentaron, y algunos incluso llegaron bastante lejos, pero eso es lo que nos estamos preguntando hoy: no exactamente cómo se apagaron tan de golpe, que en muchos casos es conocido, sino qué son hoy esas vidas, las que han tocado lo que para ellos, entonces, era la gloria definitiva y de pronto se les escapó por entre los dedos.

Tenemos a la vista el single de RCA VICTOR de Palito Ortega Tengo el corazón contento. Ya no está Palito Ortega, que fue famosísimo. Tienen los de cierta edad la impresión de que no había programa magazín de noche de sábado que no metiera a Palito Ortega a cantar este corazón o alguna otra. Nos viene a la memoria alguna información de hace diez o doce años (serán más, probablemente) de problemas con la ley en Perú o en Colombia, y quizá su muerte en prisión. ¡No queremos difamar a nadie! Lo que sí queremos es escribir esto de memoria, porque es de lo que tratamos, y no consultar base de datos alguna. Y si no fue ese el destino de Palito Ortega, hiperfamoso de los primeros setenta, lo asociamos a ello por algún motivo. Pero este llegó hasta los periódicos, como decimos, de 2010 o por ahí.

Dicen que en los estudios hacía frío; pero ¿tanto? Un malote con martas no es una cosa muy clara.

Los que de ninguna manera llegaron son los componentes de un grupo llamado Los Tamara, nada menos que siete. Tenemos un disco de Zafiro, muy mal editado: el mismo vinilo tiene una rebaba continua en el borde que corta la piel; y la carpeta no llega ni a cartulina, y es una foto en blanco y negro, mala, y un triangulito rojo con los dos títulos: Zorba el griego y El mundo, nada menos. ¿Dónde están Los Tamara? ¿Quiénes eran? ¿Siguieron en el negocio? Qué alegría debió de ser para ellos publicar este disco, o quizá un LP del que este salió; y esa alegría, ¿adónde fue? ¿Quién la robó?

Hay en esta colección varios singles de aquel otro grupo, que da la impresión de haber sido reciclado y reencarnado en posteriores de nombres próximos: La Compañía. Es visible cierta incongruencia entre los chicos, que aparentan cierto comienzo de ferocidad con sus bigotes y hasta sus perillas, y jerseis de cuello vuelto, y las chicas, peinadas y vestidas según la (horrible) moda del momento, pero muy en el nicho de jóvenes mujeres de clase media decente, que no te vayas a creer que por cantar se dan a desenfreno alguno. Suponemos que cosas del marketing de CBS, que los editaba. Palabras mayores: la CBS. Incluso es estéreo, una técnica que no muchos tenían en sus casas para la reproducción musical por aquel entonces. ¿Dónde están los de La Compañía? ¿Fueron ellos o algunos de ellos los que luego han recorrido escenarios con sucesivos grupos de aire más o menos (como se decía entonces) camp (hoy viejuno, o incluso vintage) y polifonías chico-chica cómodas y suaves?

Lo de Voces Amigas, que también tenemos por aquí, es otro tono que ya entonces, pero en retrospectiva también, dan más la impresión de ser algo así como criptorreligiosos. Casi seguro que nos equivocamos, desde luego, pero decimos las cosas como las olemos.

Y luego están esos solistas: Juan Sebastián, más tardío, de 1979, chico en mono naranja un poco estilo La casa de papel y pelazo de surfero de entonces, que por si no queda claro dedica la cara B de su single a un tema titulado Yo, yo, yo. ¿Alguien sabe qué fue de las ilusiones artísticas de Juan Sebastián (perdón Sebastian, sin tilde). O Braulio, seguro que lo recordáis: sus rizos cubriendo las orejas, su sonrisa ancha de sheriff. ¿También a este le fue mal, como a Palito Ortega?

Da la impresión de que el mundo artístico es una especie de escenario permanente de pruebas, una picadora de postulantes, un único metro cuadrado iluminado en todo el escenario, con un micrófono en el que  muchos pueden probar; y algunos se quedan unos minutos y siguen probando, pero pronto casi todos salen por el patio de butacas y no vuelven, y sólo unos pocos son llamados entre bambalinas para empezar una carrera duradera. Que la mayoría han llegado ahí dispuestos a no hacer otra cosa, y muchos con buena preparación, y otros sólo con su ambición y su engaño, pero que al final todos acaban más o menos igual que los demás que no tuvieron que sacrificar nada para llegar a ese metro cuadrado: con su tienda de repuestos del automóvil, empleados en un estudio de ingeniería, de profesores de secundaria, o llevando el bar de sus padres.

Menos Raphael, claro.