Antivacunas, idiotas y culpables

Antivacunas, idiotas y culpables

Paca Maroto

No solemos separarnos de las mejores alegrías de la ciencia, que intentamos transmitir por estas páginas; pero en ocasiones las alegrías van junto a las penas, como todos sabemos. Y en el presente tenemos ocasión de vivir esto con una intensidad no muy frecuente. Por supuesto, hablamos del COVID.

Y a lo mejor habría que decirlo sin florituras ni paños calientes: los que no se han puesto las vacunas deberían ser obligados a ponérselas. Y si aun así persisten en su actitud, ser penalizados del mismo modo que lo fueron, por ejemplo, los mercaderes del aceite de colza, o los fulanos aquellos de la religión japonesa que se lió a esparcir no recuerdo si tabún o fosgeno o gas parecido  por el metro de Tokio. ¿Acaso vamos a tener que ilustrar ahora esa cosa penal que se llama, más o menos, «delito contra la salud pública»?

Es cierto que esos dos mundos, el de la ciencia y el de la salud pública parecen a menudo tan lejanos que se diría que no tienen nada que ver, cuando en realidad tendrían que ser tan inseparables como los siameses que nacen compartiendo el hígado. Pero ya sabemos que las cosas de la ciencia, en la política, son como las cosas de la maquinaria de la minería en una mesa de póker de un casino catalán.

Así que sexta ola. Mira qué bien. Que levante la mano aquel de los presentes que no sabía, al ir bajando la quinta ola, lo que había que hacer para que la sexta no viniera, o no cundiera, o no creciera. Me parece que hasta mis sobrinos de la ESO, los pobrecillos, sabían y saben perfectamente qué hay que hacer para acabar de una vez con la epidemia. Y hasta te sueltan conferencias sobre las diferencias y los caminos entre pandemia y endemia, y que una cosa es una epidemia de gripe a lo bestia y otra la gripe estacional puñetera, pero poco más que puñetera, que ya se ha instalado en la humanidad… y que mire usted a ver si después de 50 años de vacunas lo mismo la dejamos tan atrás como hemos dejado, por ejemplo, la polio. Eso, los chavales (es verdad que bien enseñados, algo excepcional) de la ESO. ¿Por qué no lo saben, o dicen no saberlo, o juegan a no saberlo, tantos adultos con hijos y hasta con nietos, tantos profesionales con estudios medios o incluso superiores, ciudadanos ya viajados y con experiencias? ¿Por qué de pronto se han puesto tan rebeldones, tan listillos? ¿Tan peligrosos?

Algunos opinantes opinan que por defender sus derechos personales.

Eso es una mamarrachada similar a afirmar que a los de la colza no habría que haberlos castigado porque vendieron sus venenos haciendo uso de sus derechos de vender lo que quieran. Con esto volvemos a lo de siempre, lo que cada día, desde hace pocas décadas, ensucia, enturbia y entorpece todo: la peleíta idiota de patio de colegio presentada como serio debate entre entendidos. ¿Es que nadie comprende la noción de jerarquía de derechos? Seguro que muchos más de lo que parece; pero no van a dejar pasar la oportunidad de ganar aplausitos memos de esos sectores del público que no entienden de contextos y sólo perciben el último eructo de un orador. Aunque sean de esa baja calidad, lo de los aplausitos es muy deseado y ha jugado mucho, mucho más de lo que hoy en día parece, en la mala marcha de las cosas de la epidemia.

Hemos consultado con cercanos de ese mundo (el de la ciencia, no el de los aplausitos), por si es que nos hubiera dado un flus de algún tipo, no sé, que nos hubiéramos vuelto daltónicas de golpe sin notarlo, o que quizá fuéramos marcianas desde siempre y nunca lo habíamos sabido. Queremos ser honestas con eso. Y de ahí tanta consulta (que ha sido mucha). Y parece que no, que no es cosa nuestra, ni mía de Paca: está todo el mundo de acuerdo en que la sexta ola se podría haber evitado, e incluso la mayoría cree que la llamada quinta ola también. 

Salimos ahora de unas navidades en la que no ha vuelto a ser todo tan normal como pensábamos que podría ser, después de las de hace un año tan mermadas. Y además, tenemos que decirlo, lo que nos hemos encontrado entre los profesionales de la ciencia ha sido algo que sólo merece la palabra rabia.

Los lectores conocen que en filosofianoradical no hemos querido tratar demasiado la cosa pandémica, porque ya lo hacían los demás; tampoco íbamos a ignorarla, como en público ignoran el sexo los puritanos. Alguna cosilla hemos dicho o lamentado, aquí o allá. Pero ahora ya no vemos modo de evitarla, principalmente porque podríamos haber acabado ya con ella. Que se quedara, sí, de acuerdo, como esa gripe endémica o los resfriados, pero con un control que de hecho ya prácticamente se tiene sobre el covid similar al que se tiene sobre la gripe, de la que la tasa de mortandad es mínima y muy señalada. Y es imposible evitar la irritación por las nuevas encerronas, la prolongación de las mascarillas, y no digamos por los nuevos contagiados que podrían no haberlo sido, y sólo mencionaremos con un minuto de silencio a los muertos que podrían estar ahora mismo entre nosotros disfrutando de la vida si no fuera por esos antivacunas.

La ciencia está para algo: no para proporcionar modelos idiotas de desmelenados científicos a los guionistas de telecomedias, o personajes odiables por los rebaños supersticiosos de idiotas sin causa.

Los antivacunas, con teoría o sin ella, con ideología o sólo con sus «derechos individuales» por bandera, son directamente responsables de esos nuevos enfermos y de esas nuevas muertes, que cualquiera con dos gotas de conocimiento científico sabe con toda seguridad cómo se podrían haber evitado.

Tendrán para siempre nuestro aborrecimiento.

Pero los que siguen con tortícolis y con el manguito rotador jodido a base de mirar por microscopios, estrujándose las meninges para dar con la llave bioquímica del virus, casi ignorados por todos y desde luego por los medios de comunicación, sin aplausos en las terrazas y sin quejas ni huelgas, esos, nos obligarán a recordar para siempre que el año 2020 fue el suyo, y tendrán para siempre nuestro abrazo.