CSI, «La científica» y todo eso: hay que celebrarlo más

Paca Maroto

La ciencia aplicada a la ley y al orden público: nunca nos felicitaremos lo suficiente del progreso que ha habido en estas últimas décadas al respecto. Y no hubo antes ese progreso no porque a nadie se le ocurriera, que se nos ocurría a casi todos, sino porque la alternativa era (y es, cuidado) muy golosona para según qué personajes.

Cuando lo único que esperabas de las actuaciones policiales era brutalidad y arbitrariedad, lo único que había al otro lado, por lo menos de tus súplicas, era ciencia. Si los que investigaban si ese detenido había participado o no en el atraco a esa joyería hubieran sido unas personas de mejor calidad, y sus jefes no digamos, y no hubieran estado todos adiestrados en el desprecio al intelecto y a la ciencia, a lo mejor ese tío no arrastraría hasta hoy, cuarenta o cincuenta años después, las secuelas en forma de sordera y artrosis de cadera y de hombro que le quedaron tras trece días recibiendo golpes con guías telefónica, y de vez en cuando en forma de patadas y tortazos, estos casi todos en cabeza y orejas. Y eso, simplemente, porque los agentes y los mandos de los agentes no querían saber nada de la vida ni mucho menos de su supuesta profesión y sólo les interesaba parecer más machotes ante los compañeros, menos escrupulosos o maricones, y más decididos a llevar a su brigada al éxito en la resolución de ese caso.

Todos echábamos en falta, que quede claro, no cosas que traería el futuro, sino cosas que ya existían entonces, pero de las que nadie en esos ámbitos parecía querer saber nada. Bueno, desde luego no querían saber nada de ciencia, pero es que no querían saber nada de nada; pero lo que nos importa es la ciencia: analicen mi sangre y verán que no coincide con la que alguien derramó en ese robo o en esa agresión. Pero no había manera. Ni siquiera querían atender a realidades, aunque científicas, quizá más comprensibles para ellos, como el hecho probado de que las confesiones sacadas por tortura eran falsas en un porcentaje superior al 90, de modo que esos supuestos casos resueltos no eran tales, como hoy todavía se está demostrando, poco a poco, con excarcelaciones de personas que llevan en ocasiones décadas injustamente encerradas.

Y luego vino el cambio. La verdad es que, como suele pasar con las cosas importantes, nos pilló mirando para otro lado. Y cuando volvimos la mirada, zas, ya había sucedido. Así que casi nos da hasta pena que no podamos fijar una fecha para celebrarlo todos los años: esa en la que la ciencia entró definitivamente a colaborar con el cumplimiento de la ley y el mantenimiento del orden público y las libertades. Mira que se celebran bobadas al cabo del año, y fíjate si esto merecería un buen día de fiesta con banquetes y música. De pronto las fuerzas del orden eran «frías»: le detenemos a usted por vulneración de los artículos tal y tal del código penal, y vamos a tomarle declaración para ponerle a disposición del juez… y así. Y oye, que una no es tonta, y que sabe que hay delincuentes violentos y muy brutos, y que tampoco pedimos que los que nos defienden de ellos sean unos cursis retórico-artísiticos, que sabemos que algunos se revuelven y hacen daño, y hay que aplicarse con fuerza y hasta con artes marciales. Pero la mayoría (o casi todos) no: suficiente marrón es que te estén deteniendo delante de tus jefes y tu familia y tus vecinos por meter la mano en la caja del bar donde trabajas; y la gente en general cae en una especie de depre reactiva desde la que todo lo que quiere es reconocer lo que ha hecho, que le condenen a lo que tengan que condenarle, y cumplirlo, y volver a empezar. Y eso, de pronto, la policía lo supo. Y además lo supo (mucho nos tememos que muchos policías ya lo sabían antaño, pero no se les dejaba aplicarlo), entre otras cosas, porque tenía respeto a su profesión hasta el punto de pensar cosas para ella como «¿Y si comparamos su voz en esa grabación con las que recibió el amenazado, y usamos ese oscilógrafo?» Eso no iba a dejar dudas, como no las deja hoy, de si se trata de la misma voz o no. Pero… ¡un oscilógrafo! ¿Y qué va a ser lo siguiente que se le ocurra, Martínez? ¿Les damos de besitos a los cabrones estos? ¿Les damos la comunión? Porque si se trata de dar hostias…

Pero es que un día sucedió.

¿Cómo se dejó atrás toda esa mierda? Bueno, vale, seguro que soy peliculera de más, y la cosa fue paso a paso. Hubiera sido bonito que existiera un decreto que los historiadores pudieran consultar: A partir de hoy a las 0 horas, las fuerzas del orden abandonarán toda conducta brutal y arbitraria y tendrán como directriz en su trabajo, en sus investigaciones y en sus pesquisas un comportamiento ajustado a la inteligencia y a la cultura científica de nuestra sociedad. Ya: mucha película. Pero si lo miras desde cierta edad, la cosa resultó casi así. Cuando esas cosas eran del modo anterior, y la más mínima «retención» por el más nimio motivo sabías que te iba a costar como mínimo una sesión de golpes y escupitajos y los peores insultos, parecía que nunca encontraríamos el modo de conseguir que eso dejara de ser así. Con toda seguridad, fueron aquellas fuerzas del orden, de las que ni el más mentiroso podrá decir que las de hoy son sus herederas, las que más «revolucionarios» crearon, porque era lo único que dejaban pensar: que sólo mediante una revolución así de gorda eso se podría cambiar. Pero no hizo falta esa revolución. ¿Qué fue? ¿Nada más que los intereses personales de algunos funcionarios, aficionados a la ciencia aparte de a su profesión, que fueron imponiendo con inteligencia el abandono de los viejos modos? Porque eso tuvo que venir desde dentro: todos conocimos un montón de llamamientos de estas o aquellas autoridades políticas de este o aquel nivel a que se respetaran los derechos de los detenidos (y, ya puestos, de los ciudadanos en general); pero eso daba igual.

Pero la ciencia se impuso. Desde las observaciones y los análisis físico-químicos más evidentes de las circunstancias del delito hasta los trabajos más sofisticados de biología y bioquímica, todo ahora resulta parte «normal» del trabajo de investigación policial. Los resultados son, sin comparación posible, más certeros y más rápidos; y nadie pierde el tiempo, ni policías que se equivocan, ni ciudadanos inocentes, en sacar o defenderse de acusaciones erróneas.

Quizá inspiró a más de uno; pero también puede que perjudicara el progreso de la que se podría llamar «ciencia policial», la existencia, hoy más que centenaria, de esas pocas novelitas publicadas por un inglés raro sobre un detective extravagante que resolvía casos irresolubles con la ayuda de un amigo médico.

O sea que no era tan novedosa la idea.

Pero hoy sólo tenemos festejos y celebraciones. Y hoy no cuesta respetar a las fuerzas del orden.