El derecho a la ciencia, también en el Gobierno

El derecho a la ciencia, también en el Gobierno

Paca Maroto

 

La verdad es que ni nos va ni nos viene nada de lo relacionado con la Casa Real, desde sus líos y sus broncas hasta sus modas y sus peinados. Nos importa bastante menos que un pimiento.

Pero sí nos importa, naturalmente, que se trata de la Casa Real española que, en definitiva, de momento va a designar a uno de entre los suyos como Jefe de Estado. Y aunque reine pero no gobierne, y todas esas cosas, si tenemos que admitir lo que sus partidarios dicen, su valor simbólico o ejemplar o cosa parecida sí que nos importa, porque da a entender a muchos lo que se debe hacer.

Así que nos ha resultado especialmente bochornoso que el pasado 17 julio, como quien dice ayer por la tarde, la periodista Consuelo Font, de El Mundo, reseñara tal como lo hizo el plan de futuro que esta Casa Real «nuestra» tiene diseñado para la joven heredera Leonor, que a estas alturas estará ya disfrutando de su primer trimestre en el colegio de Gales para jóvenes de todo el mundo o más o menos. Allá los diseñadores de la Casa Real, allá los reyes y allá todo el mundo con ese plan. La redactora (¿o no era ella? ¿Transcribía sin más una nota de prensa?) añadía que, después de dos años en ese colegio galés «lo más seguro es que [Leonor] se forme en los tres Ejércitos y después empiece la universidad».

Pues bueno. Pues muy bien.

La universidad: «Al igual que lo hizo su padre, deberá formarse en estudios superiores en un centro público», prosigue la periodista.

Pues bueno. Pero aparece de pronto ese que siempre aparece y nunca tendría que aparecer:

«A pesar de que le gusta (sic) la Astronomía y las asignaturas de ciencias, su futuro papel como Reina exige que su carrera sea de letras, algo relacionado con el Derecho o las Relaciones Internacionales, que le aporte conocimientos para ejercer como Jefa de Estado».

¿Hemos leído bien?

Aparte de la muy dudosa cualidad de esas carreras como «de letras», pero esto nos da lo mismo, ¿de verdad alguien en la Casa Real, en el Gobierno, o la redactora Font misma, o vaya usted a saber quién ha redactado esta cosa, cree que con una carrera de ciencias NO se puede ser Jefe de Estado y con una carrera «de letras» sí se puede? ¿Habrá que hacer ahora relación de los políticos, y entre ellos algunos de los mejores tanto españoles como de otros países, cuya formación principal y primera es o era científica, y lo demás, «esas cosas de letras», las adquirió como complemento posterior? (No recordaremos a ZP y a su ministro Sevilla y la famosa «eso te lo enseño yo en dos tardes»).

¿Habrá que recordar quiénes trajeron el desarrollo industrial y económico y sacaron a España del hambre? No fueron precisamente abogados.

¿Habrá que recordar quién dirigió la diplomacia española durante unos cuantos brillantes años, y acabó de secretario general de la OTAN? Tampoco era ni fue nunca abogado. ¿Alguien sabe (sí, de nuestros lectores, todos) qué estudió y cuál es la profesión de Angela Merkel?

En cualquier caso: que está muy bien estudiar, Derecho, hombre, Hala, a estudiar Derecho todos. Una carrera muy digna y muy necesaria, naturalmente. Como cualquier otra (o casi cualquier otra). Pero ¿de dónde viene ese automatismo de suponer que una formación de ciencias no vale para el gobierno? ¿No se le ha ocurrido a nadie que las tradicionales quejas de los cortos presupuestos españoles para ciencia e investigación tienen que ver con ese no menos tradicional «decía no sé qué de neutrones y no sé qué cuentos chinos» que cualquier concejal-alcalde-presidente autonómico-subsecretario-ministro-presidente de Gobierno pronuncia antes o después cuando le vienen gentes del CSIC o de universidades a limosnear un par de euros más, por favor, para poder comprar el tornillo que le falta al acelerador de neutrones?

Las actividades de gobierno, especialmente las de ministerios, han estado durante muchos años algo así como secuestradas por esas gentes del Derecho (más algunos médicos) que han sabido muchas veces poner muy bien las comas bajo las subordinadas y los puntos sobre las íes, pero que, es público y notorio, rara vez han entendido ni mucho ni poco la necesidad de comprar otra partida de varias decenas de miles de placas de Petri para el instituto Cajal.

En el instituto Cajal hacen sus cultivos con una bochornosa frecuencia en vasitos de cristal que antes han sido envases de yogur.

Y es posible pensar que con ministros o presidentes que tuvieran algún conocimiento científico, no digo ya que en un nivel de doctor, pero sí con cierta altura y experiencia, eso del yogur no hubiera llegado a pasar.

– ¿Petri? ¿Petri? ¿Qué coño me venían pidiendo estos de no sé qué de…? Oye, subse, ¿eso de Petri no está en Cádiz, que tiene un golf muy guay o algo, Nova Petri, Super Petri, no, ya lo tengo, Sancti Petri? ¿Era eso? ¿Pues no me estaban pidiendo para irse a jugar al golf y ponerse ciegos de marisco estos jetas?

Y no sabemos lo que pinta en esto la monarquía, sabia o ignorante de ciencias. Pero si no pinta nada, ¿qué hace ahí? Y si pinta, ¿por qué suponer que la ciencia le sobra?