01 Mar Geoingeniería solar: se abre la sesión.
Paca Maroto
Empiezan a llegar, como era de prever, iniciativas y propuestas en tropel para actuar frente a o en contra del cambio climático. Y nos referimos a esa parte de las iniciativas que no son las «negativas» o las de «pecar por omisión», sino a las otras, mucho menos conocidas, me parece, por el público.
Entre las principales, destaca quizá como la número uno una acción propuesta desde supuestos y con escalas de lo que se llama «geoingeniería solar» y de algún otro modo, pero similarmente impresionante y sonoro. Fijaos si tiene escala: se trata de sembrar las capas más altas de la troposfera de azufre, sí, S, aunque algunos, la verdad es que no sé por qué, proponen que más bien SO2. Se entiende que se sembraría desde aviones (así aparece dibujado en sus esquemas de propuesta), que cubrirían al final toda la superficie del planeta, o más o menos.
La cosa queda más o menos clara: ese azufre atmosférico impediría que la luz solar llegara al suelo, y en muy poco tiempo, casi inmediatamente, se empezaría a notar el enfriamiento.
El asunto no es que sea una tontería, porque tiene cosas muy serias en las que basarse: para empezar, aquella famosa erupción del volcán Pinatubo en junio de 1991produjo una bajada de medio grado en la temperatura media global durante los dos años siguientes, por no hablar de la más novelera erupción del Krakatoa en 1883 y sus famosas cenizas recogidas en Dinamarca a los pocos meses, o de la erupción del Tambora, en 1815, que no sólo coincidió con el final de la era napoleónica sino que hizo todo lo que pudo para que la reconstrucción de la Europa postnapoleónica fuese lo más difícil posible, provocando, desde la lejana Indonesia, dos años seguidos de invierno casi continuo, con apenas cosechas que pudieran ser llamadas tales.
Y con ese modelo es con lo que entran en discusión los científicos de las más altas credenciales y las más afinadas especializaciones: y sólo están de acuerdo unos pocos con unos pocos como es natural y era de esperar. Lo que quizá nos ha llamado la atención ahora es la intensidad de sus expresiones y la rotundidad de sus amenazas. Los científicos no suelen expresarse así, pero es que estas cosas del cambio climático es lo que producen por ahora: bandos y mala leche.
Por supuesto, hay otras propuestas relacionadas con el combate del cambio climático por la vía de «tapar el sol» o similares: desde taparlo directamente, con grandes estructuras en órbita, que harían de sombrilla, hasta la más clásica y antigua de poner espejos (hubo en tiempos un plan soviético para tener sol 24 horas al día sobre las cosechas que se basaba en espejos orbitales, pero estos de ahora rebotarían la luz hacia el espacio exterior). Hay, incluso, una propuesta muy seria y estudiada de pintar de blanco carreteras y tejados y azoteas de todo el mundo (no es broma, de verdad) con la intención de devolver al exterior del planeta la luz solar, y hasta una, más enrevesada y de un plazo incalculablemente largo, que consiste en modificar genéticamente árboles y plantas de cultivo en general para cambiar el color de sus hojas, y hacerlas blancas o por lo menos más claras (tampoco es broma), de modo que se conseguiría supuestamente un efecto parecido al de pintar las construcciones con pintura blanca.
Me parece que tenemos que ser muy prudentes con estas cosas, y quiero decir prudentes en ambas direcciones. Primero, prudentes antes de rechazarlas (o incluso para contener la sonrisa o hasta la risa que algunas propuestas pueden provocar): no cuesta demasiado, en un rato libre, repasar las revistas científicas, o las de mejor divulgación, para comprobar los comentarios despectivos e incluso burlones que despertaron en el pasado teorías o conjeturas o hipótesis o propuestas científicas que, pasado un tiempo, a veces corto o a veces largo, se comprobó que eran correctas y acertadas. Segundo, prudentes, por supuesto, a la hora de aceptarlas o de sancionarlas para su puesta en práctica, porque a lo mejor alguna de esas es el santo grial camufladillo, pero es que la más sencilla de ellas, la más fácil y barata de llevar a la práctica, es la cosa más cara que la ciencia o la tecnología se han planteado hasta ahora. Y, además, no hay una que no tenga efectos secundarios de los que de momento consideramos indeseables.
Por ejemplo, una de las más, digamos exagerando un poco, «razonables», es la de la siembra de azufre en la parte alta de la troposfera. Es una burrada, pero nada comparado con la de las sombrillas espaciales, por ponerla frente a alguna. Esa siembra, que es una cosa parecida a los efectos de las erupciones volcánicas que hemos comentado, en efecto con mucha probabilidad, o casi seguro, va a traer una disminución de la temperatura en el suelo. De paso, por añadir algo quizá positivo, nos va a proporcionar unas puestas de sol acojonantes durante varios años, con mil colores y sugerencias. Pero eso será de la manta de azufre (a esas alturas, ya un conjunto de compuestos entre el SO2 y el ácido sulfúrico, claro) para abajo. Porque hacia arriba, es decir, hacia la mesosfera y la ionosfera, lo que va a suceder es lo contrario: sí, exactamente, va a aumentar su temperatura. Y cuidado con las cosas del comer, que suficientes broncas tuvimos durante tantos años con aquello de la capa de ozono, que sólo es uno ante los verdaderamente importantes y comprobados efectos de alterar mínimamente las zonas altas de camino a la exosfera. Dentro de las discusiones generalizadas que estas propuestas de geoingeniería solar han desatado, una de las cosas que casi no se discute es que, por ejemplo, se verían alterados o incluso podrían llegar a desaparecer nada menos que los monzones. Así que cuidado, sí.
Un lío. Pero por lo menos se ha empezado a discutir.