15 Abr Poder, saber, hacer
Paca Maroto
Con cierta regularidad, pero desde hace no muchos años, nos llegan noticias de avances científicos relacionados con la reproducción animal. Ahora esos avances parecen haber dado una zancada, porque el último ha consistido en lograr la reproducción de ratones por partenogénesis, es decir, sin colaboración de macho alguno. Por supuesto, se trata de algo que trae como escolta miles de chorradas, y también miles de ideas luminosas.
Desde luego, entre las chorradas destaca como principal la de la prescindibilidad del macho, inmediatamente llevada al caso de la prescindibilidad del macho humano, o sea del hombre varón (además alguien se cuidó de difundir este logro precisamente el 8 de marzo pasado; ¿o fue casualidad?). Las técnicas de la biología, y se diría que quizá desde que se desarrolló la reacción en cadena de la polimerasa, que ya se llevó su Nobel, parecen no tener límite de alcance e influencia. Alguno tendrán, suponemos. Pero ya hace muchos años que esto se había previsto, aunque no se hubiera conseguido todavía (o eso creíamos y creemos). En ocasiones la ciencia se hace con técnicas y herramientas que permiten predecir hasta dónde va a poder llegar, aunque todavía no estemos en condiciones de llegar. Por ejemplo, hoy sabemos que podemos construir un puente o un túnel entre esos dos continentes o esas dos islas que todas las generaciones anteriores habían dado por separados inevitablemente y para toda la eternidad; aunque todavía no lo hayamos construido, vemos lo ya hecho en otros lugares y sabemos que con esas técnicas los problemas de este nuevo caso estarán resueltos. La parte que la ciencia tiene de técnica es algo similar; no así la parte que la ciencia tiene de… «física teórica», que es tan loable como algo pueda serlo, pero que tiene un elemento perturbador y a menudo descalificador, porque con frecuencia se olvida de sus propios fines y acaba siendo «una disciplina de tiza y pizarra en la que si las cuentas no cuadran te inventas una nueva dimensión del espacio-tiempo y ya está arreglado», como dice, parodiando (pero con el aplauso profesional de casi todos los habitantes de las facultades de física), uno de los personajes de la teleserie The Big Bang Theory. Por ese lado de los avances matemáticos o ecuacionales, poco se puede prever razonablemente, porque precisamente es previsible todo. En cuanto a lo que sucede lejos de la tiza, cada vez son más los logros que se pueden prever aunque no se tengan todavía entre las manos, porque se sabe cómo conseguirlos y qué instrumentos y acciones hay que poner en uso para conseguirlos.
Y algo así ha pasado con esta reproducción de mamíferos sin macho. Lo han conseguido quienes lo han conseguido simplemente porque se pusieron a ello antes que otros equipos (que hay muchos otros también en la tarea, y empezarán a publicarse sus resultados próximamente), pero es que las nociones, las técnicas y el instrumental que había que poner en funcionamiento eran algo que casi hasta un buen estudiante de bachillerato de ciencias sabría decir. A lo que vamos es a que a lo mejor no es exactamente una revolución que se haya dado ahora mismo, sino que es simplemente un suceso hijo de la revolución que se dio en la generación anterior de biólogos, la de la PCR y todo eso. Pero ya entonces se especulaba con las consecuencias.
Consecuencia primera: aunque ninguno de los divulgadores se ha atrevido a mencionarlo, este éxito ha dejado claro y sin la más mínima duda que la partenogénesis en mamíferos no es un proceso natural ni espontáneo, ni es posible que se dé natural y espontáneamente. La cantidad de procesos técnicos sucesivos que se han introducido es tal, y su naturaleza «artificial», de «artefacto» es tal, que descartan la previsión de que sin ellos se dé este tipo de reproducción. Es algo parecido a la técnica de escayolar un miembro fracturado: ¿alguien puede pensar que en la naturaleza, o de modo natural, cuando un animal se fracture un brazo o una pierna, va a surgir alrededor de ese miembro un vendaje con escayola para inmovilizárselo? Resumiendo mucho, para esta reproducción los biólogos han despachurrado hasta tal extremo, en primer lugar, los óvulos de la ratona, que esperar que eso suceda de modo natural es como sentarse en una playa a ver si los granos de arena se acaban componiendo en chips de silicio y al final se construye él solito un televisor 5G.
Consecuencia segunda: ya hay, y seguro que en poco tiempo habrá muchos más, equipos científicos dedicados a aplicar estas técnicas a mamíferos de la subsección humanos. Muchos entienden que no es más que una extensión natural de las investigaciones relacionadas con la reproducción in vitro, por ejemplo, u otras de esa familia: la reproducción a partir del material exclusivamente femenino. Esto recuerda, por supuesto, a la película Adiós al macho, de Marco Ferreri; y, como en esta, la verdad es que no se sabe muy bien adónde lleva. Ha habido grupos de reacción rápida que han aplaudido la iniciativa y el resultado como un anuncio divino de «lo que ya decían ellas»: al mundo no le hacen falta varones (confunden varones con machos, claro) y etcétera.
O sea, un gran triunfo para las antiguas carmelitas de internado que embutían en las cabezas de sus alumnas la desde entonces incontestable noción de la maldad del varón.
Todo eso son tonterías risibles, evidentemente, propias de quien no ha reflexionado ni lo mínimo exigible, por ejemplo, en cualquier humano con derecho a voto. Puede que dentro de poco la legislación absurda que ya hoy se está desarrollando con discriminación de sexo llegue hasta estos sucesos de orden obstétrico-biológico. Puede darse de todo, en lo científico y en lo técnico, y no digamos en lo político. Pero aquí es cuando surge la pregunta que nos interesa, como en aquella ocasión en que preguntaron a un cierto fulano por qué torturaba a niños sin llegar a matarlos para que delataran a sus padres. «¿Y por qué no habríamos de hacerlo, si sabemos?», contestó el tío. Hoy sólo podemos replicar una cosa: ¿y por qué hay que hacer todo lo que se sabe hacer?