01 Feb ¡Por fin Mercurio!
Paca Maroto
Un modelo de la verdadera actividad científica tal y como es, y no tal y como se maquilla para el espectáculo, es la misión BepiColombo al planeta Mercurio.
Nadie, fuera de los círculos de íntimas amistades, sabe nada de ella. Algún correveidile de estas cosillas tiene por el fondo del cráneo un eco de algo que alguna vez oyó, pero poco más. Las personas normales, incluso las interesadas en ciencia y tecnologías, han visto llegar las primeras noticias de éxito de esta misión como si fuera la primera vez en su vida que les hablan de un dragón extraterrestre.
Eso nos obliga a ciertas reflexiones, y no forzosamente con las nociones y las conclusiones previamente obtenidas, como es habitual en estos casos. Ya veremos. Pero, de momento, lo importante es difundir que por fin tenemos una investigación en marcha sobre la misma superficie de Mercurio, nada menos, y que desde el 1 de octubre pasado está enviando información de primera calidad.
Quizá por cercanía, o porque es el meñique del sistema solar, y desde luego hace tiempo por sus especiales condiciones físicas de temperatura y movimiento, a Mercurio se le había relegado siempre en alguna medida. Ya iremos algún día, se decía. Lo tenemos ahí cerca, ya lo investigaremos después de estas otras misiones más urgentes. Es cierto que aclarar y verificar las cosas de Mercurio antes de conocer bien la composición del suelo lunar o marciano se hacía un poco inoportuno. O no; depende de cómo se enfoque esto de la investigación lejana: pero los entusiastas de este asunto no debemos perder nunca de vista que la mayoría no es entusiasta, y que, además, los administradores en general, y los políticos de ciencia en particular, los que manejan la pasta, no suelen tener ni la más remota idea de los motivos que hacen necesario conocerlo todo, y en particular todo lo relacionado con nuestro Sistema Solar (se les oye de lejos: ¿Mercurio? ¿Mercurio? ¿Pero eso no era lo de los termómetros? Es más, ¿no lo habían prohibido?) A pesar de todo, como los costes iban a ser y han sido y están siendo mínimos, vete a saber si consiguieron colarlo en hoja perdida entre las firmas de bonus anuales para ellos mismos, o en las de nuevas sillas anatómicas para ellos mismos, o probablemente entre los papeles a firmar para la escultura de monumentos de ellos mismos; y da la impresión de que nadie notó nada ni contó desequilibrio alguno en partida alguna de dinero, porque las cosas han llegado felizmente nada menos que hasta el planeta Mercurio.
Algo ya se sabía, por supuesto, porque las observaciones lejanas no es que estén tampoco en los niveles de hace cincuenta años (que, ojo, ya eran increíblemente buenas; pero es que hoy en día se hacen virguerías), pero de momento, y sólo en los dos o tres meses que han transcurrido con la sonda europea MPO, aparte de unas nuevas cartografías de una definición insuperable, nos hemos podido regodear en la certeza de que, a diferencia de la Luna (a la que a ojo de buen cubero, por cierto, se parece tanto el planeta), Mercurio tiene una enorme proporción de suelo de lava volcánica. Además, al carecer prácticamente de atmósfera, gran parte de ese suelo ha tomado esa forma casi característica de nuestra Luna de una especie de campo ilimitado de cráteres de impacto (en esta web nos gustan sobre todo los cráteres llamados Haydn y Smetana, y estamos a la espera de que llamen a alguno cosas como Kachaturian, Prokofief y eso, claro; ¿por qué no Kubrik?).
Parece que hay indicios de que es cierta esa antigua impresión de que la corteza planetaria es muy fina, mucho más de lo que es la corteza de la tierra o de Marte; pero lo importante es que ya estamos allí, diez años después de la misión Messenger de la NASA. Sobre las misiones de esta y su a menudo aparente único interés en simplemente realizar el recorrido hablaremos en otras ocasiones que no podremos evitar.
Esta misión BepiColombo se va a dedicar principalmente a la corteza del planeta, a su núcleo y su exosfera; esperará ya en órbita a la nave japonesa JAXA Mio, que se va a concentrar en el magnetismo de Mercurio.
Aparte de lo que todo esto nos interesa por sí mismo, nos despierta además esas reflexiones a las que somos adictas algunas, y adictos todos los de esta web: ¿qué espacio conceptual es el que hay entre la certeza de que hay algo ahí y la simple intuición (o conjetura) sin datos comprobables de que ahí debe de haber algo? ¿Cuál es la potencia de esa intuición, que puede llegar a convencer a otros a gastos enormes en tecnología sólo sobre la convicción de que una conjetura corresponde a una realidad que gasto mediante se verificará?
Naturalmente, siempre estamos (por nacimiento, por naturaleza y por convicción) del lado de los que examinan, comprueban, hipotetizan y hasta conjeturan, y no de los que niegan el dinero o los medios o el personal. Pero tampoco vivimos del aire y nadie nos va a enseñar a estas alturas que hay que tener ojo y cuidado con los gastos, que tampoco hay románticos idiotas por aquí. Pero sobre todo ello prevalece esa cierta reflexión algo asombrada: por más que lo hayamos estudiado en la distancia, un planeta como Mercurio sólo nos va a regalar certezas cuando estemos sobre él, prácticamente en contacto físico. Algo nos empuja a estar convencidos de que vamos a encontrar esas certezas (o sus alternativas, que para el caso valen lo mismo). Hay ahí un gran salto que sólo el empeño y el trabajo concienzudo puede salvar.
Un vecino como Mercurio se merecía que de una vez empezáramos a relacionarnos con él de un modo razonable.