Ucrania, también la ciencia

Paca Maroto

Vaya lío, vaya problema, qué mogollón. Décadas, concretamente tres, de colaboración abierta y de intercambios universitarios y empresariales y de todo entre Rusia y el resto del mundo científico occidental, y puf, como en una nube mefistofélica de humo de teatro, se va todo a la mierda de golpe. De golpe y más o menos sin avisar: porque, al estilo economista, eso de hacer predicciones retrospectivas ya sabemos que es muy fácil, y ahora están saliendo como hongos acerca de las putinadas en Ucrania. Pero no cuela. Todos veníamos viendo que Putin era un anormal, como en la actualidad se vuelve a decir: un tarado de neurosis tiránica. Pero a ninguno se le había ocurrido que le iba a dar por cargarse la soberanía de un país vecino de golpe y bombazo, ni mucho menos jugarse todo, pero todo todo absolutamente, todas las colaboraciones, la convivencia, el enriquecimiento recíproco que estaban trayendo las buenas relaciones de los industriales, los artistas, los empresarios y sobre todo los científicos rusos y del resto del mundo, y mandarlo todo a la mierda.

Recuerdo una película que a mí me gusto más que casi a cualquiera: 2010, que venía a ser la continuación menos fumatoria de 2001. Salía, desde luego, de una novelita del mismo Arthur C. Clarke, y continuaba la línea canónica de la tesis inicial y todo eso. No es que estuviera hecha por unos pringaos con dos maquetillas. Otra cosa es que alcanzara la escala y las fanfarrias de la antecesora, que no. Pero parece que tampoco lo quería. La película estaba científicamente tan fundamentada o infundamentada como la anterior, y ponía de los nervios a los serios igual que ella, y abría la imaginación a las fantasías de los, en general, más jóvenes. Bueno, lo que nos importa ahora es que la cosa trataba de una misión conjunta EEUU-Rusia de rescate de la nave Discovery, la que había llevado a Bowman hasta Júpiter. La nave se había quedado en órbita del planeta, sin tripulación, y aparentemente en buen estado. Pero a mitad de camino llegan noticias de que, en la Tierra, Rusia y EEUU (o quizá la OTAN) han tenido no sé qué roce, y este se ha amplificado, y se ha llegado a una situación prácticamente de guerra entre los que hasta hace un momento eran aliados. Las tripulaciones, que se llevaban más o menos bien, reciben la orden de separarse físicamente, de «no ajuntarse» y de empezar a mirarse torvamente, como quien dice.

Ahora seguramente pasen del centenar los proyectos conjuntos de equipos científicos compuestos por rusos y por gentes de occidente. En realidad es imposible saberlo del todo, porque muchos son oficiales y académicos, pero muchos otros son relaciones privadas que se habían establecido tan normalmente como pueden hacerlo dos industriales del juguete, uno de Alcoy y otro de Montpelier, que se han conocido en un congreso; y eso no consta muy oficialmente. ¿Ahora se ha roto todo? La ISS sí, desde luego.

A lo mejor lo más grave del problema científico es la situación y el destino de la ISS. Ya han dicho los rusos que «se retiran». ¿Hasta dónde llega eso? Suena fatal. No es posible cuantificar el perjuicio para la ciencia y la investigación tecnológica.

Al mismo tiempo, se está expulsando o, como mínimo, marginando, a los ciudadanos rusos que se encuentran o se encontraban viviendo o trabajando en países del occidente europeo. Lógico y normal. ¿Habríamos dejado que en plena guerra contra la Alemania nazi circularan libremente por los laboratorios y las fábricas británicas los ciudadanos alemanes a los que la guerra les había pillado en la isla?

¿Qué podemos esperar? ¿Cuánto daño van a recibir la ciencia y el conocimiento a causa de esta guerra criminal e inmotivada, que ya se ha llevado por delante las vidas de miles de ciudadanos tranquilos de Ucrania que no se metían con nadie?

En la serie noruega-británica de televisión Los héroes de Telemark, que, como su nombre sugiere, trata de los líos que se hicieron los nazis en Noruega para hacerse con agua pesada para la construcción de bombas de hidrógeno, seguimos la pista sobre todo a nada menos que Werner Heisenberg. Para los que hemos retozado por la ciencia, este nombre sólo puede ser objeto de admiración, por supuesto. ¡La cantidad de veces que lo hemos pronunciado, y nos han preguntado por él en los exámenes, y hasta hemos tenido que explicar alguna ecuación que lleva su nombre! Ahora lo tenemos más o menos en carne y hueso en nuestras pantallas, encargado por las autoridades nazis de liderar precisamente el trabajo con esa agua pesada. Tal como en la realidad histórica parece que se mostró el verdadero Heisenberg, el de la ficción también tiene un gesto enigmático, algo ausente, cerrado. Esta serie se atreve a exponer dos escenas como verdaderas, absolutamente claves no sólo dramáticamente sino, de ser ciertas, en nuestra historia real como continente y como civilización: primero, al principio de la guerra, Heisenberg va a visitar a su maestro Bohr, en Dinamarca. Bohr es retraído pero evidentemente contrario a los nazis; y tiene que estar callado, claro. Su ex-pupilo Heisenberg le pasa un dibujito, no se sabe si orgulloso, o cauto, o qué: un simple dibujito, quizá diez o doce trazos, pero que un entendido descodifica al instante: ¿Esto es lo que estáis haciendo?, clama indignado Bohr. Bueno, yo te doy este dibujito, no sé más, dice enigmático Heisenberg. Ambos acaban más o menos enfadados, quizá enemistados para siempre, por las convicciones antinazis del danés y lo que parece colaboracionismo del alemán.

El dibujo, que para un entendido es claramente el esquema de cómo pretenden los laboratorios alemanes construir una bomba atómica, está a las pocas semanas en poder de los servicios de inteligencia británicos, desde donde comienza nuevos recorridos.

Al final de la serie, la guerra está casi concluida y Heisenberg y un joven colaborador conversan en un aula acerca de cómo es posible que en siete años no hayan conseguido un diseño de la bomba que funcione. Todavía más enigmáticamente, Heisenberg afirma, con mucha calma, que a lo mejor les ha estado faltando un factor de 10 en todos los cálculos. Su colaborador alucina: no es posible, somos los mejores, nadie sabe de esto más que nosotros. Pero herr Werner coge la tiza y corrige las ecuaciones de las pizarras con ese 0 de más que faltaba y al final todo cuadra: así si funcionaría todo. Hay dos o tres cruces de planos silenciosos, de miradas de inteligencia entre el maestro y su ayudante, y no hay que decir más. Mientras no se diga, nadie podrá decir que se dijo, claro. ¿Ha estado Heisenberg errando aposta todos esos años para que la bomba nazi no terminara de ser posible? El plano siguiente muestra la misma aula, ahora vacía, y las pizarras perfectamente borradas, de modo que nadie verá ese 0 de más que ha faltado en los cálculos de los años anteriores. ¿Es posible que eso sucediera? Biógrafos e historiadores discrepan, como era de esperar, sobre esa especie de militancia silenciosa del físico. Supongo que nunca se sabrá a ciencia cierta. Desde luego, sí parece histórico que su dibujito casi infantil, sin letra alguna, llegó a las inteligencias aliadas a través de Bohr. Es imposible que Heisenberg no supiera lo que estaba haciendo cuando se lo daba a su maestro. Pero lo demás son todo conjeturas.

¿Y de la situación presente qué podemos conjeturar? ¿Habrá algún Heisenberg ruso que bajo la apariencia de colaborar con el Kremlin esté en realidad facilitando el fracaso de este, o incluso pasando información aparentemente neutral, meramente técnica, que en realidad vaya a ser definitiva para la derrota de un bando? (¿O habrá un Heisenberg occidental que esté haciendo eso mismo pero a favor del Kremlin?) ¿De verdad las tripulaciones de la ISS y las misiones espaciales conjuntas, y las científicas en general, que estaban en agenda van a tener que abandonarse, y sus miembros empezar a mirarse con suspicacia?

Nada hay por encima del sufrimiento humano que está causando esta salvajada de invasión rusa; nada hay más importante que las vidas que se está llevando por delante, y el sufrimiento y la crueldad que se está desplegando, y además sólo porque sí, porque me ha dado la gana a mí imaginar que mi país incluye ese otro. Siempre será ese dolor el primero en el que haya que pensar, naturalmente; pero más abajo en la lista, un poco a un lado, pero presente también, está la ciencia como una de las víctimas.