Contestamos a unas preguntas sobre las sonrisas complutenses

o: Cómo hasta para ser petulante hay que merecerlo

Ramón Nogués

Nos han preguntado últimamente con reiteración que qué tenemos contra el mundo académico, y en particular universitario. Parece que todos los que escribimos cosas o cosillas en esta web hemos expresado un disgusto más o menos similar hacia esa cosa, y algunos de nosotros con especial crueldad y ensañamiento.

Sería muy de lamentar que a causa de nuestras expresiones algunas universidades se vieran obligadas a cerrar y sus prebostes a penar, por ejemplo haciendo de rodillas el camino hasta Lourdes o así. Lo hemos hablado un rato y, será que no nos da la sesera, pero el caso es que no vemos que eso vaya a pasar. Pero sí, bueno, hombre, ya que te pones. Tampoco es que lo hubiéramos hablado ni que se trate de «una campaña orquestada» ni nada parecido, pero sí, hombre, bueno, ahora que lo dices: coincidimos en tener todos un buen recorrido por universidades y unas impresiones ambiguas, puede que extremas, entre las inmejorables experiencias de caer bajo la sombra o más bien bajo la luz de un profesor excelente que nos ha marcado de por vida y positivamente, y al otro lado (y esto es lo curioso: hablando, hablando, hemos comprobado que las sensaciones y hasta los hechos son similares de unas instituciones universitarias a otras) la náusea y la hartura y la repugnancia de conocer (y de haber sido casi víctimas en uno u otro grado) la impostura, el narcisismo y la cateta arrogancia que se diría que alguien fabrica en los sótanos de las facultades y reparte diariamente, como los libros en las películas de prisiones, yendo con un carrito de celda en celda o de cátedra en cátedra, para que todos tengan su combustible y quizá también sus consignas del día.

Se trata, en realidad, de un mundo de experiencias de tales dimensiones que a veces hemos pensado (me refiero a los corrillos que formamos por aquí) que a lo mejor haría falta una biblioteca entera de autobiografías o más bien de memorias para hacer entender de dónde puede salir eso de lo que se nos acusa. Sí, de entrada lo reconocemos, porque además de haberlo repasado sabemos y sentimos que lo sentimos: pocas cosas nos parecen más despreciables que las tres o cuatro risitas que suelta un profesor universitario cuando, en una conversación de pasillo o de bar de facultad, confiesas que hiciste deporte en tu juventud; y añade, creyendo que mejora: «¿O sea que eres de esos que iba en calzón por ahí y en camiseta de trapillo dando saltos o persiguiendo una pelota? ¡Pero si eso es ridículo! ¡Más te valdría haberte apuntado a la romería del Rocío!» (Pero no sabe que sabemos que está repitiendo lo que ayer o anteayer dijo un columnista notoriamente reaccionario, baboso y meapilas que por supuesto el profesor niega que haya leído en su vida y que nosotros sí que leemos, junto con el resto de la prensa y con casi todos los columnistas diarios.)

«¿Iron Man? ¿Cómo que Iron Man? ¿Qué es eso de Iron Man? He oído algo de no sé qué películas de… ¿Cómo has dicho? ¿Hombre de hierro? Yo lo que conozco es el Hombre de Palo de Toledo, pero ¿de hierro? Será eso de unas películas que hay por ahí… Yo es que, una vez que vi a Tarkovsky, ya no veo otra cosa.»

Pero eso no debe despistarnos, porque es nada más que la variante algo pedante; pero es sólo una variante, porque también se da últimamente la compensación inversa. No está claro si es que algunos se han dado cuenta de que estaban haciendo el ridículo con esa actitud defensiva y falsamente risueña, y siempre como expresando su pertenencia a una especie de élite no muy bien definida pero en todo caso lejos de la plebe, o si la causa ha sido una conversión verdadera; el caso es que casi esos mismos que presumían de lejanía y desprecio hacia «lo popular» (y ya veremos que entienden por eso) ahora se ponen a dar el coñazo y a seguir burlándose e insultando, eso sí, pero ahora con la postura contraria: «Yo es que he sido siempre muy fan del Celta, sí, del fútbol, así es uno de barriobajero» (dice un tío que siempre insultó a los futboleros de su alrededor) ; obsérvese que en las comunicaciones de este tipo incluyen siempre, sin falta, una calificación negativa de sí mismos, como adelantándose a un posible insultador. Simplemente es que se ven a sí mismos en el otro lado de esa conversación y se imaginan qué le dirían al pobre incauto que ha confesado esa afición nefanda, aun teniéndola ellos mismos, pero de momento inconfesa. Esto de inconfesa, evidentemente, es porque les da más margen de maniobra; pero siempre, en el futuro, acabará siendo confesa, aunque para ese entonces lo de buen tono habrá cambiado, y por eso ya pueden decirlo. ¿Y quién define lo que es de buen tono en una temporada?

Todo esto recuerda bastante a muchas de las cosas que han comentado nuestros compañeros Veedores y a lo mejor otros, porque ya son muchas las quincenas y probablemente mezclamos un poco las cosas: todos aquellos que poco menos que te denunciaron a la Komintern por haber dicho tú con llaneza que te gustaban las películas policiacas se ponen, pocos años después, a soltarte sermones a ti acerca de tu inexplicable repugnancia hacia las películas policiacas y lo bien que harías si te pusieras a verlas, mira, te voy a dar una primera lista que he confeccionado para que les cojas el aire. Hasta puede que se trate del mismo virus: conversionisvirus, o acojonisvirus humano o algo. El mismo virus, queremos decir, parece que es el que les hizo decir en el pasado que sólo oían a Mahler y en el presente que están locos por Black Eyed Peas. Y en ambos casos, además, hay algo que da la impresión de oler a miedo.

Por eso y así se han dirigido algunos a nosotros: cómo os ponéis a decir algunas cosas que decís, es que lo de vuestra web es muy fuerte, muuuy fueeeerte lo de algunas cosas que las pensamos todos pero que tampoco hay por qué ponerlas por escrito… Pues tenemos un amplio abanico de contestaciones para eso, del cual sólo vamos a sacar a pasear un pequeño pedazo.

Sucede que este mundo del universitario remilgado es eso, exactamente: remilgos. Y además susto. Eso de las risas contenidas e impostadas ante la mención de un gusto, una preferencia, una idea genuina, o sea ante la sinceridad y la espontaneidad y la honradez intelectual, no lo hacen sólo a los forasteros, sino que se lo hacen entre ellos mismos. Vaya si se lo hacen: hasta el ahogo. Están todos más pendientes de si alguien les oye o les lee o les detecta que los humanos mirando a un lado y a otro y dando saltos y paseando entre dinosaurios en Parque Jurásico (hablando de conocimientos pop). Eso no es vida. No es de extrañar que luego, en las reuniones extrauniversitarias, sigan así de vigilantes y de impostores y de burlones y de maleducados. Vivir en ese estado de alerta forzosamente debe de dejar tocado.

¿Hemos dicho «conocimientos pop»? Buena expresión: ¡no se atreva nadie a llamar «cultura pop» a nada en este contexto! Nos da exactamente igual si un universitario remilgado lo llama o accede a que otros lo llamen «cultura pop» o si se niega a llamarlo y a dejar que otros lo llamen. «Conocimientos pop» está bien. Porque es en ese terreno de minúsculas donde suelen plantear la que quisieran humillación de su interlocutor (normalmente para descargar y, como se decía antaño, «desahogarse» de una humillación que alguien de su facultad les ha hecho sufrir recientemente, o quizá crónicamente): ya hemos mencionado el caso (por cierto real) de simular uno que no conoce a ese llamado «Iron Man», pero, eso sí, con risillas de burla hacia el que lo conoce. Porque en este mundo, y esto es capital para entender a estos tíos, conocer ya es suficiente pecado. Si en una tertulia relajada y de confianza ese, el incauto, el imprudente, muestra que conoce las reglas del rugby, o los nombres de los personajes de la telecomedia Big Bang (sólo es admisible conocerlos para insultar gratuitamente a alguien de ser «maniático» como Sheldon Cooper, claro, y eso por preferir el arroz con salsa de tomate, o sin ella, o por lo que sea que en cualquier momento no sea del agrado del insultón), o conoce la existencia de alguien llamado Sting («ese qué es, violonchelo en la ópera de París o algo así, ¿no?», se burlará) o Jaroussky («será un guitarrista de heavy metal de esos a los que eres aficionado, supongo», dirá, intentando simular que no lo conoce: se ha hecho demasiado popular), según la moda impuesta en esa temporada, o se le nota que sabe algo de coches y compra con criterio su próximo turismo, o manifiesta su gusto por la hamburguesa de cierto restaurante («yo es que desde que fui a El Bulli no he vuelto a meterme basura por la boca») o manifiesta su gusto por la alta cocina («qué falta te hará, si estamos en el país del pincho de tortilla, la mejor comida del mundo»); haga lo que haga cualquiera que caiga por las cercanías de ese inquilino universitario, diga lo que diga, tiene que estar preparado porque ese inquilino va a necesitar burlarse de él, y lo va a intentar, o va a creer que lo consigue. Y el incauto debe dejar de serlo, reconocerlo al instante (a menudo la burla es tan clara que al incauto le cuesta creerse que eso que le está haciendo el otro en su cara y delante de otros sea en efecto una burla), y contestarlo como se merece. Que es, como mínimo, saber soltar un buen «no». No: no es eso que dices. Y de ahí para arriba, claro, dependiendo de lo numantino que se ponga el compensatorio insultón.

Sabemos, porque lo hemos vivido, que ese mundo universitario intestino es un mundo cabrón, a cuyos puestos de mando suelen llegar precisamente los más cabrones, y que está todo él infectado de un olor agrio, muy antipático, como de elitismo de intelectual catalán. Oye, pues pobres los que no son así pero se han visto obligados a vivir en él. El problema es que, aunque sólo sea por desensibilización, o quizá por habituación, incluso a este se le mueven los umbrales, y luego sale al mundo hecho un agrio, un antipático y algo así como un intelectual catalán elitista. Y ahí tenemos que pararlos. Nos van a soltar esa sonrisilla, esas insidias burlonas, como si vivieran en un plano superior al nuestro. Pero nosotros vamos a poner por escrito cómo son cada vez que nos apetezca poner por escrito cómo son. Y si les parece mal que contemos la verdad de sus burlas de compensación, de su ignorancia, de su mala educación, que se reeduquen.