01 Ene ¿Fundamentalismo democrático?
Paca Maroto
Mi compañera Micaela comenta aquí al lado ese problema, o conato de problema, de un cierto gajo de la población, y muy numeroso, y muy significativo: la cosa llamada juventud y su desapego hacia la democracia. Lo comenta con bisturí, y se adivinan posteriores ampliaciones. Yo aquí quiero coger ese rábano por otra de sus hojas: ¿de verdad tenemos que preocuparnos tanto porque a ese grupo (por numeroso, significativo y futurible que sea) la democracia no le diga demasiado, y sí «las oportunidades» y su prosperidad? Hombre, lo que pasa es que los de cierta edad y alfabetización hemos visto todos los colores posibles, y no sé qué tiene que pasar para que una organización no democrática de la sociedad nos convenza.
Los jóvenes (admitamos esta reducción del sujeto ese de la encuesta para simplificar la lectura), tal como se comenta a menudo, han nacido teniendo ya las libertades tan aseguradas como la ley de la gravedad. Ni piensan en ellas cuando las ejercen. Sólo, y muy poquito, cuando algo les hace sentir que puede que una pequeñísima brizna de esas libertades les fuera a ser discutida, como cuando un portero de la disco les dice «quieto ahí» o un guardia de tráfico da empujones aéreos a su coche para que terminen de pasar por el cruce de calles. «No tiene derecho a pedir que aceleremos. Tenemos derecho a ir lento si nos da la gana». Parodias aparte, es cierto que, en la España actual, ha cundido la suspicacia extrema al respecto, tras treinta años de LOGSE y egolatría incentivada, y no es raro ver, por ejemplo en IFEMA (es que lo hemos visto con nuestros propios ojos), cómo una joven llama «fascista» a un simple guardia de seguridad que custodia una puerta para que no se abra, porque es la puerta por la que esa joven de pronto quiere salir. No les importa la democracia, pero todo aquel que no se comporte según sus deseos es un «fascista». ¿Por qué no le insultan, entonces, de «demócrata»?
Así que «prosperidad y oportunidades». Mientras un régimen político les ofrezca eso, estarán satisfechos. A lo mejor no es tan monstruoso como nos parece a los demócratas quizá obsesos. Hagamos el ejercicio mental de ponernos en su lugar, porque a lo mejor, si abandonamos nuestra arrogancia de babyboomers, descubrimos que nos estamos perdiendo algo.
Muy bien: vivimos en un régimen autoritario. O dictatorial, concretamente. No olvidemos que puede haber, pongamos, una «democracia autoritaria» como, por sectores, o parcialmente, o «por temas» muchos proponen que es la norteamericana o, sin ir más lejos, ha sido la propuesta de Podemos desde que nació y luego desde el mismo gobierno, con sus propuestas de ley y de medidas en general represivas de libertades pero en el límite de lo considerable democrático. Pero no: supongamos que hay una dictadura más clara. Eso sí, no es una dictadura de esas dictaduras sudamericanas de Tintín o de parodia anglosajona, sino una dictadura «elegante». No podríamos suponer otra cosa, cuando los que aluden a ella son jóvenes que quizá sí que se entregarían a dar un golpe de estado contra ese régimen si ven escasez de aftershave en los supermercados, dicho sea sin ánimo de injuriar: es que los conocemos. Dictadura «civilizada». Una especie de dictadura benévola, o benéfica, o ilustrada, en la que se respetarían los derechos humanos, la libertad de expresión, la de asociación y todas las demás libertades a las que los jóvenes que así se pronuncian se han acostumbrado desde antes de nacer. Así que estaríamos hablando de una dictadura que permitiría todas las libertades democráticas. Sí, lo has notado. Estamos en ese asunto. Sigue leyendo.
¿De verdad de verdad, tal como los boomers creemos, no hay más posibilidades de vivir dignamente que bajo una democracia? ¿No nos habremos pasado un poco al derrapar, y a lo mejor estamos dejando de ver otras posibilidades de dignidad y libertad que tenemos descartadas porque suficiente fue aquello de transitar desde la dictadura, y con eso ya tuvimos suficiente? ¿No estaremos repitiendo la odiosa conducta de tantos de nuestros mayores que acabaron algo así como quemados, o quizá sólo agotados, tras la Guerra Civil, y así se les notaba todavía veinte y treinta años después, cuando decían que «no querían más líos», que «Franco será lo que sea, pero en esta casa hay ducha caliente y nevera para todos», y con eso cerraban el expediente de considerar otro modo de organizarse en lo político? A los boomers nos hablan de vivir en una «no-democracia» y nos echamos a temblar. ¿Seremos unos fundamentalistas democráticos? A lo mejor estamos de acuerdo en que, por pura higiene mental, conviene no ser fundamentalista de nada. Además, suena muy poco democrático eso de ser fundamentalista democrático, como si no fuéramos a admitir palabra alguna que se pronunciara para cambiar la democracia que tenemos, ni siquiera para cambiarla democráticamente.
Bueno, admitido como ejercicio: no vamos a ser fundamentalistas democráticos. Vamos a suponer que esos jóvenes a los que, dicen, «les da igual» vivir bajo una democracia o una dictadura, consiguen por fin su régimen de «prosperidad y oportunidades». Nosotros, puestos a ello, no admitiríamos de ningún modo esa dictadura benévola o ilustrada si se pusiera a restringir las libertades; pero, si no lo hace, podríamos, como no somos fundamentalistas, admitir esa no-democracia. Pero mucho cuidado y mucha vigilancia. Que las dictaduras tienden a trabajar para su perpetuación, y a menudo esas libertades lo primero que amenazan es la perpetuación en el poder de quien lo tiene. ¿Cabe pensar en una dictadura que, como es blanda, permite que se la critique sin límite? Digamos que sí. Siempre que esas críticas no pasen de ser verbales; meras palabras. Que ladren, que será señal de que cabalgamos. Como esa dictadura no restringe libertad alguna, pongamos que tampoco restringe la libertad de desplazamiento, ni de asociación, y por tanto la libertad de definir el objeto de la asociación, por ejemplo «conseguir el fin de esta dictadura». De modo que, por ser benévola, tiene que tolerar que nos plantemos ante ella y le digamos: «Te acabaste, pilla», así, en plan tebeo de Novaro (es que somos más boomers de lo que querríamos). Es decir, que tendríamos una dictadura benéfica que permite su final, o incluso no su final sino simplemente el relevo de sus clases dirigentes, que se dice en jerga de la necrosis complutense.
Los jóvenes estarían satisfechos, porque viven en su dictadura, con prosperidad y oportunidades (aunque algunos empiezan a comparar con lo que tenían antes y no lo ven tan diferente, pero eso para luego); y nosotros, los que quizá somos fundamentalistas democráticos estaríamos rabiando porque eso no es una democracia. ¿O sí? No carecería de nada de lo que hace una democracia de una democracia.
¿O es que es sólo el nombre lo que les importa (o nos importa)?