Putas y comidas

Paca Maroto

¿Habrá relación entre esa abolición de la prostitución y una variación en las estadísticas de violaciones? ¿Tendremos más cosas que lamentar que cosas que celebrar a causa de esa abolición? ¿Cómo conjugamos en nuestra vida doméstica de todos los días el castigo a la comida arrojada a la basura con las pretensiones y las campañas contra la epidemia de obesidad, ahora que parece que tenemos que comernos todo todo todo? ¿Acaso pretendíamos quitarnos la obesidad tirando comida a la basura? ¿O no era más bien que, sencillamente, ya nos habíamos librado de aquel infantil «acábate hasta el último nervio del filete»? ¿Mirarán los inspectores la basura de comida muy al detalle y se darán cuenta de que ahí hemos echado las raspas raspadas y los huesos de las chuletas (y quizá también esos nervios del filete) y no propiamente comida? ¿O verán que es comida todo y nos multarán igual? ¿La cuantía de la multa, que puede llegar hasta 600.000 euros, será en función del peso de basura de comida que hayan pillado, que hayan considerado tal? ¿El peso de los huesos y las pieles y la grasa descartada cuenta para la multa?

¡Alto a la Guardia Civil! ¡Mucho por comer queda todavía en este plato! Usted verá: o se lo zampa, o la multa, así, a ojo, será de unos… digamos 68.000 euros.

Amigos lectores, así nos hemos pasado el verano, con la ansiedad puesta entre tábano y tábano, entre medusa y medusa y entre insolación y golpe de calor. A menudo se han dado, como en todos los veranos, esos momentos de tórrida quietud, de pereza térmica (no nos gusta nada la palabra galbana), de silencio costero, en los que los recuerdos se asocian solos, unos a otros, gracias a esa brisa o a ese olor o a ese sonido quedo de las pequeñas olas rompiendo tímidas en la orilla, como corresponde a las horas de calma cuando el sol alcanza el zenit. Hemos recordado lo que nunca nos gusta recordar, sometidos al presente y a sus órdenes. Hemos hablado luego de nuestros recuerdos y hemos escuchado los de otras personas. Y resulta que muchos coincidían. Y también coincidían nuestras ideas presentes.

Y no encontramos mucha diferencia entre las palabras que han empleado las abolicionistas de la prostitución y las palabras que desde nuestra infancia nos rodeaban, procedentes de personas eclesiásticas (oficialmente o no) acerca del sexo, de la actividad sexual, del deseo, de la satisfacción del deseo, del placer y de la alegría. Hemos leído a finales de mayo, y desgraciadamente recordamos, un coloquio publicado en El mundo entre una prostituta de vocación y una abogada abolicionista, y hemos tenido que conocer, y siempre recordaremos, cómo la abogada llamaba en su cara, para empezar, «pedazo de carne» a la prostituta; y «esclava», y «sometida» y muchas otras cosas, que la prostituta inmediatamente negaba, afirmando su voluntad profesional y libre; y la abogada, a continuación, procedía al truco del dragón al que si miras se hace invisible, y dejaba sentado como conclusión, según ella, del enfrentamiento, que el hecho de negar ser esclava era el principal síntoma de que era esclava. Si crees que has elegido libremente tu «profesión» es que estás más sometida de lo que parece, decía. Pero ¿por qué cuando se tratan temas parciales se olvidan las coordenadas generales? Eso mismo se le podría decir a casi la totalidad de las personas trabajadoras.

¿Por qué esa abogada se cree más libre? ¿Sólo porque en su trabajo no tiene que dar satisfacción sexual (o eso cree ella, que no lo percibe) a sus clientes? ¿Por qué hemos vuelto a esas nociones del sexo? ¿Por qué de pronto tenemos que recordar lo que no querríamos recordar, que son todas esas charlas contra el sexo que se presentaban, incluso, en algunos lugares, como avanzados cursos sobre el sexo? La abogada llega a llamar a la prostituta «vaciadero de los fluidos de los hombres»: ¿ese es el concepto pre-Vaticano II, pre-Vaticano I, y pre-casi lo que sea que manejan del sexo las argumentadoras proabolicionistas de la prostitución? ¡La que se hubiera organizado si esas mismas palabras las dice un hombre! ¿Hemos vuelto al delito carnal, simplemente? ¿No era el delito el proxenetismo, pero luego «la mujer es la dueña de su cuerpo y puede hacer con él lo que quiera»?

Hemos pensado entre calor y calor que la eliminación de la prostitución podría tener argumentos mucho mejores, y desde luego técnicas mucho mejores que su simple envío al código penal. Siempre descartando ese porcentaje innombrable de prostitución masculina con clientela femenina (lo nombramos: el 15% de la prostitución es masculina, según el mejor estudio), que no es despreciable, y haciendo como que sólo existiera esa prostitución de película que estas «abolicionistas» pintan dalinianamente, ¿cómo se permiten estas abolicionistas manejar esas nociones de las mujeres que se dedican a ello? ¿Con qué hemoglobina moral creen estar siendo oxigenadas para atreverse a hablar así a otra persona de ella misma? Nos han hecho recordar que nos preguntábamos lo mismo de esos tíos con una especie de túnica negra, que luego supimos que se llamaba sotana, que hablaban como si tuvieran una experiencia de la vida acojonante, experiencia de la que poco a poco, al ir creciendo nosotras, íbamos sabiendo que era más limitada que la nuestra ya a los trece o catorce años, si es que no mentían o tenían una doble vida inconfesable.

¿Estas abolicionistas de la prostitución mienten? ¿Tienen una doble vida inconfesable? ¿O no? ¿Va a resultar que son la crema del puritanismo, y van a ser de las primeras de la historia que además de predicar van a dar trigo? ¿De verdad pueden ellas pasar la vida sin sexo? ¿De verdad todas ellas han elegido la profesión que ejercen? ¿De verdad creen que todos los trabajadores que no son prostitutos (esta o ahora y aquí es muy obediente, y qué extemporánea resulta) han elegido su trabajo, y que sólo es prostituta la que no puede elegirlo?

Ya digo que hemos estado todo el verano asombradas (y asombrados).

¿La propuesta de abolición se hace habiendo contemplado y reflexionado con cuidado todos los aspectos que resultarán afectados cuando, tal como ese ideal proclama, no haya en España ni una sola mujer dedicada al oficio de la prostitución? Porque no ha dado la impresión de que haya sido así. ¿No saben que en todas las culturas y en todas las épocas la prostitución femenina y masculina ha ejercido una función, mal que nos pese, que afecta a realidades humanas complejas y ramificadas de muy delicado equilibrio? ¿O es que volvemos a funcionar como cuando el más cateto de los curas con poder imponía que «el baile, ni suelto»?

Y de lo de la comida no vamos a hablar más que lo dicho: que a cuánto sale la multa por gramo o por cien gramos de huesos y raspas, o que si eso no es comida.

Qué calor hemos pasado.