Ya queda menos para el Ministerio del Pensamiento y la Escritura (pero quién va a ser su policía está menos claro)

Paca Maroto

Para entendernos: en más de dos sitios y en más de tres, y en el que menos lo hubieras pensado porque es el sitio de los sitios, es decir, el Teatro Real de Madrid, para venderte una entrada te piden el nombre del que la va a usar, y por supuesto también, si compras dos, el del que va a usar la otra, tu acompañante. ¿Falta mucho para que hagan lo mismo con las entradas de cine y del resto de los teatros? Pero ¿por qué nos extraña tanto, si desde hace mucho ya lo piden para viajar en tren, y desde siempre-siempre para el billete de avión (para montarte en este hasta te hacen quitarte los zapatos y el cinturón y caminar un tramo con los pantalones a medio muslo)? Que si por seguridad, que si contra la reventa, que si contra el yihadismo; pues a ver si se entiende: me parece que una se está hartando de que hagan con ella, que no es ni terrorista, ni ladrona, ni yihadista, lo que tendrían que hacer con los terroristas, con los ladrones y con los yihadistas, y no con los inocentes. ¿Cuántos yihadistas con chaleco-bomba han sido detectados en un control para entrar a los embarques de un aeropuerto? ¿No es prácticamente el 100% de los cacheados inocente (y cuando no es inocente es porque intentaba colar una botella de whisky, tampoco otras cosas?)

¿Por qué nos extraña tanto eso, cuando prácticamente no ha habido ocasión desde el nacimiento o por lo menos desde la infancia de internet, en que no haya sido necesario «escribir tu nombre aquí» o «introducir aquí su código postal» y más recientemente todo el rollo ese de las cookies?

Ah, bueno, no hay que ponerse así. Hay cosas mucho peores.

Tenemos una cosa llamada «ministerio de igualdad» (las mayúsculas las pongo yo a lo que me da la gana) que ahora se ha metido a esto:

Se trata de unos anuncios que, en estático en prensa o en movimiento en la televisión, seguramente ya habéis visto. ¿Se percibe o no se percibe que están en la misma cancha deportiva que los nombres esos que te piden bochornosamente al comprar una entrada?

Resulta que a los cerebritos o cerebritas de ese ministerio (las mayúsculas eso) se les ha ocurrido una cosa. Casi todo por esos lugares son ocurrencias del momento, porque programa no demasiado, a no ser que cometamos la bajeza intelectual de llamar programa político a sentir desagrado ante al hambre, la pobreza o las desigualdades. Pero eso exige, si ese desagrado es político, lo que se exige en política, claro: un programa de acciones objetivas. Pero eso es demasiado aburrido (un vicepresidente ya cesado lo dijo con esa palabra, «aburrido», creído al parecer de que el ejercicio político era una asambleíta de la facu, en la que podía meterse a su gusto con «la de las perlitas» -porque ay de esta y de su aprobado como le contestara proporcionalmente-). Más divertido es una buena brainstorming con el café o la avena o lo que toque esa temporada de primera hora de la mañana. Y cayó esta ocurrencia: ¿sabes qué, ministra? Que en este país no avanzamos por la afición que tienen a los zombis, a los aliens chungos, a los apocalipsis volcánicos. ¿Tú te crees, tener eso como todo entretenimiento? Sólo puede llevar pues a lo que lleva, claro: todos quietos, todo como siempre, todos con miedo al futuro. ¡Tendríamos que convencerles de que el futuro mejor es posible! ¡Ahí está la clave!

De modo que se salen con esta campaña que… ¿qué? ¿Qué quiere esta campaña? A lo mejor que dejemos de hablar de la última de aliens o de zombis entre churro y churro con los amigos. O quizá que los que imaginan y escriben historias y novelas y películas… ¿dejen de escribir sobre eso, porque al ministerio de igualdad le parece mal?

También podemos plantarnos con los brazos en jarras ante el anuncio, que es el de un ministerio de un gobierno que se dirige a los ciudadanos pastoreando a estos en la dirección en la que tienen que pensar; plantarnos y simplemente decir en voz bien alta: ¿Pero cómo se atreven? ¡Que se vayan a la mierda! Ni a un vecino, ni a un concejal, ni a un guardia urbano, no te digo ya al director de un centro cultural, ni a un profesor, ni a un monitor de yoga, ni a un cocinero, ni a un camarero, ni a un maquinista de tren, ni a un alcalde, ni a un subdelegado del gobierno les permito yo que me digan en qué tengo y en qué no tengo que pensar, ni por supuesto si me da por disfrutar leyendo o escribiendo utopías o distopías o incluso Alicia a través del espejo; así que no te digo ya a la tropa esta de esa cosa llamada ministerio de igualdad.

Desde luego, estos y estas de ese ministerio no están en utopía alguna que yo pueda imaginar.