16 Mar El principio de confianza 10
El principio de confianza-10
Rafael Rodríguez Tapia
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Afortunadamente, la confianza familiar suele desarrollarse nunca sin dificultades pero normalmente con cierta salud, y ello llega a hacer visible que comiencen a considerarse «disfuncionales» precisamente las familias compuestas por adultos en las que la confianza es ciega, eterna e irracional, y sus miembros cierran filas «con razón o sin ella» alrededor del familiar puesto en duda por la sociedad, por ejemplo, por causa racional: en ocasiones se diría que lo que ciertas épocas han considerado apropiado se va dejando felizmente atrás, aunque nunca desaparecerá.
Definir la familia por la confianza es algo arriesgado, en efecto, porque precisamente una de las características probables de la salud familiar es que la confianza entre sus miembros no sea ciega. Si un miembro ha provocado que no se pueda confiaren él, hay que dejar de confiar en él. Asistirle, comprenderle quizá, es indispensable: he ahí los otros valores (solidaridad, tolerancia) que por su especial magnitud o modalidad se unirían a la confianza como definidores de la familia (no de la tradicional, sino de cualquier modo de familia). Confiar en quien ha destruido la confianza, familiar o no, es errar tanto como enviar aportaciones económicas solidarias a los financieros encarcelados por las estafas multimillonarias de 2008, o ser tolerante con los interrogadores de la Lubianka. La familia no está ni debe estar afectada por una especie de extraterritorialidad de sede diplomática por lo que respecta a las leyes de la racionalidad que debe presidir todo acto de confianza, que es lo que se suele confundir con el hecho y la necesidad de que sí debe dar entrada a afectos y comportamientos emocionales. Pero ¿acaso hay que defender estos dentro de una familia cuando se trata de asistir a un familiar recién accidentado con necesidad de un torniquete y un traslado a un centro médico? Ese es el momento de la racionalidad, no de la afectividad. La confianza, la decisión de otorgarla, su ejercicio, y la toma de decisiones basadas en la confianza, son también momentos de racionalidad. Ambos, la confianza y ese ejemplar momento de urgencia médica, adecuadamente llevados a cabo, tienen como consecuencia que después pueda vivirse la afectividad satisfactoriamente. Si ambos se equivocan y se dejan ser afectivos o emocionales, impedirán ese después, e impedirán el presente, porque probablemente el accidente se agrave, por su lado, y desde luego la relación, por el suyo, basado en una confianza no merecida, ni será la relación que se creerá que es en ese momento, ni tiene futuro alguno.
Un familiar no dejará de ser familiar a los demás efectos si es que ha traicionado la confianza de otro; esa confianza tiene que ser racional para que la familia no sea, precisamente, «disfuncional». Si se retira, como tal confianza racional aconseja, se puede seguir siendo solidario, tolerante y honesto con el familiar, pero seguir confiando en él sería destruir todo lo demás.
Se trata de una confianza racional a priori porque se ve afectada por el examen racional que hagamos de ella, pero no es consecuencia de este examen, sino que la otorgamos antes de realizarlo, así como un niño puede acabar desconfiando de su madre pero no lo hacía al principio. Es claro que hay aspectos en la cuestión que quedan por tratar, que nos llevan a considerar la otra posibilidad de este tipo de confianza, la profesional.
Lo que obliga a considerar la modalidad de confianza racional a priori profesional es una circunstancia tan elemental como que se viene al mundo, evidentemente, en una sociedad que cuesta muchos años conocer siquiera en sus mecanismos fundamentales; eso obliga a desarrollar la propia vida entre personas cuya fiabilidad tenemos que dar por supuesta, de entrada, y en el caso deseable ir investigando. Precisamente uno de los modos de caracterizar la maduración personal es la capacidad creciente de una persona para poner en cuestión las relaciones que hereda de su propio pasado infantil o juvenil, someterlas a crítica, y en consecuencia revalidarlas o descartarlas. Ello casi coincide con la misma definición de confianza profesional cuando esas relaciones no son las familiares. El recurso al adjetivo profesional tiene la intención de distinguir esta categoría de la familiar haciendo referencia a dos circunstancias: primero, no son relaciones obligatorias -entendiendo que el modelo de «obligatorias» son las familiares: a la familia no se la elige- sino sobrevenidas y optativas; segundo, son imprescindibles, pero no las personas en las que se encarnan: todos necesitamos relacionarnos con un profesor o un médico o un panadero, pero no forzosamente con este profesor, o este médico, o este panadero.
A propósito de esta posibilidad de sustitución es necesario subrayar lo siguiente. Las relaciones familiares y las profesionales se distinguen principalmente por ello, pero son frecuentes y conocidos los casos en los que se da lo contrario: un padre sustituto del biológico, o relaciones personales estrechas a las que se califica de «relaciones de hermanos»; del mismo modo, hay relaciones profesionales que parecen convertirse en insustituibles, de modo que, en efecto, sí le es a alguien necesario relacionarse con este médico y no con otro. Ambos casos son signo precisamente de problemas habidos en las relaciones primeras o en el sujeto de confianza. El caso más claro es el del hijo de padres que lo dan a terceros por no poder o no querer ellos criarlo; o el apego patológico de un sujeto a un determinado profesional precisamente por causas ajenas a su condición de profesional. Si lo que se expresa es solamente que se trata del profesional que realiza los actos propios de su profesión del modo más a gusto del sujeto, la cuestión es absolutamente otra, por supuesto. Entre eso y lo insustituible hay mucha distancia.
La confianza profesional es la que nos liga a todo aquel con el cual no necesitamos ni deseamos relaciones afectivas, o con aquellos que no las quieren de nosotros, pero del que sí necesitamos su trabajo o que necesita nuestro trabajo.