El principio de confianza 11

El principio de confianza-11

Rafael Rodríguez Tapia

(Cap. 5, cont.)

El hecho de que se procure no ir a ciegas al contratar del modo que sea a un profesional, y que se busquen informes de quien ya le conoce, o se investiguen sus credenciales, por ejemplo, lejos de constituir una contradicción del fenómeno de la confianza racional a priori profesional, muestra sencillamente cómo se da esta, de qué modo actúa y existe. Porque todo ello no es más que un intento de ganar terreno al posible error, pero al final, siempre, uno tiene que dejar actuar al profesional (lo más que puede hacer es no elegir a uno, sino a otro) y, como mucho, examinar luego los resultados y continuar o no continuar confiando en él.

Es de la máxima importancia el hecho de que esta confianza racional a priori profesional viene a ser una de las posibilidades de la modalidad individual de la confianza pública, con la cual en ocasiones llega a superponerse, como veremos más adelante, y que es la que posibilita la existencia de nuestras sociedades.

Pero no podría darse ese ascenso a lo público si los procesos de descubrimiento y establecimiento de la confianza no pasaran por la experiencia de la confianza racional a posteriori personal. Es esta la que, por así decirlo, «enseña» el modelo sobre el cual se desarrollará el comportamiento relacionado con la confianza racional en su modalidad última. Por supuesto, el proceso no es necesario en modo alguno, ni tiene por qué darse, ni nada en las sucesivas etapas o modalidades que estamos contemplando obliga a ir a una siguiente (que lo es sólo a efectos expositivos). Se da el caso de que las sociedades democráticas avanzadas los incluyen, y eso es lo que desde cierto punto de vista los define; pero eso podría no haber sido así, y entonces no estaríamos hablando de sociedades democráticas, sino de sociedades de otro tipo.

La posibilidad de conocer personas, reflexionar sobre su cualidad, y como consecuencia de esa reflexión confiar en ellas, no es, evidentemente, una característica de las sociedades democráticas. Pero sí es, después de las modalidades de confianza que hemos examinado, la que aporta por último una noción y una práctica de la confianza ampliando la cual se va a llegar a la actitud democrática. Esta confianza racional a posteriori personal se diría que es el modo que debería ser único de la confianza; pero las personas no son sólo racionales, ni vienen al mundo entre desconocidos ni, por último, están libres de ciertos condicionantes naturales, quizá evolutivos, que las obligan a confiar irracionalmente o racionalmente pero con anterioridad a un examen del objeto. Eso es así, la confianza es también eso, y no cabe desiderátum al respecto. Sin embargo, la confianza racional a posteriori personal parece la única «razonable»: y quizá porque es así. Las anteriores nociones de confianza no son suficientes para vivir y desarrollarse en el mundo y en la sociedad; la intervención de la racionalidad en el proceso es lo que hace diferente, e ilumina retrospectivamente el resto de las relaciones establecidas hasta el momento y, por encima de todas, las profesionales.

Aunque es necesario subrayar que esta exposición no es psicológica, ni mucho menos cronológica, sí puede ser descripción de lo que va constituyendo el desarrollo en el tiempo de individuos y sociedades. Naturalmente, no es que toda sociedad haya tenido que pasar por etapas como las que aquí se describen, y lo mismo puede decirse de los individuos. Más bien se podría decir lo contrario. Aunque hay individuos y sociedades que pueden operar con todas las modalidades de confianza simultáneamente, también los hay que sólo pueden hasta cierto punto, y son estos precisamente aquellos de los que quizá se podría decir con mayor seguridad que en ellos sí se han desarrollado las cosas de un modo similar al de la presente exposición. Desde cierto punto de vista cabe considerar que no todas las personas alcanzan un desarrollo suficiente como para establecer relaciones de confianza racionales a posteriori; hay quien, quizá muy avanzado en campos laborales o artísticos, en lo personal y emocional no llega a un estado desde el cual pueda poner en crítica las relaciones establecidas y, sobre todo, la confianza otorgada a sus anteriores relaciones. Pero eso no es relevante a los efectos que aquí nos importan, porque lo cierto es que el fenómeno último (la confianza racional a posteriori pública) al que nos acercamos es un hecho, y es un hecho además que no podría darse si la confianza racional a posteriori personal no fuera un suceso generalizado. Nos importa más que hay sociedades y dirigentes de sociedades que parecen fomentar que las gentes no se desarrollen más allá de cierto punto, evidentemente por intereses de poder, y que al suprimir los mecanismos de la crítica pública se diría que consiguen extender en lo personal un muy problemático corte del desarrollo, quizá constituyendo eso que en algunos momentos ha recibido el nombre de «sociedades infantilizadas». Las versiones de esta infantilización abarcan desde la aparente teocracia casi de tipo tribal, hasta las modalidades muy cubiertas de ropajes retóricos y terminología aparentemente avanzada o científica, pero detectable en su infantilismo precisamente por su desconfianza sistemática convertida en desprecio de lo extranjero, por ejemplo, casi siempre con fanático patriotismo expresado con afectación de desencanto o, lo que es casi lo mismo, un autodesprecio aparente que no es más que el masoquismo de formas fruto de un narcisismo infantil colectivo.