01 Jun El principio de confianza-15
El principio de confianza-15
Rafael Rodríguez Tapia
(cont.)
Capítulo 7
Modalidades de confianza: el origen de las instituciones
Nuestra elección de las cuatro funciones como las que definen una sociedad democrática pudiera parecer arbitraria si no nos detenemos a considerar, además de los tipos de confianza que ya venimos examinando, las modalidades de confianza. Digamos, adelantándonos, que esas cuatro funciones fundamentales lo son precisamente porque corresponden a las cuatro modalidades de confianza que, al principio elementales, propias de la vida individual de un sujeto y de su primera relación como ser vivo con su entorno, acaban siendo trasladadas de escala y requeridas, atribuidas y exigidas en ámbitos superiores a los meramente individuales o familiares, y así acaban construyéndose en acciones imprescindibles de una sociedad. Es precisamente ese traslado de escala lo que hace que la confianza se module según los tipos que hemos visto anteriormente; pero no nos puede resultar suficiente, como ya dijimos en su momento, reducir la noción de confianza a ese simple «abandonarse en brazos de otros», porque individuos, grupos y sociedades «se abandonan», por así decirlo, según varias posibilidades y de diferentes modos.
Es visible que un niño tiene que confiar en que la comida que le dan le va a alimentar, que la casa en la que le cobijan le va a resguardar de la intemperie, que sus mayores le van a proteger de agresiones y que además le van a informar acerca de cómo es el mundo y cómo desenvolverse por él. ¿Trasladar estas cuatro funciones a la escala superior de lo social es afirmar que las sociedades son mera consolidación de la incapacidad infantil y de la falta de autonomía propia de los individuos inmaduros? Sería así si el proceso se limitara a lo descrito; pero sucede que interviene un elemento más: ese mismo individuo pasa a participar de las funciones que construyen la sociedad, y se convierte a su vez en objeto de confianza. Ser a un tiempo sujeto y objeto de confianza es un fenómeno de importancia imposible de exagerar, porque es lo que a nivel individual separa la infancia de la madurez, y a nivel social distingue las sociedades democráticas de las que no lo son, o lo son deficiente o parcialmente. Naturalmente, habrá que tener el máximo cuidado en evitar la tentación de considerar que una sociedad en particular «ya» es perfectamente democrática, porque, como mínimo, dada la naturaleza funcional y dinámica de lo que define a esta, es imposible decidir un momento a partir del cual todo pueda detenerse, como en una fotografía, o como un insecto en ámbar, y proclamar que «ya» se ha alcanzado la perfección. Se puede comprobar que la advertencia no es inoportuna cuando se examina lo que afirman de sí mismas algunas sociedades sin duda muy avanzadas y benéficas por muchos conceptos, pero súbitamente decepcionantes cuando se pronuncian (con una falta completa de «virtudes democráticas» y un enorme derroche de desprecio) sobre otras. Hay, en esas sociedades y fuera de esas sociedades, quienes afirman que ya existe esa perfección; y ante ello sólo se puede avisar acerca de la proximidad de un cambio, con toda seguridad para mal, como una hipotética «Historia de las sociedades envanecidas» nos informaría sin dificultad alguna. Nos importa que todas las nociones que aparecen en estas páginas son dinámicas, y se presentan como en sucesión de fotogramas: cada uno considerado por separado, pudiera hacer pensar que una persona vuela, o que siempre tiene los ojos cerrados, cuando no son más que los fotogramas correspondientes al momento más alto de un salto, o al de un parpadeo. Pero hay que ver el resto de los fotogramas: ningún individuo confía siempre y del mismo modo, y ni siquiera en el mismo objeto. Las modalidades de confianza son asimismo vivas, tanto en su origen individual como en su progresivo traslado a lo colectivo y por supuesto en su vida como función social. Todo es dinámico en estas observaciones, y eso permite precisamente la vida democrática; sólo una cosa puede ser definitiva, que es la destrucción de la confianza.
Las modalidades de confianza son, pues, lo que nos informa de la función que el sujeto espera que se cumpla a satisfacción suya, y no nos informa del objeto sobre el que deposita la confianza. Es decir, uno puede confiar la reparación de su salud a Dios, a los astros, a un gurú, a sus familiares, a un profesional, a un amigo o al sistema público de salud (y así hemos recorrido todos los tipos de confianza sobre una misma modalidad); pero en todo caso, confiando según unos tipos u otros, estará poniendo en juego la misma modalidad de confianza: la relacionada con su supervivencia y su salud.
Todo procede de la experiencia del individuo común a las experiencias de todos los demás. Una noción tan simple como esta es la noción capital en esta materia. Sean cuales sean las experiencias diferentes, todos los individuos, en su nacimiento, su infancia y su crecimiento personal han tenido que entregar por completo su confianza en materias de seguridad, de cobijo, de salud y de información. Si una de estas ha fallado por completo, el individuo no ha superado su edad infantil. Si ha fallado parcialmente, o si han fallado varias parcialmente, puede haber superado la infancia pero, con toda seguridad, con problemas que apartarán su experiencia de la experiencia media de los que le rodean. Digamos que lo preferible sería no extender a «lo biológico» las enseñanzas y las comparaciones. Nos parece que las cosas son tal como las hemos descrito hasta ahora, pero el paso que habitualmente se suele dar a continuación estamos muy lejos de poder darlo. No vemos que el desarrollo biológico del individuo sea un correlato a pequeña escala del desarrollo de las sociedades, etcétera. Pero sí estamos convencidos de que una de las formas de caracterizar el acceso de los individuos a la edad adulta es precisamente el hecho de que comiencen a participar de las funciones fundamentales de la sociedad, a ser objetos de confianza y no sólo sujetos, como hemos dicho anteriormente. Y se diría que todo hace pensaren que las necesidades del adulto son similares a las del infante, y las necesidades de los grupos y las sociedades también lo son, si bien, como es natural, se expresan y se satisfacen por otros medios: ¿acaso los adultos y las sociedades mismas no necesitan salud, cobijo, seguridad e información? Ser uno más de los que trabajan por proporcionarlos, mientras por supuesto se sigue siendo necesitado, es lo que significa ser ciudadano.