El principio de confianza-17

El principio de confianza-17

Rafael Rodríguez Tapia

Capítulo 8

El principio de precisión de las funciones (y la dispersión)

De modo que las cuatro nociones que bajo su denominación pueden agrupar las cuatro necesidades básicas del ser humano en lo individual, pueden ser igualmente las que nos proporcionan las denominaciones de las cuatro funciones fundamentales e imprescindibles de las sociedades democráticas, y seguro que no por casualidad. Seguridad, organización de medios materiales, salud e información (es decir, seguridad, infraestructuras, sanidad y educación) no terminan nunca de estar satisfechas, y en lo social se instituyen como las funciones propias de lo público, es decir, organizadas a costa de todos, y participadas por todos como usuarios y como agentes de los servicios que proporcionan. Naturalmente, ni todos usan completamente y en todo momento esos servicios, ni por supuesto son agentes de todos; aunque lo cierto es que casi todos son agentes, de un modo u otro, de más de uno.

Es de suma importancia recordar que nada de lo que una de esas instituciones o servicios satisface puede ser satisfecho por otra; hasta cierto punto, manejan y administran mundos inconmensurables. Pero no por ello se trata de mundos estancos, ni carentes de influencia recíproca. Como mínimo, como se acaba de ver, una misma persona será, casi con toda seguridad, agente de más de uno de esos servicios, y no importa ahora si lo va a ser de modo reconocido y oficial, recompensado con salario o constancia pública, o sólo en la esfera privada. En cada persona confluirán dos o más de esas funciones, satisfechas o ejercidas en cualquiera de las escalas posibles. El policía municipal es miembro y agente reconocido de la función de seguridad, y al mismo tiempo cuida la salud de sus hijos que, por otro lado, están siendo educados desde luego en el colegio, y cuidados en su salud en hospitales públicos. Como no puede ser de otro modo, todo confluye al final en la persona.

Pero no todo confluye en el mismo momento o con la misma energía. Ni en lo público y colectivo, ni en lo privado e individual, unas funciones pueden sustituir a otras; pero las relaciones e influencias entre ellas no son simétricas ni iguales. Por exponerlo brevemente, las fuerzas de seguridad procederán a actuar contra un delincuente sin preocuparse demasiado por informarle, o por su salud, o por sus posibilidades materiales; pero esa misma actuación puede ser contemplada por ciertos especialistas  de la función informativa o educativa, y expuesta a continuación como información a los ciudadanos o, por ejemplo, a sus alumnos. Pero pocas acciones de la función educativa serán igualmente «contempladas» por las fuerzas de seguridad y aplicadas a su propio trabajo. Un juez manda a un ciudadano a la cárcel y no le importa si este ha entendido de verdad por qué se le manda (todo lo que parece consecuencia de esta preocupación no es más que mera formalidad para que su sentencia no pueda ser recurrida con éxito). Algo parecido pasa con el cirujano, o quizá todavía más intensamente: la función informativa no sólo no ha sido, tradicionalmente, el fuerte de las profesiones médicas y sanitarias, sino que incluso la han despreciado, y hasta extremos que han obligado a confeccionar reglamentos muy serios en los que se recoge el derecho del paciente a ser informado por lo menos un infinitésimo. Por su lado, la función informativa o educativa no se ha ocupado prácticamente nada de la salud hasta hace poco tiempo; empezando por el sistema escolar, que es la mayor expresión de esa función informativa y que durante años no ha tenido en cuenta el daño que podría hacer a la salud la altura de los asientos o las mesas escolares, o las horas de sedentarismo, o el deporte obligatorio mal concebido, diseñado y ejecutado; y llegando a los medios de comunicación de masas, que se diría se han esforzado por proceder a una divulgación distorsionante de los contenidos, esquemática y a menudo equívoca. Cualquiera podría continuar esta serie, porque todos vivimos en el mundo de las cuatro funciones fundamentales y sus recíprocas influencias, y su incapacidad para sustituirse: porque nada que se diga mil veces o un millón de veces en la escuela acerca de la salud proporcionará salud, sino sólo conocimiento acerca de la salud, y sobre el mismo modelo se pueden recorrer todas las combinaciones. Se diría que impera, en este aspecto, una especie de principio de precisión que impone una delimitación muy dibujada del alcance de las acciones de las cuatro funciones. O que se constituye en una especie de centro gravitatorio que exige concentración en cada función. Cuando se intenta soslayar, y los agentes de una función se proponen invadir territorios de acción propios de otra función de la que no son agentes, o sobre todo cuando evitan ser agentes de la función de la que lo son y se proponen emprender acciones propias de agentes de otras funciones, se produce un abandono de la función primera o una corrupción de la función segunda, y la sociedad comienza a estar carente de una satisfacción imprescindible para su supervivencia. Cada lector puede imaginar las posibles combinaciones de catástrofes que se darán entonces. 

Pero a menudo se insiste en que sí son intercambiables.