El principio de confianza-18

El principio de confianza-18

Rafael Rodríguez Tapia

Capítulo 8

El principio de precisión de las funciones (y la dispersión)

Es decir, claro que es posible que unas funciones intenten suplantar a otras, o aniquilar a otras, o que haya quien intente que una u otra o quizá todas desaparezcan como funciones públicas: entonces estaremos hablando de otros tipos de sociedad, o de sociedades quizá de orígenes o pretensiones democráticas pero gravemente lastradas y probablemente sin demasiado futuro si es que no media un acontecimiento parecido a una revolución que es por definición la negación del futuro de la sociedad anterior.

La dificultad inicial para este examen la proporciona el hecho de que en política todo tiene su origen, se quiera o no, en juicios de valor. A una persona le parece mejor que entre todos paguemos las operaciones de bypass de los que no pueden pagárselas; o que entre todos paguemos la construcción de autopistas de circulación libre. O, por el contrario, hay quien piensa que lo correcto es que no se opere de bypass quien no puede pagárselo con su propio dinero, pero a la vez que piensa eso sí cree imprescindible que haya un sistema público de enseñanza. Hay quien llega a afirmar que el mejor sistema público de enseñanza es el que no existe, y que lo mejor es que cada colegio se rija por sus propias normas y cobre por su enseñanza a cada alumno, pero el mismo que afirma eso usa aeropuertos para sus viajes, aeropuertos construidos a costa de todos, y por entrar a los cuales nadie le exige el pago de un peaje. Y así sucesivamente: probablemente sedan todas las combinaciones posibles de opiniones, por contradictorias que parezcan, incluyendo casi todos los grados intermedios posibles (que la sanidad sea gratos hasta el quirófano, pero este ya no, mientras que la justicia sólo ejerza sus funciones si un demandante paga los costes, salvo en los casos civiles, etcétera). Así que hay que tener en cuenta que reflexionar en la actualidad sobre los cuatro objetos fundamentales de la confianza, tanto a nivel individual como a nivel político, exigirá siempre con posterioridad un apéndice que relacione el detalle, uno por uno, de los elementos incluidos en la reflexión. Aunque quizá no siempre. Cabe considerar la propuesta de que las cuatro funciones se den netas, sin más recortes que los que las posibilidades económicas globales fuercen, y discutiendo sólo las incorporaciones y matices a los que la vida de la sociedad obligue, pero sin discutir la misma existencia de esas cuatro funciones. En realidad, esa es la propuesta de la sociedad que, quizá un tanto por convención, y aunque en muchos casos sólo como ideal que perseguir, se ha venido denominando «sociedad europea».

 

En cualquiera de los casos, ese modo de principio de precisión es exigencia insoslayable: la función material, por ejemplo, se debe dedicar a la función material, a las infraestructuras de uso general y común, y no a adoctrinar ni siquiera sobre su propia función; si los profesionales o los administradores de la función sanitaria, por ejemplo, intentan entrometerse en las infraestructuras, lo que inmediatamente conseguirán será el deterioro de la función con la que ellos tendrían que estar cumpliendo, y casi con toda seguridad el entorpecimiento de las acciones propias de la función en la cual se han entrometido. Es un asunto delicado: la libre expresión y circulación de ideas propia y exigible en las sociedades democráticas tiene sus propios lados oscuros, y quizá este es uno de los más temibles: la tendencia a justificar como tal libertad de expresión lo que a menudo no es sino mero exabrupto, o quizá simplemente opinión de usuario que, como tal, está en su derecho de darla, pero no de convertirse por ello en gestor de una función de la cual sólo conoce ese resultado que como usuario se le hace visible. No es un asunto menor, aunque aquí no se vaya a tratar con mayor extensión; nos importa porque es una de las causas más frecuentes de ignorancia del principio de precisión exigible a las funciones públicas, principio sin el cual estas funciones dejan de serlo, y desde luego, por lo que en esta obra exponemos, dejan de merecer una confianza que solicitan. No costaría demasiado encontrar correlatos en las escalas sucesivas: todo el que se ofrece como objeto de confianza lo hace con un contenido en particular, sea este explícito o no (y esto es válido desde el individuo hasta las funciones públicas); esa confianza está, pues, relacionada con ese contenido particular de esa oferta particular. No existe la confianza general para cualquier objeto y en cualquier momento. Cada acto de confianza, por prolongado que sea en el tiempo, exige un contenido específico tanto como exige un sujeto y un objeto; es decir, exige atenerse a unas acciones concretas y previstas, o por lo menos previsibles, y ceñidas a la consecución del fin para alcanzar el cual el objeto ha recibido esa confianza.

(Cont.)