01 Oct El principio de confianza-19
El principio de confianza-19
Rafael Rodríguez Tapia
Capítulo 8
El principio de precisión de las funciones (y la dispersión)
Cont.
El principio de precisión de las acciones del objeto se erige, pues, en elemento imprescindible para que se pueda hablar de un acto satisfactorio de confianza. En lo que respecta a la confianza racional a posteriori pública, es decir, la que se otorga a las funciones fundamentales de nuestra sociedad (o a las instituciones en las que toman cuerpo, o a sus agentes), es exigible esta precisión más que en cualquier otra escala, contra lo que se suele considerar: la misma extensión inabarcable que han llegado a tener las cuatro instituciones se diría que invita a muchos a aceptar un desdibujamiento de sus límites como algo inevitable, cuando en realidad es al contrario. Colaboraciones e influencias entre las cuatro instituciones no son lo mismo que ampliación de esas instituciones, y mucho menos que compartir fines. Pero es necesario vigilar con cuidado la tentación totalitaria: estamos hablando de las cuatro funciones como fundamentos de una cierta definición de sociedad, pero en absoluto hay que extraer de ello que todo lo de esa sociedad son esas cuatro funciones.
Cada función tiene que «dedicarse a lo suyo» con precisión, sí, pero hay más cosas que hacer en nuestras sociedades que las que hacen estas cuatro funciones. Otras tareas y otros fines tienen que ser perseguidos por los ciudadanos, cuyos trabajos no cabrán todos en una u otra de las cuatro funciones. Es de suma importancia comprender una especie de daño colateral inevitable de la misma existencia de las cuatro funciones sociales: habitúa a muchos a pensar todo en relación con esas cuatro funciones, a no entender nada fuera de ellas, a no quererse ver fuera de ellas. Es un trastorno de consecuencias gravísimas y quizá degenerativo; utiliza como arma precisamente el ocultamiento del principio de precisión, para así desdibujar aparentemente los contornos de las funciones e instituciones y colarse en ese espacio desenfocado creado entre unas y otras, desvirtuando a unas y a otras. Por ejemplo, un cantante ejerce una función quizá importante, pero no fundamental ni definitoria de nuestra sociedad; como la mayoría siente esa importancia, ese cantante puede ofrecer conciertos con entradas a precios quizá elevados, que muchos van a pagar con gusto. Eso es todo. No tiene por qué situarse ese cantante en una de las funciones fundamentales, ni hay por qué buscarle lugar en alguna de las instituciones, ni su trabajo pertenece ni es parte de una acción propia de las cuatro funciones. Pero casi inevitablemente adjuntos a las acciones musicales de ese cantante circulan y se pronuncian muchos propagandistas de, por ejemplo, los beneficios salutíferos de su música, pidiendo así, en unas ocasiones con gran claridad y en otras más oblicuamente, quizá que ese cantante participe como beneficiario literal y monetario del presupuesto del que a cargo de todos se dota a la función sanitaria. O si lo que publicitan de ese cantante es su beneficio didáctico, o «educativo», quizá lo soliciten del presupuesto de la función educativa. Todo ello es un error, porque sus acciones no son propias de ninguna de esas funciones (y que si así se decide se dote un presupuesto público para cantantes de utilidad pública, por así decirlo; no sería ese el error si así se decide y se puede hacer, sino el que se adjudique su trabajo a una de las cuatro funciones). Aunque pueda parecer humorística, no lo es la afirmación de que por ese camino se acaba convirtiendo la función sanitaria en una administración de conciertos. Precisamente a causa del desprecio del principio de precisión.
Hemos dicho que «cada función tiene que dedicarse a lo suyo», es decir, atenerse a este principio de precisión, pero hay que subrayar que eso sólo es posible si no se le atribuyen o se autoatribuye otras funciones que no le son propias. Eso sólo puede ser posible si esa función o institución se ha vaciado previamente de sus tareas propias (es decir, si se las han arrancado), o si alguien en su interior y con poder ha decidido por su cuenta promover una revolución histórica que corte y cree una discontinuidad (lo cual, por más que suceda de vez en cuando, nunca triunfa naturalmente). Se fabrica una especie de círculo, en el cual se exige el vaciado de acciones propias de una función, pero esto sólo es posible cuando ha fallado la confianza depositada en ella, pero esta confianza falla más y más cuanto más abandona esa función sus acciones propias, etcétera: una función que ha abandonado el principio de precisión ya no es objeto posible de confianza, o sólo lo es de confianza desviada. Una función que ya no es objeto de confianza o sólo lo es de confianza desviada ha dejado de ser una función fundamental de una sociedad democrática: y esto no significa que la sociedad democrática pueda seguir siéndolo en lo sucesivo sin esa función, sino que está dejando de ser democrática. estamos a un paso , o a medio paso, del libro VIII de la República de Platón, como vamos a ver un poco más adelante.