15 Nov El principio de confianza-2
El principio de confianza-2
Rafael Rodríguez Tapia
(Continuación)
Pero en todos sus sentidos y acepciones conserva como mínimo un elemento: no hay una sola persona que lo pueda todo; no hay un solo grupo de personas que lo pueda todo; no hay una sociedad que lo pueda todo. Las personas dependen unas de otras, así como los grupos y las sociedades. Esa dependencia es el suelo sobre el que directamente pisa la confianza. La persona, el grupo o la sociedad que afirman que no necesitan confiar en otros, intentan afirmarse sobre el suelo de la autosuficiencia, que en todos los casos y escalas no es más que una mentira equivalente a la que sería la afirmación de que el ser humano puede respirar debajo del agua: lo puede simular un breve tiempo, dependiente de aparatos y técnicas, pero al agotarse estos se agota también la simulación.
El principio de confianza es fundamento de la vida personal y social, pero ello no quiere decir que esa vida se acabe al vulnerarlo. Es fundamento de las relaciones entre dos personas en la versión más esquemática de esas relaciones, así como de las relaciones de amistad, o familiares, profesionales y sociales en su sentido más amplio y complejo: y la palabra confianza adquiere en cada uno de esos ámbitos matices particulares que en ocasiones se confunden.
Esos diferentes niveles y escalas, además, se complementan o se compensan, como se puede ver en los conocidos casos de concentración en la vida profesional de una persona que en lo personal o familiar no obtiene satisfacción, o viceversa, o en múltiples posibilidades más. Es decir, ante una catástrofe de la confianza (ser objeto de una traición, por ejemplo) en un nivel, la persona puede encontrar apoyo suficiente en el ejercicio de la confianza en otro nivel para continuar participando de la vida social y obteniendo las necesarias satisfacciones vitales; quizá algo similar sucede en los grupos, pero no está tan claro que las sociedades objeto de una traición puedan poner en práctica tal mecanismo compensatorio.
Las sociedades son el nivel más alto, «el género generalísimo», por así decirlo, y los objetos de su confianza no tienen, en principio, sustituto posible, salvo que se pongan en marcha mecanismos muy peculiares y en todo caso inestables, de fortuna y de breve vida. Puede darse el caso de una pérdida sin remedio de la posibilidad de confiar, y ello sin entrar en los terrenos de la psicopatología, que condena a quien lo sufre a una especie de ostracismo o de destierro vital, una especie de estado perimórtem crónico de sufrimiento tan indescriptible como el de la depresión: y ello en individuos, pero también en grupos y en sociedades.
La confianza, en cualquiera de sus escalas y acepciones, tiene un sujeto, que es quien confía; y un objeto, que es aquel o aquello en quien o en que se confía. Y tiene un contenido, en general de muy complicada conformación, que implica y es consecuencia de un proceso complejo de comunicación entre sujeto y objeto: es igualmente confianza, pero no es una confianza igual, la que se deposita en un amante que la que se deposita en un cirujano o en un agente de policía.