15 Oct El principio de confianza-20
El principio de confianza-20
Rafael Rodríguez Tapia
Capítulo 9
La lealtad (y la traición)
Una vez que se han establecido relaciones de confianza con un objeto, sea una persona, un grupo, una institución o una función social, esta confianza puede desvanecerse, como hemos visto, bien por un examen racional de esa relación, bien por causas no racionales. La confianza irracional que hemos examinado no está en absoluto a salvo de este desvanecimiento sino que es incluso más susceptible de sufrirlo.
Se suele considerar que son más fuertes los motivos emocionales, como si en ellos hubiera más energía que en la mera razón; quizá es así en algunas ocasiones, pero no parece que lo sea en cuanto a la decisión de depositar la confianza en algo o en alguien. Es posible que, en general, las formas con las que se expresa esa confianza irracional tiendan a ser más ruidosas o aparatosas que las formas en ue se expresa la confianza racional, y ello puede llevar a suponer que se trata de una confianza más honda y extensa. Pero lo cierto es que en muchas ocasiones es más frágil y volátil, y hasta sugiere que los motivos de su establecimiento fueron igualmente frágiles y poco consistentes. Continuar por ese camino nos obligaría a adentrarnos en el territorio de las psicologías: si alguien ha entregado su confianza a otro en contra de lo que el juicio racional aconseja, están jugando en el proceso fuerzas muy personales de la constitución intransferible de cada uno, que en un primer examen se podrán atribuir a un arco uno de cuyos extremos será la entrega amorosa, y del cual el extremo opuesto probablemente será cercano o similar al fanatismo político o en general ideológico o religioso. Y todo ello merece examen, por supuesto, por pate de especialistas, pero a nosotros nos aparta de nuestro camino, que quiere mantenerse desde el principio y hasta el final apegado a los hechos generales, observables y no cuantificables. Vemos así que algo que se diría obvio y elemental parece ignorarse a menudo: que la confianza entregada sin examen racional (sea este anterior o posterior) se expresa a menudo con formas contundentes, pero que su cese es súbito y la expresión de este fin no es menos audible, y frecuentemente consiste en una nueva entrega irracional de confianza a objetos equivalentes pero de valores opuestos. Es muy frecuente en el caso de antiguos militantes de partidos o ideologías extremos, que al alcanzar cierta edad, o quizá cierta situación económica o social, abandonan sus anteriores proclamas y comienzan a proferir proclamas de signo contrario (quizá progresivamente, obedeciendo a pudores relacionados con la propia imagen, pero en ocasiones muy súbitamente). Es claro en la mayoría de los casos que aquellas antiguas afiliaciones a movimientos radicales obedecían a impulsos juveniles (que no por ello son menos legítimos, naturalmente, ni incluso desatinados; pero que tampoco están libres de serlo por juveniles), normalmente alimentados por emociones intensas de indignación, que es un elemento común a los extremos derecho e izquierdo del arco político. Pero merece extensa reflexión la frecuencia con la que se observa el fenómeno de intercambio de posiciones al alcanzar esa situación de edad o social entre los individuos que previamente se habían situado así. En ocasiones parecería que rige una norma lamentablemente ineludible que se podría formular simplemente «del totalitarismo al totalitarismo»: al descubrir lo que ahora consideran errores de su juventud en cuanto a la entrega de su confianza a una agrupación política, muchos individuos, en lugar de proceder racionalmente en la sucesiva elección de sus objetos de confianza, siguen operando irracionalmente y, se diría que faltos de otras formas de expresión quizá por falta de entrenamiento, se pronuncian con igual acritud y dureza que antaño, pero ahora con las pretensiones contrarias. Todo ello, como decimos, no deja de tocar permanentemente elementos emocionales personales que aquí vamos a dejar de lado. Pero nos proporciona el modelo sobre el cual podríamos entender que, en España, tantos antiguos miembros juveniles de oposición al franquismo hayan acabado por ser, en la actualidad, activistas o propagandistas de valores tradicionales y, en ocasiones señaladas y notorias, con enorme agresividad. ¿No es similar a la clásica situación de comedia del amante despechado que busca refugio en un nuevo amor cuyas cualidades son las opuestas a las del amante anterior? ¿O a la extendida actitud que se denomina desde hace tiempo «furia del converso»? Es una realidad que estos fenómenos se dan, y todos ellos tienen en común es confianza primera no muy defendible racionalmente, pero sobre todo, para lo que nos importa, no muy vulnerable racionalmente, entendiendo por tal que no había argumentos, por fuertes y evidentes que fueran, que consiguieran acabar con esa confianza. Como se ve, es muy difícil evitar el territorio psicológico del fenómeno, pero debemos hacerlo para no invadir parcelas ajenas.
Sucede que, en todo caso, la pérdida de confianza sigue esas pautas conocidas al examinar la confianza irracional y la pérdida de confianza irracionalmente depositada. Para un individuo es una catástrofe perder a una pesona en quien confiaba; hay grados diversos en esta catástrofe, pero en todo caso el más leve es destructivo de modo casi irreparable.
(…)
Pero no olvidemos que, en todo caso, la confianza depende del objeto y no del sujeto que confía. Es ese que se tomaba por «amigo de verdad» el que ha incurrido en conductas que han provocado que ahora ya no se pueda confiar en él.