15 Nov El principio de confianza-22
El principio de confianza-22
Rafael Rodríguez Tapia
Capítulo 9
La lealtad (y la traición)
(Cont.)
En todo acto de confianza, y dado el carácter inevitablemente ligado al tiempo de este fenómeno, hay una mirada hacia el futuro, y una expectativa, como hemos visto. Esta expectativa es, por definición, la del cumplimiento de lo solicitado por uno y ofrecido por otro. Hay, pues, dos narraciones que antes o después se van a ver confrontadas: lo solicitado por el sujeto de la confianza y lo ofrecido posteriormente por el objeto de confianza. Es decir, el contenido mismo de la confianza (que es eso que solicita el que confía, o que ofrece aquel en quien se confía) es lo primero que hay que vigilar escrupulosamente para que no se modifique, perceptible o imperceptiblemente, con el paso del tiempo desde que la confianza se promete hasta que se expresa en acciones satisfactorias o no satisfactorias. Si esa modificación se da por acuerdo entre objeto y sujeto, naturalmente no hay problema. Si esa modificación se da por causa de una de las partes sin conocimiento de la otra, se producen los conflictos: si el sujeto de confianza decide, durante el tiempo de expectativa, cambiar el objeto de su confianza hacia alguien y sin comunicarlo ni obtener el acuerdo de este, se produce una de las modalidades del llamado «abuso» de confianza. Si la modificación de ese contenido la produce el objeto de la confianza, es decir, aquel en quien se ha confiado, sin conocimiento del sujeto, se produce lo que se llama traición.
No hay muchas formas diferentes de abuso: por un lado, el del sujeto, consiste en pedir más de lo anticipado; por otro lado, el del objeto, consiste en dar menos, o dar otra cosa que la anticipada, habitualmente con beneficio oculto para él.
De traición hay probablemente muchas más modalidades, pero parece que todas pueden agruparse bajo esa forma general de modificación del contenido por parte de quien ha recibido la confianza: hacia otro objeto ajeno a lo comprometido o hacia ninguno, es decir, vaciando de contenido la relación. Parece que todas las relaciones que intuitivamente las personas consideran de traición resultan consistir en eso: en definitiva, el abandono de los objetivos cuya satisfacción se había comprometido con el sujeto, y sin conocimiento previo de este.
Capítulo 10
La adecuación de la confianza (y la desviación)
Una sociedad lo es, y no es una horda o una tribu, porque ha institucionalizado ciertas funciones, y porque sus miembros individuales otorgan su confianza de diferentes modos según las diferentes escalas de relación, la superior de las cuales es la confianza racional a posteriori pública, que es la que sostiene institucionalizadas a esas mismas funciones cuyo contenido observamos desde el nacimiento individual de cada nueva persona hasta la construcción de las sociedades democráticas más complejas.
Hay sociedades no democráticas que pueden estar incluidas en la afirmación anterior casi por completo pero no del todo, o sólo en parte, o sólo en una parte ínfima. Las sociedades feudales comenzaban a organizar las funciones de seguridad (aunque fuera de un modo que a nosotros nos parece inadecuado, era un modo de organizarlas), pero prácticamente ni habían comenzado a plantearse las funciones sanitarias ni las educativas, y conservaban una cierta herencia de las infraestructuras romanas, con algunas mejoras en algunos casos. Pero sería un error grueso no recordar que todo esto se afirma desde nuestra concepción de lo que son las funciones sociales en nuestro momento histórico. Porque lo cierto es que sí tenían preocupación por la sanidad: por resumirlo esquemáticamente, todos se preocupaban por su salud y por la de sus cercanos, y entregaban sus cuidados en la mayoría de las ocasiones a… el poder de la oración. Se podría decir que, por su parte, la educación no estaba del todo abandonada: desde muy antiguo existía la figura del profesor en sus diferentes modalidades, que iban desde el preceptor privado hasta esos oradores de los que hace tan divertidas descripciones san Agustín, y que eran algo equivalente a los actuales profesores universitarios de Derecho. Diversas escuelas historiográficas coinciden en considerar «oscura» esa época del feudalismo a la que antes nos referíamos; independientemente de lo discutible que pueda ser esa oscuridad, es cierto que en lo relacionado con la enseñanza sí parece producirse un cierto eclipse, o por lo menos una retirada precavida, y durante mucho tiempo la enseñanza sistemática y sus variantes se refugian en los monasterios. Con la enseñanza, se refugia el conocimiento de cierto nivel y de cierta cualidad, que parece así abandonar el mundo y la circulación libre. Tan en retrospectiva como lo hacemos desde principios del siglo XXI, lo cierto es que aquellos tiempos medievales se contemplan como difíciles para esa libre circulación de ciencia y filosofía, y parece que sólo se puede dictaminar el acierto de aquel refugio. Pero esta es una materia diferente a todas las demás, que nos hará volar continuamente por encima de ocho o nueve siglos, cuando no de quince, como hace Alasdair MacIntyre al observar en nuestros tiempos ciertas similitudes con los medievales, y expresar su convicción de que nos hace falta un nuevo san Benito que instituya monasterios en los que el conocimiento vuelva a acogerse, protegido, frente a los huracanes de brutalidad que parecen comenzar de nuevo. Sea como fuere, en tiempos anteriores al actual se ha venido teniendo de la que aquí llamamos «función informativa» o «función educativa» una concepción al principio diferente de la nuestra; pero la nuestra no es, por supuesto, generación espontánea, y es consecuencia de las anteriores. Puede ser apasionante el relato de esa evolución, desde la consideración del conocimiento y la ciencia como algo propio de elegidos, o malditos, o divinos, hasta la exigencia de que pertenece a toda persona y se le debe proporcionar a costa de todos; pero ese relato no cabe aquí. Los sistemas educativos europeos no nacen de pronto, sin antecedentes, sino que son transformación y mejora de organizaciones anteriores, que a su vez eran suma de iniciativas menores y dispersas, etcétera.