El principio de confianza-25

El principio de confianza-25

Rafael Rodríguez Tapia

Capítulo 11

Examen de confianza: adecuación, lealtad, precisión (Cont.)

Las mismas nociones que nos han traído hasta aquí son las que nos ofrecen la respuesta: las funciones sociales fundamentales deben ser perfectamente satisfactorias en el cumplimiento de los cuatro valores fundamentales de nuestras sociedades: tolerancia, solidaridad, honestidad y confianza. Quizá se pueda pensar que esta respuesta es demasiado genérica, porque lo complicado está, en efecto, en el examen detallado del cumplimiento con cada uno de esos valores. Ahora nos estamos ocupando de la confianza, y no es descartable que lo que desarrollamos para esta se pueda aplicar a los otros tres valores con sólo unas mínimas correcciones de contenido: la institución o la función fundamental debe ofrecer en cada caso los signos establecidos como visibles de estar poniendo en juego ese valor en particular que se quiere examinar; debe poderse afirmar que pone en juego en su acción el tipo adecuado y no el desviado de ese valor; en tercer lugar, las acciones esperadas como propias de ese valor deben coincidir con las verdaderamente llevadas a cabo, descartando así la traición de ese valor; y en cuarto lugar, debe cumplirse el principio de precisión escrupulosamente (que no está menos relacionado en su contenido con la función de la que en cada caso se trata como con el valor que en cada caso se está examinando: se debe ser tolerante exacta y precisamente con lo que se debe ser tolerante, y no con otro objeto de posible tolerancia, etcétera).

Pero todo ello excede el espacio de esta obra, y aquí debe quedar mencionado quizá sólo a título de sumario de posteriores reflexiones. Nos importa examinar la confianza tal como venimos proponiendo, con la convicción de que su estado nos informará suficientemente de la salud de nuestras instituciones fundamentales. Por decirlo brevemente: ¿podemos confiar en nuestras instituciones fundamentales? ¿Podemos confiar en que las funciones fundamentales que nos definen como sociedad están siendo llevadas a cabo satisfactoriamente por las instituciones que se han construido precisamente con ese fin? Podríamos preguntarnos también: ¿cumplen nuestras instituciones con el principio de tolerancia? Y así con los otros valores. Una respuesta positiva, en todos los casos, incluiría siempre elementos necesitados de reparación, porque estamos hablando de la vida de las sociedades y las personas, nunca perfectas ni acabadas; pero una respuesta negativa nos situaría ante un panorama especialmente sombrío.

De modo que nos ponemos manos a la obra y nos aproximamos a las cuatro instituciones con nuestras herramientas de examen de la confianza: 1) si la relación con ellas es de confianza o no lo es, si solicitan confianza o si se les da; 2) una vez comprobado que sí se trata de una relación de confianza, examinamos si la confianza que solicitan o la que se les da es de un tipo adecuado o si es una confianza desviada; 3) además, siendo adecuada o siendo desviada, cabe la posibilidad de que los contenidos anticipados coincidan o no con los verdaderos, es decir, que esa confianza (desviada o no) sea traicionada o no sea traicionada; 4) por último, sea cual sea el estado de lo anterior, hay que examinar también si se cumple el principio de precisión en esa relación de confianza, sea esta desviada o no, haya sido al final traicionada o no.

Con anterioridad a los resultados del examen, debemos establecer lo que podríamos llamar criterios de salud  en función de las posibles combinaciones de esos resultados: en todo caso, desde luego, la relación debe ser de confianza, y eso queda fuera de discusión. Debemos combinar las posibilidades de desviación, de traición y de precisión. No merece la pena detenerse a confeccionar el cuadro de combinaciones: la relación de confianza con las instituciones fundamentales debe cumplir con las condiciones de ser adecuada (no desviada), no traicionada (ni objeto de abuso) y precisa (no dispersa hacia otros contenidos). Sólo así se puede hablar de una función que se está cumpliendo a satisfacción y de una institución que funciona adecuadamente. Si no cumple con uno de esos criterios, estaremos hablando de una función deficitaria en una u otra medida, que en cada caso habrá que examinar para pronosticar un futuro y quizá prescribir una reparación. Por ejemplo, una confianza desviada en la institución sanitaria no impide a corto plazo que esta trabaje a satisfacción; no importa que un ciudadano «crea» religiosamente, irracionalmente, sea en la institución, sea en el carisma personal de algún médico, para que esa relación de confianza dé lugar a una acción satisfactoria, como pudiera ser la adecuada intervención sobre el ciudadano enfermo. Pero a medio o largo plazo eso es una disfunción que hay que corregir, porque si se extiende la creencia religiosa o supersticiosa o carismática en la institución sanitaria, desaparecerá el análisis crítico de la misma, y con toda seguridad esa situación se acabará pareciendo a la arcaica relación casi de rebaño hacia un pastor investido de poderes mágicos que caracterizó el mundo anterior a la racionalización de la medicina. De modo que, para supervivencia de la institución (que no hay que olvidar que es una de las fundamentales de nuestra sociedad: no es ninguna frivolidad pretender esa supervivencia) convendrá adoptar medidas del estilo del comentario crítico a modo de encuesta de obligado cumplimiento por cada paciente, por ejemplo, que induzcan en todos una racionalización de su relación con la institución y en consecuencia una progresiva desaparición de los elementos irracionales.