15 Ene El principio de confianza-26
El principio de confianza-26
Rafael Rodríguez Tapia
Capítulo 11
Examen de confianza: adecuación, lealtad, precisión (Cont.)
Por seguir con el mismo ejemplo, si lo que se encuentra en el examen es un problema con el tercer criterio, el de la traición, en el caso de la institución sanitaria eso es probablemente un error catastrófico, como cualquiera puede imaginar ((consistiría, digamos, en recetar una aspirina a un paciente de úlcera gástrica, o simplemente en hacerle rezar o en ponerle a jugar a las cartas); aun cumpliendo a satisfacción con otros criterios, sólo fallar en este obligaría a una reconstrucción probablemente integral de la institución (o al abandono de nuestro modelo de sociedad, naturalmente). Por último, si no hay traición ni desviación, pero sí imprecisión, aun así pudiera ser que la institución funcionara, si bien defectuosamente, pero la situación no sería catastrófica, sino sólo necesitada de reparaciones: una sanidad que pide y a la que se le da una confianza racional a posteriori pública, y que no traiciona esa confianza, pero que gasta parte de su presupuesto en montar funciones de teatro o en producir películas cinematográficas o en fabricar módulos para cubiertas de hormigón pretensado, es una sanidad que no va a durar mucho tiempo antes de agostarse, aunque de momento esté funcionando, cuando se dedica a lo suyo, a satisfacción.
Lo aquí expuesto no es más que una sinopsis del examen que, más o menos extenso, cualquier lector puede proceder a realizar, con más detalle y matices. Tanto las infraestructuras como la seguridad presentan sus propios problemas, como era de prever. Cada una de las instituciones merecería un tratado para ella sola, y probablemente ni aun así se agotaría su examen, porque junto a zonas insatisfactorias presentan otras perfectamente satisfactorias, y siempre en dinámica cambiante, además. Dedicar toda una policía municipal a la simple acción de recaudar fondos para el ayuntamiento por la vía de las multas, abandonando de modo ostensible las tareas de protección del ciudadano, tal como está sucediendo, es una grave disfunción, evidentemente, que tiene no obstante una solución muy sencilla: dar la orden adecuada. Por así decirlo, no es la democracia la que peligra con esa enfermedad eventual de los mandos políticos de esa policía, sino solamente la comodidad de los ciudadanos que padecen semejante estupidez. ¿Es un problema de la función de seguridad? En efecto, es un problema concretamente relacionado con el principio de precisión, como es evidente. Otros problemas del principio de precisión relacionados con la seguridad (detener al inocente o, en su versión máxima, bombardear una ciudad para detener a un ladrón) han sido intensos en unas u otras épocas, pero todos tienen la peculiaridad de tratarse de problemas más estrechamente relacionados con los criterios técnicos y profesionales que en casos propios de otras funciones sociales; son problemas debidos a la imposición de criterios no profesionales (políticos, económicos de conveniencia, etcétera) sobre los profesionales. En fin, cada aspecto de cada función social fundamental tiene, por decirlo brevemente, su parte débil, que hay que vigilar y corregir con especial cuidado. Tienen, sobre todo, un mecanismo de compensación interna: si fallan en algunos de los criterios de nuestro examen de confianza, se pueden apoyar en los otros para proceder a reparar el defectuoso: adecuación (desviación), traición (cumplimiento) o precisión (dispersión) de una función social fundamental pueden acudir unos en reparación de otros, dentro de cada función, o por lo menos como base firme sobre la que plantarse para proceder a la reforma y reparación del defectuoso.
Hemos encontrado que eso no sucede así con las cuatro funciones, sino sólo con tres de ellas. La función educativa exige, para ser satisfactoria, el perfecto funcionamiento de los tres criterios. En la función educativa no pueden acudir unos en auxilio de otros. Ya hemos visto que un paciente puede estar bien operado de apendicitis aunque el hospital, de momento, gasta parte de su presupuesto en producción vinícola. En la educación no es posible esa combinación. Si falla uno solo de estos criterios, falla el conjunto.
SEGUNDA PARTE
DEMOCRACIA Y FUNCIÓN EDUCATIVA
Capítulo 12
Platón, República, Libro VIII
En el Libro VIII de su República, Platón se detiene a describir los orígenes de las causas y de la muerte de los diferentes regímenes políticos. La misma codicia que define a los oligarcas es la que acabará con ellos, por ejemplo; en cuanto a la democracia, que considera que «la libertad es el único estado digno de vivir en él», la amenaza es ese mismo deseo de libertad que, si se hace insaciable, acabará llevando a todos a una tiranía: «El padre se acostumbra a que el hijo sea su semejante, y a temer a los hijos, y el hijo a ser semejante al padre, ya no respetar ni temer a sus progenitores, a fin de ser efectivamente libre». Continúa un poco más adelante: «En semejante estado, el maestro teme y adula a los alumnos y los alumnos hacen caso omiso a los maestros, así como a sus preceptores; y en general los jóvenes hacen lo mismo que los adultos y rivalizan con ellos en palabras y acciones; y los mayores, para complacerlos, rebosan de jocosidad y afán de hacer bromas, imitando a los jóvenes, para no parecer antipáticos y mandones». (Rep., 562 c-d, 563 a-b).
Parecería una broma de algún filólogo clásico empeñado en criticar la sociedad actual y en particular las costumbres educativas de nuestros días. Pero no lo es: lo escribió el mismo Platón, en época muy cercana a la de aquellas otras palabras que Tucídides pone en boca de Pericles, con las cuales abríamos esta reflexión.
(Continúa)