01 Dic El principio de confianza 3
El principio de confianza 3
Rafael Rodríguez Tapia
(Continuación)
Al agrupar la confianza junto a la tolerancia, la honestidad y la solidaridad se corre el riesgo de atribuir a la confianza las características de estas, o por lo menos una en particular especialmente importante: la independencia respecto del objeto. Una persona es tolerante, honesta o solidaria en cuanto así lo decide, independientemente de cómo se comporte aquel con quien lo es. Sin embargo, es capital comprender que la confianza es absolutamente dependiente del objeto. Un sujeto confía en un objeto de confianza hasta que ese objeto se comporta de cierto modo que lo hace imposible. Y eso quiere decir literalmente que lo hace imposible: no difícil o inconveniente o inoportuno, sino exactamente imposible. El objeto de confianza tiene el poder de acabar completa y definitivamente con la confianza que un sujeto ha depositado sobre él, y ello de un modo que, aunque admite algunas ligeras variantes, no deja de ser sorprendentemente simple y claro: mediante la traición. Cuando un sujeto es traicionado por su objeto de confianza, y a continuación vuelve a confiar en él, se está produciendo un fenómeno peculiar. En general, un solo acto de traición hace imposible esa confianza, y crea una estela de consecuencias de longitud imprevisible, pero de naturaleza evidentemente destructiva.
Naturalmente, existe la confianza engañada o inmerecida. Se trata, precisamente, de uno de los fenómenos más reveladores del carácter de la confianza misma. Porque nos permite ver que hasta quien niega la importancia de la confianza o su carácter fundamental, de todos modos procura que confíen en él mediante engaños. Las modalidades de este fraude son tan amplias como las que van desde la causada por la simple y excusada soledad personal hasta el extremo opuesto de la maquinación criminal que no dudará en arriesgar la subsistencia misma de la sociedad con tal de sacar un provecho. De momento, lo que interesa es que, una vez más, esa confianza inmerecida depende exclusivamente del objeto de la confianza. Todas las personas, los grupos y las sociedades están obligados a confiar; y aunque son esperables ciertas habilidades en todos los que superan cierta edad o responsabilidad, relacionadas con la capacidad para detectar fraudes o confianzas arriesgadas, no es exigible a nadie que sepa y pueda superar las mejores habilidades del delincuente. No es necesario ser ingenuo o especialmente torpe para ser engañado, sobre todo cuando el que engaña posee técnicas o poder que le permiten construir un engaño perfectamente bien. Es todavía menos necesario ser un ingenuo para ser traicionado por aquel que comenzó mereciendo confianza pero en momentos posteriores decidió cambiar su comportamiento e incurrir en traición. No es esta una anotación irrelevante, porque muy frecuentemente se culpa de la traición al mismo traicionado, con lo cual el traidor sale ganador dos veces y además evita la reparación del daño que ha causado (…).
Capítulo 3
Las dos confianzas
(…) Tolerancia, solidaridad, honestidad y confianza son cuatro términos que denominan, entre otros posibles, los cuatro valores necesarios en nuestra sociedad, construida sobre la satisfacción pública de las necesidades de salud, seguridad, infraestructuras y educación. Pero una vez que se ha entendido así, se hace inevitable discriminar en cierta medida entre ellos en cuanto a su estatuto, porque la confianza, con ser los cuatro valores ciertamente mundos inconmensurables considerados desde cierto punto de vista, si aparece, sin embargo, como elemento necesario para la existencia de los otros. No nos importa ahora si debiera ser denominado «metavalor» o si se trata de una noción asimilable a esos «principios intermedios» de Constant. Simplemente, bastará para nuestros fines la descripción de las conductas de tolerancia, de solidaridad o de honestidad, para caer en la cuenta de esta especie de desdoblamiento de la confianza en dos niveles: la que es por sí misma, al mismo nivel que la tolerancia o la honestidad, y la que es necesaria para que la tolerancia o la honestidad o la solidaridad puedan ser ejercidas de modo real y eficaz. Dicho brevemente, parece que hay una confianza que llamaríamos «de grado 2» que se podría situar por encima de los demás, porque alimenta a todos: quizá se es tolerante porque «se confía» en que ese ser tolerante sea recíproco o, como mínimo, deje espacios abiertos para la libertad de todos; quizá se es solidario con otro porque «se confía» en que esa solidaridad produzca el bienestar necesario para vivir en libertad, dado que tiende a crear igualdad, y eso al tiempo que «se confía», de nuevo, en que se situará como objeto de esa solidaridad quien verdaderamente lo merezca; y quizá se es honesto porque «se confía» en la honestidad de los demás, en una especie de ejercicio voluntarista de poner lo que a cada uno le corresponde poner, dado que no es viable la vida de una persona que es la única honesta entre muchas deshonestas.
Además, está la confianza que llamaríamos «de grado 1» que se tiene a sí misma como fin, y no es ya instrumento de ninguno de los otros tres valores: se confía en los demás, personas o instituciones, porque así se es sociedad, sencillamente. Puede que se trate de una forma más de decir lo que tantos han dicho de otras formas: sociedad y confianza son sinónimos, son un par más de esos que a menudo aparecen en las reflexiones, uno de cuyos elementos es «sociedad» y otro es aquello con lo que esta sociedad se identifica en ese contexto particular (por ejemplo, en las valiosas reflexiones de Richard Rorty, con «solidaridad»). «Sociedad» y «confianza» son esa pareja en nuestra reflexión: porque tal como creemos que debe ser definida, sin confianza no cabe pensar más que en un grupo de personas casi con toda seguridad en permanente estado de alerta y suspicacia, probablemente en lucha, donde desde luego ninguno de los otros tres valores puede mostrarse. Se oye, lejano, el rugido de Hobbes.