El principio de confianza 5

El principio de confianza-5

Rafael Rodríguez Tapia

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Ay del aspirante a cargo público en Estados Unidos al que se le encuentre un atisbo de mentira o de ocultación o de engaño o disimulo en las cuestiones esenciales, incluso en su lejano pasado. En una sociedad que ha legalizado, dada su particular concepción de la democracia casi censitaria, los grupos económicos de presión sobre el poder legislativo (algo que en Europa levantaría, como ha sucedido en alguna ocasión, los más sonoros escándalos y hasta sanciones penales), el político individual debe cuidarse mucho de incurrir en beneficio personal extraído de todo ello, bajo pena de expulsión normalmente definitiva a las tinieblas exteriores; y un simple engaño marital, que en algunos países europeos es casi hasta bien visto como signo de vitalidad en un político, en Estados Unidos acaba con la carrera del sujeto, y no por una moral matrimonial especialmente estrecha, sino por lo que tiene de común con la recepción de dinero «bajo la mesa», o la connivencia con poderes no declarados: simplemente, por la deshonestidad que delata, por el engaño practicado. Estrictos en la honestidad pero muy laxos en la solidaridad, según criterios europeos: los europeos, por su parte, aparecen a ojos de muchos estadounidenses como exagerados en la tolerancia y en la solidaridad, por sus sistemas de protección social pero muy laxos en la honestidad. Pero con unas u otras preferencias en sus escalas, todas estas sociedades son herederas de aquella Atenas y de sus hijas próximas, con una u otra mezcla de sangre (más semítica, más romana). En una u otra medida, y también según las épocas, se ha dado preferencia a la tolerancia sobre la solidaridad, o a la honestidad sobre la confianza, pero en todo caso se puede observar que son esos cuatro conceptos los que han servido de material de construcción y de combustible posterior de estas sociedades. Aun con sus diferencias, estas sociedades democráticas presentan igualmente esa peculiaridad respecto de la confianza: una confianza que lo es al mismo nivel que los otros tres valores, y una de un nivel superior, que es necesaria a los otros valores para poder realizarse. Si ambas confianzas pueden ser pensadas en los mismos términos a pesar de su diferente posición y escala y sus diferentes consecuencias, es sin duda un estudio que tendrá que realizarse más adelante, porque aquí nos interesa de momento ir conociendo la manifestación misma de la confianza, sea cual sea de las dos, y sin descartar que, quizá, lo que se predica de una se puede predicar de la otra. Para nuestra reflexión y para facilidad de manejo, en lo sucesivo miraremos hacia la confianza, que es una más junto con los otros tres valores de honestidad, tolerancia y solidaridad. Es la que de momento podemos reconocer y de la que podemos adquirir cierta distancia; y es la que nos va a causar suficientes problemas, o más bien la que los sufre.

Capítulo 4: Los signos de la confianza

Allí donde se produce un hecho de confianza se manifiestan unos signos propios de que se están poniendo en juego acciones que responden al valor de la confianza. No podemos reflexionar sobre la confianza simplemente porque suponemos que existe, o porque aceptamos lo que unas fábulas o unas leyendas nos han transmitido acerca de que existe. Pudiera tratarse de un espejismo, de una quimera infantil, de unos Reyes Magos o de superchería. En realidad, el proceso es el contrario: como se dan ciertos signos, principalmente verbales, en determinadas situaciones sociales, y estos no pueden ser atribuidos a la expresión de ciertos valores previamente conocidos, como la solidaridad o la tolerancia, por ejemplo, convendremos en llamar «confianza» al valor que expresan, tal como el habla popular y doméstica lo denominan desde siempre.