01 Feb El principio de confianza 7
El principio de confianza-7
Rafael Rodríguez Tapia
(Cap. 5) Tipos de confianza
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Nuestro punto de vista actual nos invita a considerar diversas acepciones del término confianza, en general muy próximas entre sí, pero suficientemente «claras» como para merecer una «distinción». En primer lugar, se puede observar que se utiliza una noción de confianza irracional y otra de confianza racional. La confianza irracional se puede depositar en un ser sobrenatural, o en una entidad que podría llamarse «naturaleza», o «historia», o «mundo», según los casos, o en una persona. La confianza racional se puede depositar a priori, es decir, antes de estar en posesión de datos concretos y un conocimiento suficiente de aquel en quien se deposita, o a posteriori, es decir, sólo después de haber sometido a examen racional el objeto o la persona en quien se deposita la confianza. En el caso de la confianza racional a priori podemos encontrar claras diferencias entre un objeto de la confianza familiar y un objeto profesional; en el caso de la confianza racional a posteriori, encontraremos diferencias entre una confianza personal y una confianza pública.
Hay que señalar en primer lugar que la diferencia entre la confianza irracional y la confianza racional se establece por la posibilidad de que esta segunda desaparezca a causa de que un examen racional de ella lo aconseje o determine que es imposible, y no por el hecho de que la confianza misma sea consecuencia de un examen racional: vemos que la confianza racional se puede establecer antes o después de ese examen. Lo importante es que un examen racional puede acabar con esa cesión de la confianza previamente dada, cosa que no ocurre con la confianza irracional, que es resistente a todo argumento e incluso a la simple percepción de su inadecuación, o su inoportunidad o su simple error. La confianza irracional es siempre a priori; cuando parece que no ha sido así, es simple locura.
Se diría, a primera vista, que la confianza irracional en un dios es propia de quien no puede confiar de otro modo ni tener otro objeto de confianza. A continuación encontramos que los hechos desmienten tal afirmación; pero no del todo, porque es muy frecuente que quienes por un lado confían en un dios, y por otro en los hombres, suelen hacer de esta segunda confianza una especie de sucedáneo de la primera; lo cual nos devuelve al principio. No entraremos ahora a discutir si esa confianza irracional en un dios es lo mismo que otros llaman fe. Aunque se diría que esta tiene que ser anterior, lo cierto es que sus manifestaciones llegan a ser idénticas, de modo que no se sabe si lo que crea la confusión es la parte en que ambas, confianza y fe, se manifiestan igual, o la parte en laque, ocasionalmente, parecen ser cosas diferentes. Lo que llama la atención es que la confianza irracional en un dios se manifiesta como tal explícitamente y con toda claridad, pero reúne todas las características de ser todo lo contrario de lo que se entiende por confianza en los demás casos. Habrá que tenerlo en cuenta. Desde un punto de vista terrenal no es fácil casar la idea modélica de confianza en Dios, que es la de Job, con lo que de modo grueso y general venimos entendiendo por tal confianza, en estos párrafos y en la vida común. Pero negar los hechos sólo llevará al error, de modo que debemos incorporar a los posibles matices de confianza este uso, legitimado por el hecho de que no son cientos, sino miles de millones de personas en todo el mundo las que lo manejan habitualmente; y en ningún momento debemos olvidar, ni mucho menos despreciar, la realidad de las personas. Es verdad, por último, que las reflexiones teológicas de las diferentes religiones no han terminado de dar explicación adecuada, y que son ellas y no los demás quienes tendrían que hacerlo: desde el problema del Mal abstracto hasta los dolores y las catástrofes individuales, todavía esperamos, y todos han estado esperando durante toda la historia, una solución a la paradoja. Confiar en quien, sólo por motivos que él entiende, puede matar a toda una familia o arrasar los huertos con plagas, es algo muy difícil. Hay cierta tradición a medio camino de la «teología atea» y de la divulgación que achaca tal entrega a la estupefacción y el pánico del ser humano, que le dispondrían a rendir culto a tan atroz poder, a confiar en él, y a soportar sus arbitrariedades, a cambio de cierta protección en momentos señalados. Otros, y no siempre desde las teologías religiosas, tildan esa explicación de simplista. Ese «confío en Dios», sea dicho en el idioma que sea y con las variantes del nombre divino que sean, es en todo caso algo casi universal y por tanto en absoluto puede ser ignorado.