15 Feb El principio de confianza 8
El principio de confianza 8
Rafael Rodríguez Tapia
(Cap. 5, cont.)
Quizá merece mayor estudio, por otro lado, el hecho de que algunos de los que confían en Dios lo hacen en un dios que se manifiesta, en su opinión, con toda claridad, mientras que otros que lo formulan igual tienen como objeto de su confianza un dios absolutamente críptico, o por lo menos jeroglífico, o laberíntico, y hasta unos extremos que, de nuevo, sugieren más bien lo que no haría alguien que mereciera confianza. Estas diferencias no se dan precisamente entre religiones lejanas o culturas distintas; casi en cada una de estas se pueden encontrar versiones inteligible e ininteligibles de ese objeto de confianza que todos designan con el mismo nombre, variedades cuyas epifanías se entienden mejor o peor; modalidades, por así decirlo, benignas o malignas. De momento, seguirá abierta la pregunta: ¿cómo se puede confiar en quien no se explica, o dice explicarse con los signos contrarios a los inteligibles? Lo que es relevante es que miles de millones de personas confían en ello.
La confianza irracional en el mundo, adopte este la forma de «naturaleza», de «historia» u otras posibilidades, presenta a menudo un aspecto muy similar al de la confianza en un dios. Salvo por un detalle inicial: quiere presentarse como la superación de la confianza en un dios, confianza que considera habitualmente como infantil; y dice ser, en consecuencia, hija de la razón. En realidad es sólo este origen aparente lo que le otorga un nombre aparte: es, en efecto, una confianza que nace por lo general de complejos razonamientos, o estudios, o exámenes, y sale en gloria y apoteosis como la bailarina del interior de la tarta, proclamando la destitución del dios anterior y anunciando un nuevo régimen bajo su presidencia. En primer lugar salta a la vista que el uso que se hace de esta confianza es similar al que se hace de la confianza en un dios: cuando todo va mal, cuando todo lo previsible ha fallado, se pronuncia como autoconsuelo la confianza en «la historia», o en «la lucha de clases», o en algo llamado «ley de vida» que pondrá «todo en su sitio», y se diría que con ello se encuentra consuelo, ya que en general no reparación. Hay tal cantidad de supuestos implicados en ello que no es posible llevarlos a discusión de modo ordenado: el fundamental es una sólida fe en leyes formuladas por el hombre pero achacadas a «la naturaleza», «la historia» o «el mundo». En un célebre pasaje de su obra Contingencia, ironía y solidaridad, Richar Rorty afirma: «Que el lenguaje newtoniano nos haya permitido entender mejor la naturaleza no quiere decir que la naturaleza hable newtoniano»: lo cual es una toma de postura epistemológica, por lo menos por descarte, lejos del realismo compacto de las concepciones darwinistas y marxistas. Estas y sus próximas del realismo instrumental van a gozar siempre del beneficio de la duda, porque se realizan tal cantidad de experimentos, y los resultados de estos se aplican con éxito a tal cantidad de experiencias, que siempre tienen un buen currículum de resultados ganadores que enseñar cuando alguien pone en duda su hegemonía; pero es problemático admitir que eso sea fundamento de afirmaciones mayores que las relacionadas con esos experimentos, porque entre estos y la infalible previsión de futuro que algunos realizan sistemáticamente sobre esas bases hay un espacio vacío que sólo la fe, como hemos dicho, puede rellenar para cruzar: el principio de inducción y su más que frágil estatuto. En el extremo de la discusión, las posturas acaban afirmando la existencia real (e independiente de la razón humana) de una línea causal en el mundo, en la naturaleza, en la historia, y por tanto en la posibilidad de intervenir en ese mundo o naturaleza o historia tocando una variable, al estilo de los relatos clásicos de ciencia-ficción con paradojas temporales. Se niega de modo general incluso la posibilidad de varias líneas causales precedentes a los efectos (el mundo, el estado de la historia) actuales; pero incluso quienes aceptan que más que una línea pudiera haber varias, de modo que no sería tan fácil intervenir, siguen necesitando salvar ese vacío, que lo es como mínimo hacia el futuro: «hasta ahora ha sido así, luego en el futuro también será así». Futuro, certeza: eso es una confianza compacta. Por más que esté muy lejos de estar demostrado que en la sociedad humana rigen los mismos (supuestos) principios que en los grupos animales en cuanto a supervivencia o prevalencia, por ejemplo, y haya ejemplos cotidianos incompatibles con cualquier especie de código de leyes históricas, no deja de ser un hecho incuestionable que también muchos millones de personas se acogen a la confianza (entonces, irracional aunque su larga defensa siempre hace pensar que es lo contrario) en un sistema de explicaciones mecanicista, o histórico-mecanicista, o ecológico, por ejemplo, absolutamente inabordable a la discusión.