El principio de solidaridad – 12

Rafael Rodríguez Tapia

(Cont. Capítulo 2: El objeto y el motivo de la solidaridad)

La apariencia de solidaridad o su reducción a las manifestaciones folklóricas están, en efecto, ocupando paso a paso todo el terreno de lo que debería ser la solidaridad democrática.

Esta no es una reflexión moral; o, por lo menos, no en primer término, pero en ningún caso lo es sobre el comportamiento mejor o peor de una persona: es una reflexión política que quiere contemplar y analizar la necesidad que una sociedad democrática tiene del valor de la solidaridad y de su ejercicio. Se diría, entonces, que hay una especie de incapacidad para la reflexión que sitúa su foco algo más allá de la propia persona, o de los problemas personales o psicológicos, porque prácticamente no hay ocasión en que esta reflexión se proponga en que no se acabe inmediatamente haciendo relación de los decretos firmados para, resumiendo, imponer solidaridad, o una lista de las carreras de runners y de ferias con globos y de tómbolas solidarias. Insistimos en que lo que cada cual haga con su vida privada no es cosa nuestra; y si alguien quiere correr un maratón tras otro cada domingo del año para beneficiar, supuestamente, ciertas acciones de solidaridad que los organizadores proponen, es muy dueño de hacerlo, a pesar de los abrumadores indicios de que en tantos casos es dudoso el destino solidario de lo recaudado por los organizadores con la tasa de inscripción de cada corredor. A continuación, con mucha frecuencia un ciudadano cree cumplidos sus deberes democráticos de solidaridad al correr esas carreras: no vamos a entrar aquí a ello. Solamente lo contemplamos desde fuera para negar que con eso se vea satisfecha la necesidad que no ese individuo, sino la sociedad democrática, tiene de recurrir al ejercicio político de la solidaridad.

Se trata de lo que venimos llamando manifestaciones folklóricas. Que vienen a ser a la solidaridad democrática algo equivalente a que consideráramos operado de vesícula a un paciente sólo porque ante el hospital se había celebrado una carrera a favor de las operaciones de vesícula.

Ese objeto y ese motivo de la solidaridad que venimos contemplando exigen un contexto, para poder ser efectivamente objeto y motivo de solidaridad, algo más que popular o improvisado o festivo. Una noción algo más complicada que un mero dar limosna, sea del monedero o del esfuerzo deportivo. Hay un horizonte de la solidaridad democrática que si no se tiene la vista puesta en él todo acaba convertido en una mera campaña navideña de juguetes para los pobres.

Capítulo 3

El horizonte de la solidaridad

¿Apunta la acción de solidaridad en una sociedad democrática a ese otro valor anterior, incluso quizá más primario, de la igualdad? Indudablemente. Pero no sólo apunta a él. También tiene en su campo visual, y en proporción similar, al valor que tantas veces se ha querido opuesto o contradictorio al de la igualdad: el de la libertad.

Por diversas circunstancias, algunas de ellas pertenecientes al sector ridículo de la pequeña política partidista, se ha querido, y casi se ha conseguido, que el valor de la solidaridad parezca siamés de la igualdad. Hay un intento continuo y permanente de eliminar de las acciones solidarias todo aquello que no esté relacionado con la igualdad económica, en primer lugar. Por eso muchos grupos de izquierda se han reclamado algo así como gestores de la solidaridad; la tradición, aunque probablemente superada en la realidad, pero no en la mentalidad de algunos, de asociar izquierda a igualdad y por tanto de asociar solidaridad a izquierda es todavía potente en el discurso subjetivo de algunos. Y lo que se consigue con ello es, precisamente, la folklorización de la solidaridad. ¿Y la libertad? ¿Acaso no es igualmente necesario que la sociedad democrática sea solidaria con quien lo necesita por carencia de libertad? Si hablamos de consolidación democrática, es igualmente importante que las personas y los grupos carentes de libertad la obtengan, o que la misma sociedad democrática se la proporcione, como que les proporcione medios económicos.

Son numerosos los experimentos históricos en los que se ha impuesto un discurso de solidaridad desde el poder en el que este sólo contemplaba esa solidaridad hacia la igualdad económica pero se olvidaba de la igualdad en cuanto a la libertad de las personas y los grupos. Y similarmente numerosos los casos en los que el poder ha impuesto una especie de solidaridad en la libertad pero olvidándose de la económica. Por no remontarnos a segmentos de la historia inmanejables por lo extensos: simplemente la historia del siglo XX de Rusia contiene ambos extremos, al principio de imposición de la igualdad a costa de cualquier libertad individual o colectiva (pero publicitado como libertad colectiva de afiliarse al partido único), igualdad que además no llegó a conseguirse ni remotamente en 80 años, y luego imposición de una libertad a golpes que ha olvidado por completo cualquier preocupación por las desigualdades económicas y ha traído una sociedad más parecida a la medieval de lo que pudiera creerse, sumida en una especie de anarquía de ricachones y de carencias generalizadas del resto, que sólo ha podido desembocar en una tiranía del poder central y la imposibilidad de compensar las arbitrarias decisiones de este (incluida, en 2022, la guerra de conquista de otra nación). Todo esto es, aparte de otros análisis que se puedan hacer, y de otras palabras con las que se pueda denominar, un problema de horizonte mal enfocado de la solidaridad. En un caso se quiso repartir riqueza olvidándose de repartir libertad; y el resultado, conocido, fue el de la acumulación de poder en manos de unos pocos y un buen reparto pero de la pobreza; luego, se predicó un nuevo tiempo en el que se repararía la carencia de libertad, olvidándose de los elementos correctores en favor de la igualdad que el capitalismo avanzado ya había desarrollado en occidente, y el resultado fue el de la acumulación de poder en manos de unos pocos, y una implantación casi incontestable de la tiranía.

(Continúa)