El principio de solidaridad – 5

Rafael Rodríguez Tapia

Introducción (cont.)

Nosotros vamos a abandonar esas querellas más o menos infantiles, pero no las vamos a ignorar, porque resulta que están en el meollo de muchas de las disfunciones de la solidaridad; algo parecido a que en cuestiones relacionadas con el principio de confianza las discusiones se establecieran sobre fórmulas del estilo de las escolares y pueriles «ya no te ajunto»; pero es la realidad de la discusión pública, y lo peor que podríamos hacer es ignorarlas. Vamos a examinar la superficie que delimitan.

Capítulo 1

Presencia y uso de la solidaridad

No es nada irrelevante el hecho que acabamos de anotar de la existencia de modalidades pueriles en el enfoque y el manejo de las ideas relacionadas con el principio de solidaridad, así como en las relacionadas con otros principios. Y menos aún en este caso, porque, como acabamos de ver, probablemente se trata del principio fundamental más secuestrado, por decirlo así, por concepciones de la vida pública esquemáticas y tardoadolescentes. Esas concepciones, por su fácil manejo, se extienden hacia edades mayores y hacia sectores culturales y económicos más amplios, y al final puede tenerse la impresión de que eso es todo lo que se piensa en esta sociedad acerca de la solidaridad; y eso sería un error, porque, entre otras cosas, es evidentemente erróneo y además, si se acepta, sólo lleva a entregar las llaves de la solidaridad a quien menos sabe de esta. Resulta que se ha impuesto, precisamente por el infantilismo dominante, la idea de que eso de la solidaridad es algo muy sencillo. Eso viene directamente de las nociones caritativas, por supuesto, recicladas en proclamas «revolucionarias». De los cuatro valores que estamos examinando, probablemente es la solidaridad el de aplicación, expresión y éxito más complejos.

Y además, como inevitablemente se va a poner de manifiesto a lo largo de la reflexión, ha resultado ser, tras las marejadas de la historia de los dos últimos siglos, la noción frente a la cual prácticamente se han definido las posturas políticas de partido en las democracias occidentales. Por decirlo brevemente, de momento, esa clásica y académica polaridad libertad-igualdad que define, tal como se suele decir, desde la Revolución Francesa, las posturas más de derecha o más de izquierda, en la actualidad puede traducirse, siempre según los esquemas populistas y escolares, a una diferente posición ante la noción, el manejo y la práctica del valor de la solidaridad. Claro que, como veremos, las cosas en absoluto son tan simples como supone quien afirma eso.

Entre el «sálvese quien pueda» ultraliberal y el «que lo den todo gratis» de las concepciones populares hay mucha distancia y muchos escalones que conviene organizar para conocerlos con cierto orden. Se supone que la primera expresión sería pronunciada por los extremos ultraliberales de la política que coinciden, aceptándolo o no, con lo que se suele llamar «anarquismo de derechas». ¿Por qué «de derechas»? Eso es precisamente lo que empezamos a discutir aquí. ¿Porque al no manifestar intención de colaborar al salvamento de otros está manifestando una insolidaridad que define a las «derechas»? Pero ¿quién ha dicho que la insolidaridad es característica que define a «las derechas» frente a unas supuestas «izquierdas» definidas por su solidaridad, salvo quien está interesado partidariamente en que así se piense? ¿Por qué identificar «las derechas» con un ultraliberalismo que reniega tanto de las concepciones sociales democristianas y social-liberales como de las socialistas? Eso es mera propaganda electoral, por supuesto. Dentro de pocos párrafos lo miraremos más de cerca.

Al otro (supuesto) extremo tenemos las actitudes que orbitan alrededor de la propuesta «que lo den todo gratis», que se trata de una fórmula no por popular menos contundente, y publicitariamente contundente. Esta fórmula no solamente ha orientado la acción política de miles de personas, sino que hasta ha dejado (y sigue dejando) como secuela la confección de líneas y líneas de propuestas teóricas a primera vista más emparentadas, y por tanto más nobles, con las teorías políticas arquitectónicas decimonónicas. Si ya sabemos que en Versalles tienen de todo, pues que lo compartan con los que no tenemos.

La tragedia de esta idea ha sido la evolución de ese sujeto, «los que no tenemos», que en apenas cien o ciento veinte años ha pasado de ser un dibujo prácticamente literal a significar carencias muy relativas de un nivel de matiz y frivolidad (cuando no de delincuencia, como en los numerosos casos de estafas y desvíos de fondos solidarios habidos en organizaciones «de izquierdas» y sindicatos) impensables hace poco. Quizá intervienen todos esos fenómenos descritos en diferentes sociologías y emparentados con la asertividad de las «comunidades» y otros similares, y el acceso de las poblaciones a la condición de autores y actores políticos, con lo cual, como una de sus consecuencias, ese antiguo «que den al que no tiene» -origen de la solidaridad, claro- se ha ido convirtiendo en un simple y juvenil «que me den, que no tengo», y así se han creado conceptos amalgama de otros anteriores, como el más habitual en la actualidad mediática, que mezcla solidaridad con promoción de grupo subcultural y con reparación de agravio antiguo y con limpieza tranquilizadora del expediente propio.

Como vemos, empezar a caminar por esas marismas puede ser muy informativo, pero por supuesto muy equívoco, porque han llevado la idea y el principio de solidaridad, que es una de las bases fundamentales de nuestra sociedad, a significar o intentar significar algo que no es y que, en cualquier caso, no va a ser fundamento democrático.

(Continúa)