El principio de solidaridad – 6

Rafael Rodríguez Tapia

(Cont. Capítulo 1 Presencia y uso de la solidaridad)

Probablemente se puede hacer un primer reparto de observaciones en cuanto al uso malintencionado del término solidaridad:

– Los partidos o fuerzas e individuos de derecha suelen usar la solidaridad para contradecir el resto de su programa y sus propuestas, cuando piden (y suelen pedir) subvenciones a los poderes públicos para soportar sus negocios, o directamente, a pesar de sus habituales proclamas antiestatales (o contra lo público, en general), emprenden negocios que consisten en vender a empresas o instituciones públicas cualquier mercancía e incluso, como se ha visto con frecuencia en los últimos años, intangibles etéreos del tipo de informes de contabilidad o de viabilidad de este o aquel asunto, a menudo al precio de muchos cientos de miles de euros por uno o dos folios apenas escritos (también lo hacen algunos destacados líderes de la izquierda, pero semiocultándolo vergonzantemente). Lo público es malo, y la solidaridad es un robo consentido, salvo cuando yo me lucro con ellos. Nunca dejan estos partidos o fuerzas o individuos de pronunciar la palabra solidaridad cuando hacen sus negocios, cuando se les pregunta acerca de ellos, y mucho menos cuando tan frecuentemente acaban ante un juez que pide cuentas del expolio (que suele ser) de fondos públicos para operaciones muy a menudo inacabadas o sólo parcialmente satisfechas. No hay que ser solidarios, salvo conmigo.

– Los partidos o fuerzas e individuos de izquierda suelen usar la solidaridad para camuflar su abandono de las creencias y proyectos que una vez tuvieron, y su actual convicción de que después de tantos años dedicados al beneficio del colectivo ya ha llegado la hora de pensar un poco en ellos mismos, y si hay que ayudar a la construcción y compra de esos adosados para nuestros afiliados, pues se ayuda detrayendo fondos del presupuesto de colaboración con ONGs regionales, que ya repondremos más adelante cuando por fin se den cuenta en el gobierno de que esto se les había pasado y por fin den vía libre a la pasta. 

Lo cierto es que cada vez que un equipo, sea de derecha, sea de izquierda, la emprende a denuncias de las tropelías cometidas por los de enfrente bajo la capa de acciones solidarias, y que a menudo acaban con condenas judiciales, inmediatamente salen a la luz las tropelías cometidas a su vez por los denunciantes, que también frecuentemente acaban siendo demostradas en tribunales. Pero, como dice un filósofo español de nuestros días, la carcoma de los partidos políticos actuales es que nos tratan a los ciudadanos como si fuésemos menores de edad; y esto se traduce en la actual reflexión en el hecho de que todos esos denunciantes y denunciados la emprenden en cada ocasión (que llega cíclicamente, en plan estacional) como si fuera la primera en que sucede y se descubre que los otros son los malos, y como si los ciudadanos nos hubiéramos olvidado de la larga carrera que tienen ambos de fulleros, estafadores y ladrones. Y todo sobre la base y con la excusa de la solidaridad.

Cualquier reflexión sobre la solidaridad debe tener siempre en el campo visual que, de los cuatro valores fundamentales que tratamos, es el de la solidaridad el que podría considerarse ubicuo, o deseadamente o potencialmente ubicuo. Una carrera popular no va a conseguir más dinero por inscripciones de corredores por anunciarse en la comarca o en la ciudad como «carrera por la confianza», ni mucho menos como «carrera por la honestidad»; quizá venda algo, como ya tratamos en su momento, algo como «carrera por la tolerancia». Pero si quieres que el personal se apunte y las arcas de la organización se atiborren del dinero de los pobres corredores (entre los cuales, a su vez, podremos encontrar tipologías de acercamiento a la noción de solidaridad a través de su afición a esa actividad, por ejemplo la de la carrera atlética), pon bien grande en el cartel, que sea imposible no leerlo, la palabra solidaridad o cualquiera de sus derivados. Carrera solidaria, Por la solidaridad con la causa X, Sé solidario con X, Solidarízate y corre, y decenas de lemas similares son habituales ya desde hace años. Hay generaciones que casi no han conocido otra modalidad de carrera popular más que las modalidades con solidaridad adjunta y proclamada. Quizá, simplemente, porque con esa adherencia hay más seguridad de éxito económico que con la de una referencia a la confianza, como decimos: «Apúntate a correr y confía racionalmente a posteriori» no es precisamente algo que vaya a atraer masas.

Principalmente, no las va a atraer porque no va a dar a la vanidad de cada uno el alimento que da el poder decir, en esta sociedad, «me apunto a cualquier carrera solidaria, yo es que soy muy solidario».

¿Y por qué?

El frufrú de sotanas que viene desde remotos pasados nos ha traído también aquí. Dos procesos se diría hoy que casi inevitables (no lo fueron, pero lo parecen en retrospectiva) han hecho que la presencia de la solidaridad en nuestra sociedad, o por lo menos de la palabra «solidaridad», sea la más extensa, como mínimo, de entre las que designan los valores fundamentales: primero, la laicización del concepto perfectamente cristiano de amor al prójimo, es decir, su despojo de elementos religiosos y trascendentes y, en consecuencia, su posible aceptación por sectores de procedencia o situación o intenciones no muy amigas de las nociones religiosas o simplemente eclesiásticas; segundo, aunque parezca paradójico, la continuada influencia de elementos religiosos aun en épocas de nuestra sociedad que, como la actual, se dirían casi despojadas de esa influencia. Pero decir eso sería un error, porque es confundir influencia con cargo, y eso sólo puede llevar a equívocos y disfunciones. ¿Qué porcentaje de la enseñanza universal y obligatoria es proporcionado por la red pública de colegios e institutos, y qué porcentaje por colegios privados? En grandes ciudades, alrededor de 35% público y 65% privado. En ciudades pequeñas, pueblos y mundo rural, prácticamente lo inverso: 70% y 40%. Y, en total, a causa de la distribución de la población, es algo así como el doble el número total de alumnos que acude a colegios privados. Y el número de colegios privados que son (la mayoría, subvencionados, por supuesto) religiosos alcanzan el 85%. Si esto no explicara por completo la pervivencia de la influencia de las nociones religiosas en nuestra sociedad, institucionalmente, por otro lado, laicizada, como mínimo tendría que reconocerse que es una palanca de fuerza invencible. Y lo que es definitivamente observable es que a los portavoces religiosos, más o menos encubiertos pero detectables, en un movimiento que quizá les honra, les da igual que la gente ejerza el amor al prójimo llamándolo caridad o llamándolo solidaridad, porque lo importante es que lo ejerza.

(Continúa)