16 Mar El principio de tolerancia. 10
El principio de tolerancia. 10.
(Condiciones de la tolerancia. B. Visibilidad)
Y visibilidad implica, por supuesto, conocimiento público del tolerado y del tolerante, y publicidad del acto.
Un acto de tolerancia que sea relevante políticamente necesita, por supuesto, publicidad. No es en modo alguno una de esas situaciones en la gestión de un Estado en que es necesaria la discreción o incluso el secreto. Si acaso, puede haber condiciones ajenas al principio de tolerancia que aconsejen esa discreción o ese secreto, por ejemplo de orden diplomático o necesidades muy serias de inteligencia. Pero una vez superadas esas condiciones, la acción de tolerancia que tuvo que oscurecerse deberá ser iluminada y dada a conocer o, en caso contrario, no tendrá valor político.
Tiene que ser conocido del público, para empezar, quién ejerce el acto de tolerancia. Es fácil suponer la diferencia entre un acto de tolerancia ejercido por una autoridad pública, y en el ejercicio de sus funciones, y un acto digamos similar pero ejercido por un personaje de actividad privada, aunque esta se autodefina como filantrópica, no gubernamental, diocesana o como quiera denominarse con intenciones más o menos impresionantes. Esto se ha constituido en uno de los obstáculos para la tolerancia más operativos, como veremos en su momento, pese a la apariencia, por lo que llevamos formulado, de circunstancia más o menos trivial. En absoluto lo es.
Las transformaciones que han sufrido a comienzos del siglo XXI las formaciones políticas tradicionales y heredadas, y en particular la disolución de los programas de la izquierda entre el conjunto de los demás partidos principalmente no de izquierda, han llevado a buscar causas de agrupación y horizontes de conducta colectiva a los integrantes de aquellas formaciones hoy ya con sus objetivos cumplidos o en trámite de cumplirse. Por supuesto, esto es el origen del florecimiento de las que ya en el último cuarto del siglo anterior recibieron el nombre genérico de Organizaciones No Gubernamentales, además de ser la causa de que la mayoría de los programas de las formaciones de izquierda en Europa oscilen entre, precisamente, unos estatutos de una ONG y una vuelta al panfleto de tonos épicos en la misma medida que irreales con aromas muy intensos de los años 1930, visible incluso en el retroceso léxico, que ha recuperado términos muchos de los cuales ya no tienen objeto real. Es de entre esta confusión de donde surgen dos grupos de, por así decirlo, profesionales en particular de dos valores, la solidaridad y la tolerancia, el primero de los cuales tiene una genealogía transparente y conocida (aunque los militantes más jóvenes la desconocen y hasta la niegan), y el segundo de los cuales, la tolerancia, es absolutamente nuevo en ese mundo de izquierda que hoy se quiere en ciertos momentos tradicional: siendo así, esa izquierda a la busca de causa tendría que haberse dado cuenta de que adoptar la tolerancia como uno de los valores a practicar y sobre todo a proponer tiene tanto que ver son su historia como el cultivo de violetas o la cría de ocas para hacer foie-gras.
Pero sucede que, por su lado del combate, la derecha de comienzos del siglo XXI ha estado contaminada por ese denominado ultraliberalismo o neoliberalismo (según autores, y todos desarrollarán que sus matices son diferentes; pero la perspectiva de las que ya son décadas nos permite agruparlos) que o ha conseguido que todos en la derecha, incluso los de tradición e intenciones no ultraliberales se hayan desentendido por completo de cualquier asunto público relacionado con la tolerancia o, en el peor y no más infrecuente de los casos, se haya manifestado intolerante, desde otras tradiciones de la derecha que ya tienen esa historia, hacia casi cualquier cosa que no fuera lo ya existente, asentado, convenido, acomodado y probado. Entre los desentendidos y los intolerantes en general, lo que ha sucedido ha sido que el territorio de acciones y actos de la tolerancia ha sido entregado a los herederos de esa izquierda ya no de izquierdas sino de promoción de conductas y acciones que sólo pueda traer como consecuencia que se premie, y no hay forma más política de decirlo, su bondad.
Es bueno ser solidario (con lo que sea), manifestarse a favor de quien sea que se manifieste, pedir que desaparezcan las notas escolares, que se aparte cualquier escalón o rampa en la vida de todos, y exigir que no haya que pagar por la vivienda ni por el alimento provocando éxtasis de cólera justa en los profesores que imparten la asignatura llamada Filosofía del siglo XIX, que ya no saben cómo hacer comprender que el trueque es la modalidad opuesta a cualquier propuesta tanto de Marx como de Stuart Mill; pero es bueno el que propone ese trueque porque en sus ensoñaciones de desheredada, la izquierda vuelve a considerar el dinero como propio del enemigo. En este contexto de libro de cuentos del obispado con nihil obstat de 1923, lo que hay que ser es tolerante con todo, y en primer lugar desear ser tolerante, serlo personalmente, y aplicar esa especie de acrítica tolerancia a todo lo que se pueda cruzar por el camino de uno. Que, como ya sabemos, desde el punto de vista político es una conducta inane, aparte de otras consideraciones que puedan hacerse desde el punto de vista de los proyectos de sociedad, y eso sin entrar en las facetas menos políticas del fenómeno.
La tolerancia tomada al asalto por las formaciones sin fundamento de la izquierda actual ha sido probablemente el suceso que más eficazmente podría crear confusión; y la ha creado. ¿Por qué las formaciones de derechas han entregado ese territorio de acción tan sumisamente? Quizá tiene que ver con el hecho similar de que durante décadas se han desentendido de los problemas de la ecología, de las emigraciones humanas, de la libertad de expresión y de la educación. En España hemos tenido dirigentes de derechas de todos los niveles institucionales que han compartido un lema común: «No quiero líos». Parece poca explicación para tanto entreguismo, pero desde luego está sonando por el fondo.