15 Oct El principio de tolerancia. 120
El principio de tolerancia. 20.
Capítulo 3. Obstáculos para la tolerancia
(B- Erosión del término e imprecisión. Cont.)
También es ubicuo el uso del término «tolerancia» como sinónimo de «resignación», lo cual abre, cuando se da, el análisis de la situación a muy amplios y ajenos campos a este que tratamos. Pero no es ajeno a nuestro interés el aire de sumisión que esa confusión con «resignación» trae consigo, y a poco que se detenga el observador a contemplarlo llegará a ver las maniobras de manipulación y recluta que hacen con esta herramienta de la tolerancia los que suelen hacer esas manipulaciones y reclutas. Se formulan causas en general como pantalla de intereses que sería poco propagandístico confesar, y que atraen a personas y asociaciones a la lucha en favor de una tolerancia supuesta en particular hacia un colectivo o fenómeno cultural, o en ocasiones más contadas hacia un individuo; y estas causas siempre alrededor de fomentar o imponer la tolerancia hacia algo a menudo no tolerable pero sí conveniente son las que más han hecho por torcer la práctica de la tolerancia política: para entenderlo, se podrá mencionar simplemente la gran cantidad de acciones que se emprenden para procurar la aceptación de personas, grupos, normas y costumbres procedentes del exterior de nuestra cultura y que son no ya desconocidas de nuestra cultura (que sería casi por definición lo normal) sino, y a esos casos nos referimos, opuestas a muchos o a algunos de los valores fundamentales de nuestra sociedad, y que paradójicamente al principio parecían ser la causa de que esas personas o grupos quisieran incluirse entre nosotros. Pero, en ocasiones, a pesar de esa incompatibilidad hay voluntad de incluirse, y el que se quiere incluir puede saber o no saber si con ello está proponiendo un cambio no deseado en la sociedad a la que llega; pero el que lo sabe desde luego es el que, siendo veterano de esta sociedad se alía con el que llega y lucha desde dentro de nuestra sociedad para que seamos tolerantes con el nuevo y sus valores opuestos o incompatibles con aquellos por los que esta sociedad viene rigiéndose. No hay un solo caso en el que esto no sea interesado, y además vergonzantemente interesado. La frivolidad ingenua no existe.
Esto obliga a considerar cómo los demás acabamos aceptando ser tolerantes de modo torcido con quien o con lo que no debería ser tolerado, si lo que se pretende es mantener viva y funcional la sociedad democrática. Esa injusticia es clara en muchas ocasiones; la aceptación de la injusticia sólo se da en dos circunstancias: cuando la fuerza opuesta a la justicia es insuperablemente mayor, o cuando hay intereses ajenos a la situación presente que obligan a esa aceptación. En este caso, y no añadiéndose la circunstancia de la inferioridad, se da sin excepción la asunción de un principio de conducta vergonzante de subordinación a otros, lo cual crea en ocasiones ese sentimiento intolerable que se intenta paliar con la referencia a la obligación de ser tolerante, y con el consecuente y frecuente deterioro del término. De todo ello sólo nos interesa aquí que al darse con tan alta frecuencia el fenómeno, es de los que más colaboran a que la familia del término tolerancia vaya modificando su significado en el universo de los hablantes, y llegando en ocasiones a distorsiones prácticamente de antónimo.
«Hay que prohibir discursos y palabras como los de X, porque hay que ser tolerante con Y, y X propone que no se sea», es la forma casi de ecuación que puede responder a casi cualquier propuesta de intolerancia en función de una supuesta propuesta de tolerancia. Lo más perjudicial del asunto es que, de este modo, el que así se pronuncia está difundiendo una noción de tolerancia que es opuesta a la tolerancia democrática, como es evidente al pararse un segundo a pensar en ello, y como no suele ser evidente cuando las cosas transcurren simplemente a la alta velocidad a las que transcurren, o hacen transcurrir, en el ámbito de lo público. Porque en este modo de discurso-ecuación, lo que se está proponiendo es una especie de balanza o equilibrio o compensación entre intolerancias y tolerancias. Sólo se puede ser tolerante con A si al mismo tiempo se es intolerante con B, que propone no serlo con A. ¿Y por qué se estaba entonces siendo tolerante con A hasta ese momento? Por continuar con la fórmula, porque B, sencillamente, ha llegado con más poder o más apoyos que los que respaldaban la existencia de A. Así de sencillo. Cuando se usa el término «tolerancia» erosionado, este no es más que un eufemismo o un sinónimo de «comercio» en los peores de los múltiples sentidos de este término.
Y lo cierto es que, aunque resulte sorprendente para muchos, ese deslizamiento hacia «comercio» es al final el más frecuente de los caminos equivocados que recorre el término «tolerancia» distorsionado: porque acaba haciendo creer a las personas que ante una propuesta de tolerancia lo que hay que calcular es qué se obtiene o qué se pierde con la inclusión de ese nuevo individuo o grupo o fenómeno en nuestra sociedad. Y esto no es más que una maniobra diversiva, aunque asumida por todos, erróneamente, como reflexión central, porque la tolerancia política ni atiende ni piensa en ganancias ni en pérdidas, sino solo en presencia pública y en expresión y práctica de la vida democrática misma.