El principio de tolerancia. 14

El principio de tolerancia. 14.

(Condiciones de la tolerancia. C. Precisión. Cont. Modalidades de tolerancia.)

 

Igual que en otros momentos y en textos similares hemos tenido que pronunciar una precaución, y ahora es el momento de traerla aquí: se puede desear un régimen político diferente del democrático liberal, naturalmente: en ese caso, las consideraciones a hacer sobre la tolerancia o cualquiera de los valores políticos fundamentales tendrán que ser tan diferentes como diferente se quiera definir ese régimen. Es decir, no se entiendan estos párrafos como prescripción general ni inspiración de olimpo alguno. Simplemente son observación y reflexión del fenómeno real de las democracias avanzadas. Si se quiere una democracia avanzada, en esta será necesario que la práctica de la tolerancia política observe el cuidado de la simetría, de la visibilidad, de la precisión y, como ahora veremos, de la condicionalidad. ¿Puede haber otras tolerancias? Sin duda. Y esas podrán ser soporte de regímenes políticos diversos, según su extensión o su práctica o sus acompañantes. Pero democracia liberal occidental avanzada, en nuestra opinión y según nuestras observaciones no serán salvo que se observen estos cuidados al consolidar y poner en práctica el valor de la tolerancia.

 

Modalidades de tolerancia

La noción de precisión de la tolerancia nos acerca también, y de frente, a una cuestión que el lector puede estar planteándose desde hace muchos párrafos: ¿hablamos de lo mismo cuando nos referimos a la tolerancia hacia la homosexualidad, hacia una ideología nueva o importada, hacia unas costumbres civiles y domésticas diferentes a las generales, hacia un discurso verbal o artístico destructivo de la democracia?

En general, podríamos clasificar las acciones y los actos de tolerancia política, desde el punto de vista del objeto de tolerancia, como:

  1. Tolerancia hacia la condición individual;
  2. Tolerancia ideológica;
  3. Tolerancia cívica; y
  4. Tolerancia democrática.

De las cuatro modalidades se puede afirmar su presencia o su ausencia, se puede proponer su práctica, se pueden emprender acciones y actos de tolerancia y, por el contrario, proponer que no se realicen esos actos. A efectos de economía, hemos denominado, por ejemplo, «tolerancia democrática» la que debe ejercerse con los discursos artísticos críticos con la misma democracia cuando son simplemente discursos críticos; y es igualmente un acto de tolerancia democrática el perseguir con la ley y los tribunales ese discurso cuando, a menudo bajo el camuflaje de ser simple y democráticamente crítico, encierra o propone acciones que están recogidas en el Código Penal como delitos (entre otros casos).

Consideramos esas cuatro modalidades de tolerancia porque cada una hace referencia a una esfera diferente de la vida en público de las personas, y pide, además, de estas, poner en práctica unos resortes, o unos argumentos, o unas racionalizaciones de diferente tipo.

Cada una de ellas, también, tiene un recorrido diferente de las otras a lo largo del tiempo: la condición individual, como ya hemos mencionado más arriba, ha sufrido, y probablemente sufrirá siempre, una evolución mucho más acelerada y sobre todo iluminada que la tolerancia ideológica; pero probablemente más parecida a la tolerancia cívica. Se puede recordar fácilmente el tiempo en el que unos vecinos llamaban a las fuerzas del orden para que intervinieran en un piso del edificio por lo que la prensa entrecomillaba como «olores nauseabundos» a la hora de hacer la comida que salían de ese piso: hace 40 años muy pocos en las sociedades como la nuestra estaban habituados a oler el curry, que era casi siempre lo que a la postre se estaba denunciando (mientras, muy castizos, los denunciantes llenaban la escalera de olor a repollo hervido); pero hoy cuesta imaginar que alguien proceda a esa denuncia, porque casi todos han conocido comidas de gastronomías lejanas, de condimentos y especias diferentes a las tradicionales de por aquí, y nada de eso se considera ya ofensivo. Un cambio en apenas treinta años similar al ya expuesto en cuanto a las valoraciones de la homosexualidad, y más recientemente todo el espectro que se autodenomina LGTBIQ, mientras que se ha volcado en sentido opuesto los juicios que merecen las conductas machistas; todo esto es a lo que hace referencia la tolerancia que hemos clasificado como modalidad individual.

Estamos en la sutil frontera, a menudo de difícil verbalización, entre los resortes de la rigidez moral individual al calificar otras conductas, o la relajación de esa rigidez, por un lado (y a este proceso hace referencia la denominación de tolerancia individual); y, por otro, contemplando los mecanismos más gruesos y muy poco «morales» de ese soportar o aguantar un olor inhabitual de comida en el vecindario, o unas vestimentas, o simplemente unos modales de conversación con lo que hasta el momento se estaba poco familiarizado, y que al parecer al principio hacen a muchos sentir amenaza de agresión o cosa similar, cuando al final resultan ser meras diferencias (y a ello nos referimos cuando contemplamos la modalidad tolerancia cívica).

Por no dejarlas sin atender, terminaremos por aclarar que hemos denominado tolerancia ideológica a la que se refiere a la aceptación o el rechazo de propuestas, programas y nociones de organización pública, en función de su posibilidad de convivencia con el resto de las necesidades democráticas o, por el contrario, su propuesta de acabar con esa democracia; y tolerancia democrática a la relacionada con los actos y manifestaciones artísticos e intelectuales que no son políticos (en un sentido directo) pero sí son públicos y se encuentran en los límites, y a un lado o al otro de estos, de lo simple y técnicamente legal.

Se puede ver que cada una de las cuatro modalidades exige a cada ciudadano poner a funcionar elementos de su modo de concebir la sociedad y su presencia personal en ella que no son los mismos en cada caso. En particular, la tolerancia individual está tan cerca del proceso individual de tolerancia personal que a menudo se produce el error de confundir la una con la otra, y lo que debería ser un acto político queda convertido en una simple buena acción individual. La tolerancia ideológica es, por supuesto, el terreno por excelencia de la construcción institucional democrática, y por tanto el de las malas prácticas de la clase política, la demagogia y el abuso político. La tolerancia cívica es casi sin excepción una acción y un acto de grupo, pues no sirve de nada ni significa nada que cierta costumbre hasta ahora desconocida que es propia de cierto colectivo sea tolerada por una persona individual; es, al mismo tiempo, el territorio por excelencia del abuso de la asimetría. Y la tolerancia democrática es casi un terreno de juego regalado a quienes quieren probar la flexibilidad y los límites del sistema, y no tanto de los ciudadanos, y necesita en efecto, por la vida y la evolución necesarias de las democracias, ejercicios de difícil estiramiento, pero es ahí precisamente donde anidan y se protegen más que en ningún otro lugar los discursos antidemocráticos.

Ahora concluiremos esta primera sección con una mirada a la condicionalidad  imprescindible de todo acto de tolerancia en una democracia.