El principio de tolerancia. 2.

El principio de tolerancia. 2.

 

Naturalmente, antes de sumergirnos en el tratamiento pormenorizado del concepto de tolerancia, nos interpelan las obras de autores, algunos clásicos y otros recientes, y casi nos exigen hacer mención de ellas, como suele hacerse en este género de escritura. Pero así como hemos hecho al tratar la confianza, ahora haremos poco más que mención, en efecto, precisamente porque el motivo de escribir esto es, en primer lugar, la percepción de que el mundo discurre en la actualidad por un espacio de coordenadas tan impensables hace pocos años que merece la pena plantearse si será necesaria una revisión digamos «limpia» de sus cimientos. No vamos a pretender llegar a este momento y a esta reflexión puros e incontaminados. Estamos hechos del material del que estamos hechos, y las funciones cognitivas están entrenadas y educadas como lo están. Lo que sí tenemos que intentar es despegar nuestras observaciones de las que a día de hoy se han convertido en tópicos o, como mínimo, en indiscutidas; y algunas, incluso, sucede que se han incorporado a nuestras vidas y a la vida social con total naturalidad, hasta el punto de que no podríamos imaginar una sociedad democrática sin ellas, como no la podríamos imaginar sin libertad de palabra.

Por ser breves, damos por incorporadas las ideas de Locke, hasta el punto de que no merecen hoy ser más comentadas, en particular en lo que se refiere al particular sesgo que le da al término «tolerancia» muy ceñidamente relacionado con la tolerancia religiosa, y más con la inconveniencia de identificar autoridades civiles y religiosas, iglesia y estado, etcétera. Mucho más lejos llegará, como siempre, John Stuart Mill, cuyas reflexiones y propuestas damos por asumidas y aceptadas de modo grueso, si bien no ingenuamente, porque conocemos bien hasta qué punto algunas de sus más elementales distan mucho de estar asumidas por todos en la actualidad, o incluso hasta qué punto algunas de sus más avanzadas ideas han sido tergiversadas y convertidas casi en la propuesta contraria a la que él hacía, en particular a favor de la libertad (incluyendo la sexual) de la mujer. Un poco antes hemos tenido por ahí cerca a Voltaire y su frase, y a algún otro bien conocido. Y en el siglo XX empieza y se desarrolla el juego de la distorsión caprichosa y de la reflexión perseguida y a menudo secuestrada por la política de partidos, que, salvo excepciones como Popper y unos pocos más, nos han ofrecido un espectáculo de combate de narcisistas, sumisos y fieles a diversos dogmas con poca consecuencia más que la meramente electoralista, y llegamos con esos caprichos al siglo XXI todavía jugando a epatar al burgués con cosas como En defensa de la intolerancia, de Žižek. Hay indicios que apoyarían la conveniencia de investigar si quedan burgueses epatables con estos asuntos.

Y, además, el río sin fin de tinta que cotidianamente se vierte en los medios de comunicación acerca de problemas relacionados con la tolerancia, o de comunicados emitidos por sociedades con intereses en el asunto, y reclamaciones, exigencias, protestas y lo que podría llegar a llamarse propuestas, siempre todo abrumadoramente acrítico y sofocantemente infantil al tratar con el mundo de conceptos en el que se está jugando el problema, y no digamos con la realidad concreta que se contempla.

Una realidad, la de la tolerancia en la sociedad de hoy que, es nuestra convicción, difícilmente puede ser iluminada por obras de clásicos o de caprichosos, a causa de lo inimaginable de la misma hace 150 años, desde luego, pero también hace 50 años e incluso el mismo año 2000, cuando eminentes demógrafos pronosticaban, por ejemplo, para España, un descenso de población de entre 8 y 10 millones de personas. A los 5 años y de modo súbito entraban en el país alrededor de 5 millones, poniendo muy a prueba precisamente las nociones de tolerancia de unos y otros.

De modo que, así como hicimos al tratar la noción de confianza, cuando avancemos por las observaciones sobre la tolerancia en muchas ocasiones utilizaremos una terminología que no hemos tomado de autor alguno, ni mucho menos de estudios de institutos estadísticos ni de organizaciones civiles relacionadas con el tema. Y lo mismo que decimos de la terminología, por supuesto, lo proponemos de los mismos conceptos: pretendemos simplemente señalar caminos para que comience la nueva reflexión sobre la tolerancia, puesta al día, más apropiada para los años posteriores al 2000 que las de hace cien y doscientos años, pero en modo alguno cerrar o proponer que nuestras reflexiones son el cierre, porque son solamente el comienzo.

En estos años posteriores al 2000, por ejemplo, se ha desencadenado se diría que ya sin control posible el fenómeno de las migraciones masivas y de modo muy organizado y deliberado; no como siempre hemos supuesto que fueron las antiguas migraciones de los comienzos de nuestras culturas, o ya algo posteriormente migraciones muy de carácter bélico. En la actualidad, ni lentamente siguiendo el clima y las cosechas, y a lo largo de diez o doce generaciones, ni súbitamente y en sólo tres veranos consecutivos y con las armas en la mano, las migraciones se están produciendo velozmente, y las están protagonizando millones de personas casi siempre desposeídas de todo, por supuesto sin armas ni poder alguno, y tampoco siguiendo esa especie de invitación que ciertos cambios climáticos y en consecuencia agrícolas parecían hacer a los pueblos para que se desplazaran. Hoy son miles los que se proponen deliberada e individualmente abandonar sus lugares de origen y desplazarse hasta esos países que en la realidad, o en la publicidad, o sólo en sus sueños van a proporcionarle una vida más tranquila, o más placentera, o más lujosa o simplemente una vida sin constante peligro de muerte a causa de persecuciones, hambre y pobreza. De modo general, sin que este pretenda ser en absoluto un ensayo sobre esa materia, las migraciones de esta época, que con perspectiva se podrá afirmar que son abrumadoramente numerosas, se están produciendo de sur a norte según los estereotipos que de estos términos se suele manejar. Aunque en ocasiones no coincida exactamente con el sur y el norte de los mapas, eso significa que se están produciendo de regiones, países y ciudades con menor libertad y menor prosperidad hacia regiones y países con mayor libertad y mayor prosperidad. Esto, que parece una simple perogrullada, no debe de serlo tanto cuando tan frecuentemente se olvida al reflexionar sobre el fenómeno: las gentes quieren vivir más libres y más prósperas.

No son las abstracciones ni las teorías ni los dogmas ideológicos los que impulsan a las personas al riesgo de una emigración como la mayoría de las arriesgadas emigraciones que estamos viendo. Y eso, a la vez, supone un problema y una prueba para la tolerancia de las sociedades de llegada, que se creía asentada pero que está teniendo que ejercerse en condiciones y hacia objetos que no había previsto hace muy poco tiempo.

Y además ha sacado a la luz un problema absolutamente imprevisto por todos: la tolerancia que es imprescindible en las sociedades libres de llegada resulta imprescindible también en los individuos y los grupos que llegan a ella. La simetría es la primera de las condiciones que hacen posible que la tolerancia se pueda ejercer.