01 Nov El principio de tolerancia. 21
El principio de tolerancia. 21.
Capítulo 3. Obstáculos para la tolerancia
Compensación de intolerancias
En absoluto «cualquier tiempo pasado fue peor», como reza uno de los principios del adanismo o el juvenilismo político. De ningún modo se puede afirmar que la Historia en general, ni en particular la historia de los valores democráticos, es una progresión continua hacia lo mejor y lo mayor. Cualquiera podría saber, sólo con echar un vistazo a un manual de Bachillerato, los problemas y retrocesos que ha habido a lo largo de los siglos en estas y en otras cuestiones relacionadas con las libertades colectivas e individuales, y en derechos y posibilidades de grupos y de personas. Suponer que «con mi llegada a la política» o «a este Congreso» o «a este Ayuntamiento» entra por fin el obrero (o la libertad, o la igualdad de sexos, o la diversidad, etcétera), como de vez en cuando tenemos la ocasión de presenciar cuando llega un diputado o un concejal nuevos, es demasiado parecido a suponer que el mundo empieza con uno, y desde luego demostrar que se tiene un nivel cultural paupérrimo, quizá, utópicamente, inhabilitante para ejercer ese cargo.
Pero probablemente la carencia de conocimientos históricos, el juvenilismo y su adanismo adjunto, y la arrogancia, sean las características personales que de modo general se obtienen tras la molienda de los sectores funcionales cognitivos del cerebro a la que se somete a los alumnos a lo largo de su paso como víctimas por las instalaciones donde se aplican los programas educativos de esta época sancionados con rango de ley orgánica. Ya sabemos que hay excepciones, pero debemos ser muy precisos y muy disciplinados para registrar el asombro nuestro y el de todos cuando se presencia una de esas excepciones: tiene 19 años, ¡y sabe lo que supuso para la cultura europea la Paz de Westfalia! Si se dice en voz suficientemente alta y se señala al sujeto, en poco tiempo habrá enjambres de cazadores de noticias alrededor del pobre individuo, y puede que hasta se le fiche para una multinacional cazatalentos. No se puede afirmar que «lo de la Paz de Westfalia» (o el sitio de Madrid por las tropas austracistas en 1713, o el trabajo de Kepler, o que Felipe II y Franco no fueron contemporáneos, o la fórmula de resolución de una ecuación de segundo grado) hace cuarenta años lo supieran todos los que tenían esos 19 años, por supuesto: lo importante es que cuando hace cuarenta años se localizaba a un sujeto que sabía eso (o algunos de los asuntos mencionados en el paréntesis anterior a este, o todos los demás de los que estos asuntos son solamente modelo), simplemente se daba por correcto: ha estudiado el Bachillerato, ¿no? Pues entonces es normal que sepa esas cosas u otras equivalentes. Si uno no sabía ni eso ni nada, entonces sí que es cuando se producía la alteración y se acababa preguntando: ¿pero a ti qué te han enseñado en el instituto, si no sabes ni eso? Parece que todo esto no es más que una ilustración muy parcial y particular de que hubo por lo menos algunas cosas en el pasado reciente que fueron mejores que ahora.
Pero, eso sí, suponiendo que se considere mejor el conocimiento que la ignorancia.
Y no parece que, por continuar con esta ilustración, en las salas de control de la enseñanza se considere así. Y, en realidad, da la impresión de que se considera muy al contrario: se han impuesto consignas indefendibles salvo desde puntos de vista perfectamente antiilustrados, como la que afirma que un niño debe ir al colegio a ser feliz, o la que desprecia la enseñanza de conocimientos porque estos ya están «en internet» (sic), y que lo que no hay en internet es edificación de la persona en valores (sic), y eso sí que debe ser el objetivo de la escuela, etcétera.
Dicho de un modo más preciso: se está negando sistemáticamente a los alumnos, en los años fundamentales de la construcción de su persona, el conocimiento de que hay un mundo fuera de él que merece como mínimo tanta atención, conocimiento y cuidado como hoy (no antes) se afirma que merece el mismo alumno.
Y eso, implantado definitivamente hace unos treinta años en el conjunto de los sistemas educativos occidentales, ha obligado en el verano de 2021 a algún centro público de enseñanza de Quebec a hacer una pira con libros y comics escritos hace décadas que, en opinión de los pirófilos no trataban con suficiente respeto a varios grupos étnicos o personas «racializadas», o, por el contrario, demostraba demasiado respeto hacia otros grupos «étnicos» u opiniones o puntos de vista hoy considerados ofensivos.
Y todo orbita alrededor del hipertrófico y hueco yo creado desde el preescolar en los alumnos luego de Primaria y Secundaria y por fin universitarios, entrenados para creer de sí mismos que antes de conocer realmente la obra de Shakespeare, o la de Cervantes, o cualquier otro contenido (porque acabamos de mencionar dos paradigmáticos, pero el fenómeno florece alrededor de cualquier tiesto), pueden juzgar si esa obra es ofensiva, o si les ofende a ellos en particular y personalmente, sólo por la posición de esos autores en una línea histórica de la que, además, se presupone su maldad pasada y su innegable mejoría a medida que se acerca al día de hoy, y por fin su plenitud bondadosa al aparecer estas nuevas generaciones y su espíritu crítico para señalar todo lo erróneo y dañino que se ha dejado sobrevivir hasta la actualidad. Por supuesto, ni siquiera conocen el significado adquirido y las connotaciones que para los occidentales informados tiene la idea de una pira de libros; pero eso puede ser lo menos importante.
Lo que nos interesa aquí de todo esto es que, sin pensar todos estos personajes en modo alguno en el concepto ni en el término tolerancia, sus palabras, su propaganda, sus acciones y las consecuencias de sus acciones no se refieren más que al concepto de tolerancia y su práctica. Eso es evidente (o por lo menos lo es para algunos) en la acción de las hogueras; pero no tan visible aunque igualmente potente es la infección que causa al dar a entender a los espectadores, y sobre todo a los espectadores sin formación o más jóvenes, que MI criterio y sobre todo MIS sentimientos de ofensa (aunque esta es a menudo impostada, por conveniencias tribales) son suficientes para hacer desaparecer de la existencia en este caso, obras de creación, pero en otros simplemente personas.