El principio de tolerancia. 23

El principio de tolerancia. 23.

 

Capítulo 4. Errores contra la tolerancia

 

  1. Cesión del discurso

Ponerse al abrigo de un colectivo es un viejo truco de rentabilidad asegurada, y por eso es tan general. Sucede, además, que salvo contadas excepciones es falaz y canalla. Equivale, al otro lado del espejo, a la atribución no menos canalla de culpa a un colectivo, en lugar de la única atribución que es posible hacer racionalmente, que es a un individuo. Y si son muchos los culpables, entonces lo son uno por uno. Si a esto le unimos la evolución de lo que  podríamos llamar microideologías de comienzos del siglo XXI, una de cuyas manifestaciones más aberrantes es la consolidación de la llamada «sociedad de la queja», lo que obtenemos es un conflicto permanente de demandas y defensas, de querellas y excusas, y la aparición de lo que casi podría considerarse un nuevo sector laboral, que vendría a ser el de los reivindicantes.

Siempre hay mentira cuando se achaca una culpa a un colectivo, y mucho más cuando se reclama a ese colectivo que pague por esa supuesta culpa que se le acaba de atribuir. Lo cual no quiere decir que un agraviado mienta sobre el agravio del que se ha sido objeto. Pero es que esto no se discute ni crea problemas. Los problemas los crea el hecho de que, precisamente, no se puede denunciar cuando un agraviado está mintiendo acerca de su condición de agraviado, que en ocasiones resulta no ser tal.

El poder alcanzado por los sindicatos de agraviados, que pueden considerarse directamente lobbies incluso en países como España, en los que no están tolerados los lobbies por las leyes, es tal que nadie quiere incurrir en su enemistad. Enemistarse con un colectivo descontento, ofendido o agraviado es seguramente lo peor y lo más torpe que puede hacer no solamente un político en la actualidad, sino cualquier ciudadano o profesional. Y enemistarse con ellos es extremadamente fácil; o más bien ganarse la enemistad de ellos, porque cualquiera puede actuar con perfecta inocencia y buena voluntad y haber incurrido, sin notarlo, en pecado de lesa majestad con algún grupo de estos.

Grupos que en realidad están perjudicando más que beneficiando la reparación de injusticias y la acción solidaria y justa con quien la necesita. Porque sólo alguien muy desinformado o con intereses densos hasta la ceguera no percibe el abuso de posición y la defensa de privilegios en las que, en realidad, incurren esos grupos elegidos de ofensa y queja. Pero tienen, en efecto, mucho poder, y nadie quiere ser señalado como enemigo por ellos: muchos que no son ellos, pero también tienen poder, asentirán a esa acusación acríticamente, una vez más por no ser acusados por su parte. Naturalmente, como hemos señalado, el mundo de los políticos oportunistas, que no por casualidad son además los que con más frecuencia e intensidad aparecen en los medios, es el primero en publicitar la causa, sea legítima o no, de cualquiera de esos grupos; y, por supuesto, a estos oportunistas les sigue una corte de aspirantes y periodistas también con sus gramos o sus kilogramos de poder, que van a reforzar el mensaje a favor de ese grupo de queja.

Los grupos de queja y sus grupos de beneficios adjuntos exigen tolerancia para sus posiciones y sus peticiones. No exigen análisis, ni conocimiento, ni comprensión: exigen tolerancia, concretamente. En la actualidad, el primero de todos los mensajes de cualquiera que se expone con peticiones en público es, como prólogo a esas peticiones, «yo soy así». Una especie de destino irremediable, algo contra lo que no se puede luchar ni nadie puede hacer nada, y que hay que tolerar.

Y a partir de ahí se confunde todo, porque el grupo, y sobre todo sus adjuntos beneficiados, blindan su discurso. Todo el que se pronuncie en un sentido diferente, y más todavía si es opuesto, será propuesto para la cancelación, en el mejor de los casos. Porque puede haber peticiones de sanciones incluso peores, frente a las cuales la cancelación, al fin y al cabo, es sólo condenar a alguien al silencio. Pero en sociedades como la española, por ejemplo, se puede añadir a eso (y se suele añadir) la acusación de fascista y adjetivos incluso más sórdidos, que añaden a esa cancelación una persecución activa. Y es precisamente la virulencia de las agresiones y los insultos la primera que informa de que ahí hay algo anómalo: el que exige tolerancia para su postura sobre bases se diría que de inevitabilidad metafísica, exige simultáneamente intolerancia radical para el discrepante. El problema del discurso ya empieza a hacerse visible en ello.

Hay algunos casos recientes, pero además muy longevos, y de previsible longevidad futura, que ilustran lo dicho. Por ejemplo, las peticiones, meramente racionales y políticas, de estudiar y racionalizar la inmigración. Estas peticiones no sólo pueden, sino que casi forzosamente surgen de una concepción racional de la sociedad democrática, funcional, basada en el objetivo de hacer posible la subsistencia de esa democracia y la incorporación a ella de quien lo desea en la medida en que es posible esa incorporación. Una vez más se diría que habría que recurrir al tosco mecanismo explicativo de la hipérbole: si los peticionarios de ingreso en una sociedad de 50 millones de habitantes fueran, por su parte, otros 50 millones, ¿habría o no habría acuerdo en que probablemente eso no sería viable, y exigiría cálculos muy atinados para fijar qué proporción puede en efecto admitirse en esa sociedad sin que ni los que ingresan ni esa sociedad se vean perjudicados? Quizá sí (es cierto que hay grupos de opinión para los cuales ni siquiera en estas circunstancias hacer cálculos sería adecuado, pero hay un límite de irracionalismo con el que se puede tratar).

Prescindiendo de hipérboles, ¿por qué es insolidario y fascista proponer que se racionalice un problema social tan complejo y doloroso como el de las masas de migrantes que en este primer tercio del siglo XXI se han movilizado?

Porque, por una noción inadecuada de tolerancia, se ha cedido el discurso a quien se beneficia del irracionalismo. Del que además, ha hecho uso para imponer la propaganda contra la racionalidad.