El principio de tolerancia 3

El principio de tolerancia 3

Es convencional y hasta de simple diccionario que la tolerancia consiste precisamente en aceptar la existencia o la convivencia con personas, grupos, modos de vida, ideas, etcétera, que no son las propias. Es igualmente aceptado que el acto de tolerancia se da desde que se produce el encuentro de dos polos, el tolerante y el tolerado: dos personas, dos grupos sociales, dos grupos de opinión.

 

Acción de tolerancia y acto de tolerancia

Tolerante y tolerado: a falta de mejores denominaciones, son suficientes de momento para designar esos dos polos que necesita la tolerancia política para practicarse, pero no es en el encuentro entre los dos polos cuando comienza la acción de tolerancia.

La acción de tolerancia política comienza antes de la confrontación de los polos tolerante y tolerado. Si no es así, difícilmente puede llegar a darse un acto de tolerancia, que, esta sí, sólo puede existir cuando tolerante y tolerado se enfrentan efectivamente. Se diría a primera vista que es en el tolerante en el que la acción de tolerancia tiene que comenzar antes que el acto de tolerancia: se tiene que proponer ejercer la tolerancia, y convertirla en acto, antes de verse ante el tolerado. Eso es una idea política, y contiene ideas políticas. Contiene modelo de sociedad, propuesta de comportamiento, horizonte y razón. Es decir, no obedece a un reflejo, ni siquiera a una reacción ante la presencia del tolerado (o no tolerado), sino que es una propuesta previa al encuentro. Eso es política; la reacción o el reflejo es psicología personal, que a lo político no interesa en absoluto. Pero sucede que, por claro que parezca al principio que la acción de tolerancia tiene que comenzar antes que el acto de tolerancia en el encuentro entre tolerante y tolerado, y ello en el tolerante, aunque no se suele percibir, ni verbalizar, probablemente ni siquiera se suele desear en el mundo de la propaganda política, la acción de tolerancia tiene que dar comienzo antes del acto del encuentro, antes del acto de tolerancia, también en el tolerado, como vamos a ver inmediatamente al reflexionar sobre las condiciones de la tolerancia.

 

Condiciones de la tolerancia

No puede realizarse un acto de tolerancia, y ni siquiera puede emprenderse la acción de tolerancia que le es previa, si no se dan en ello ciertas condiciones, que provisionalmente agrupamos en cuatro denominaciones. Deben darse las cuatro, y las cuatro completamente. En caso contrario, el acto de tolerancia que se lleve a cabo será una impostura, o simplemente un acto voluntarista y condenado al fracaso, con el cual en esta materia siempre llega precisamente la intolerancia y, en cascada, el incumplimiento y las acciones fallidas relacionadas con los otros valores de las sociedades democráticas.

Denominaremos simetría, visibilidad, precisión y condicionalidad a esas condiciones, que a continuación examinamos más cercanamente.

 

A- Simetría

La tolerancia política debe ser simétrica. Si no es simétrica, no será tolerancia: será un simulacro de acción tolerante, será una ostentación del que pasa por tolerante, o un engaño al que pasa por tolerado, o un abuso consciente por parte del tolerado, pero en absoluto una acción ni un acto de verdadera tolerancia política. Esto significa que el tolerado debe ser tolerante con el tolerante en la misma medida en que este lo es con él.

Es, por supuesto, una condición muy cercanamente emparentada con el problema que hemos denominado Cesión del Discurso, que examinaremos en el capítulo «Problemas de la tolerancia», y que mencionamos tan tempranamente porque en nuestra opinión es la piedra angular del fracaso de la tolerancia política en la actualidad en las sociedades democráticas avanzadas. Lo veremos más adelante. Por si no ha quedado claro, podemos descender a la ilustración proporcionada por los grandes movimientos migratorios de esta época, ya mencionados, que no dejan de ser el origen de la evolución actual de este valor llamado tolerancia: si la sociedad democrática europea de origen cristiano y corregida por la Ilustración y sus conflictos internos posteriores dan acogida a un grupo norteafricano de origen cultural muy lejano, diferente y hasta incompatible en su origen y en algunos de sus valores más profundos, es entre otras cosas porque se produce un doble asentimiento a veces tácito y a veces muy expreso: 1- la sociedad europea se ofrece a acoger al inmigrante procedente de una cultura muy diferente, siempre que este acepte ciertos elementos y valores del funcionamiento de esa sociedad a la que llega; 2- el emigrante quiere acceder a la sociedad europea democrática porque prevé que en ella va a poder desarrollar su vida en mejores condiciones que en su sociedad de origen, sean  estas condiciones materiales, intelectuales o ambas. Por más que hemos buscado en la bibliografía, no hemos encontrado que se formule lo contrario. En ningún lugar medianamente informado y razonable  aparece que la sociedad democrática acepte acoger a inmigrantes para ser transformada y perder su condición democrática. Tampoco hemos encontrado que los emigrantes quieran acceder a la sociedad europea porque prevén que en ella van a vivir peor material o intelectualmente, o porque la quieran transformar en una sociedad no democrática y hacerle perder sus valores (conjetura esta en la que empiezan las hipótesis paranoicas sobre conspiraciones de infiltración y similares: que los terroristas de ideología islamista se hayan ocultado en ocasiones bajo el manto de la emigración general para entrar en Europa no nos permite afirmar que esa inmigración tenga esa infiltración como objetivo, y el caso es que aceptamos la fórmula emigración general como parte de esta reflexión porque sabemos que el conjunto de las masas migrantes no están compuestas por terroristas; pero no es un asunto en absoluto trivial, y desde luego que volveremos sobre él).

Sin embargo, la pertenencia cultural es un fenómeno mucho más complejo de lo que puede ser descrito desde luego en estas páginas, y marca, conforma y determina las personalidades, y en ciertas ocasiones, cuando se reúnen ciertos factores, de modo especialmente intenso. Por ejemplo, un ciudadano adulto y formado de una democracia europea avanzada puede proponerse integrarse por completo en una sociedad islamizada, pero muy probablemente, salvo problemas de orden patológico, antes o después entrará en conflicto con su entorno ante la práctica de ciertos valores propios de esa sociedad que están relacionados con lo más fundamental de la democracia avanzada: la condición de la mujer, la igualdad ante la ley, quizá otros aspectos. De modo equivalente, un inmigrante de cultura islámica en la sociedad europea puede haberse propuesto una buena integración pero, salvo excepciones casi inexplicables, pedirá en la playa a la que va a llegar su familia que los topless se cubran, y más si se trata de nudismo completo, tal como ha sucedido acreditadamente en alguna ocasión en ciertas playas españolas; o, como es conocido, presionarán a los comedores escolares que acogen a sus hijos para que en estos los guisos se hagan sin vino, o no se sirva jamón ni cerdo en ninguna de sus formas: de este modo han impuesto un valor propio de su sociedad de origen a los ciudadanos de su sociedad de acogida.

Esta asimetría es la que pone a la luz la condición de simétrica que se exige a una acción de tolerancia para ser considerada tal: la acción de tolerancia y el acto consecuente de tolerancia de aceptar a esa familia y hacerla destinataria de los beneficios sociales de la sociedad de llegada o anfitriona, se descubren de pronto como un error: no ha consistido a la postre en tolerar la convivencia del inmigrante sino en aceptar su dominio. Que es lo contrario del final cual se dirige la práctica de la tolerancia en democracia: la fusión muchas veces tenida por imposible de libertad e igualdad.