Alguien tendrá que enseñar

Isabel del Val

Así que «los componentes socioafectivos de las matemáticas». Hummm. Déjame que piense un rato… ¿Qué me suena tan mal de eso? Habrá que darle vueltas.

A lo mejor lo que pasa es que vamos a tener que crear una nueva red de centros educativos o centros de enseñanza o de centros transmisores de contenidos o de… ¿Cómo coño llamarlos sin que alguien se ofenda? Pero ahí está la cosa. Una nueva red de colegios, aparte y en paralelo a la que ya existe. ¿Lo hemos propuesto ya más veces?

Por qué decimos esto: pues porque parece que la batalla ya la tienen ganada ellos. ¿Ganada, de verdad? Bueno, no: en realidad, eso es lo que parece y lo que ellos se creen. Pero a lo mejor va a resultar que dejarles que ocupen el territorio de los pantanos del sur de Londres para nosotros los sajones no significa nada mientras que ellos los vikingos se van a creer que así nos han ganado. Pero ¿qué pueden cultivar ellos ahí? ¿Qué pueden construir? Nosotros, sin embargo, al norte de nuestra ciudad, en el país supuestamente ocupado, seguiremos expandiendo nuestra ciudad con nuevos edificios y cultivando nuestras cosas y fabricando nuestras herramientas (y nuestras armas).

Es decir: pocas veces hemos conocido en la historia una ocupación tan acabada, tan eficaz y tan… inútil (quizá sea la palabra) como la que pasito a pasito, carguito a carguito, ley a ley, ha realizado el conglomerado pedagógico de las instituciones educativas. Chapeau: que sí, que no nos cuesta reconocer vuestra victoria, que lo habéis conseguido.

Habéis jugado sucio, habéis apelado a lo más emocional y temido y temible de las gentes, incluso habéis obligado a recordar las experiencias personales de cada uno como si estas fueran motor legítimo de política; habéis hecho lo que se hace en todas las guerras, sí, y al final os cedemos el terreno.

Muy bien: hasta las matemáticas tienen esa cosa que ahora han llamado «componentes socioafectivos». ¿Pero qué majadería es esa? Simplemente una más del catálogo ya conocido: lleva todo lo escolar hacia lo emotivo, inclínalo hacia lo tierno, lo familiar, lo «entrañable»(?), lo delicado, y así te ganarás las voluntades de los papás que, como es natural (?), lo último que quieren es ver que a su hijo se le trata con seriedad, o con rigor, o con dureza, ¡o con crueldad, o con saña, o con sadismo!, porque no negarás que eso de que, como por casualidad, el número uno, el dos, el cuatro y el ocho tengan esa forma tan masculina, esa o final, no es uno más de los insidiosos micromachismos: ¿y si lo que queremos es dar el cardinal de dos mujeres? ¿Por qué aceptar ese dos cuando debería ser das? ¿O cuatra, o a lo mejor ocha? Aunque, sobre todo, como ya se parodió hace treinta años, qué  nos importan, al final, las cuentas que salgan de sacos de patatas en kilos o en gramos, si lo que importa de verdad es la situación del campesinado: a eso, ¡a eso! debe dedicarse la asignatura de matemáticas.

Todo tiene que ser retocado en los programas de enseñanza (y en todo lo demás de la enseñanza), por lo visto, y todo en esta dirección, por confusa que sea. La llamaremos eso: el toque «entrañable», sin saber muy bien qué significa esta palabreja, que suena tan a eufemismo cripto-blandorro. Así que lo que sucede es que la enseñanza escolar ha estado despreciando desde siempre la educación afectiva (por llamarlo de algún modo), y ahora es el momento de terminar de arreglar eso, ¿no? Y la forma de arreglarlo es esa, el conjunto de cosas, historietas y bobadas de adolescentes asustados ante los males de la vida, males que habían desconocido hasta hace poco a causa de la sobreprotección paterna. Sí, a los populismos, y quizá algo más a los de izquierda, se les acusa de no ser más que la reacción adolescente asustada ante el descubrimiento de la injusticia. Y esos jóvenes, actuando como si creyeran que la vida es una asamblea universitaria, han cogido el coche de papá y resulta que están atropellando a todos en la calle de las terrazas y los bares: muy bien, pues eso empezó, y hay documentación precisa, cuando lo hicieron por primera vez los jóvenes pedagogos, que aun antes de salir de la facultad y de haber tenido siquiera un mes de práctica en un colegio, ya tenían las soluciones para los problemas de la enseñanza; y cogieron el coche de papá. Hay que señalar que ellos identificaban los problemas de la enseñanza con los problemas que ellos tuvieron cuando eran alumnos, y de ahí la abolición de las notas, de los niveles, de las repeticiones (y todo esto se podría, quizá, gestionar de un modo u otro), y hasta de los contenidos. Porque era esta la fuente de todo conflicto en la enseñanza: qué manía de transmitir contenidos. ¡Los colegios están para otra cosa, por favor! Con esa obsesión por los contenidos (que incluyen las técnicas, los procedimientos, las habilidades), lo único que se consigue son excusas para fastidiar al pobre alumno.

La obsesión es precisamente esa, la contraria: la de no ser capaces de contemplar la figura del alumno más que como víctima. De haberse sentido víctimas como alumnos de primaria y bachillerato no les costó pasar a sentir que, naturalmente, la de víctima es la condición normal del alumno, y eso debía dejar de ser así. Y eso obliga a eliminar todas las herramientas de victimización: la disciplina intelectual, la transmisión de contenidos y la demostración de que estos en efecto se han asimilado. Y de ahí todo lo demás.

Así que sin autoridad docente, sin notas, sin contenido cultural ni científico, y con todo teñido de componentes socioafectivos… ¿quién va a llegar a la escuela universitaria correspondiente y va  a estar en condiciones de aprender a hacer nuestro arquetípico puente para el tren del futuro sin que este se caiga? Las matemáticas hubieran ayudado a ello; pero ahora quizá se conseguirán puentes muy entrañables, pero con la manía de caerse.

Cada nueva cosa que van sacando nos confirman lo acertado de nuestra antigua idea de ir empezando a diseñar una red de centros en paralelo a los colegios de primaria y los institutos de secundaria y bachillerato. Como no se podrán llamar colegios ni institutos, habrá que ponerles un nombre como Centro de Transmisión de Conocimientos o algo por el estilo. Y en los centros públicos y concertados que hagan lo que quieran, que ya nos encargaremos los demás de enseñar.