Conscriptos escolares: ¿en qué idioma jugamos hoy al fútbol?

Conscriptos escolares: ¿en qué idioma jugamos hoy al fútbol?
(Ah, no, que el fútbol es machista en Barcelona)

Isabel del Val

 

Una de las curvas más oscuras del túnel que está atravesando el mundo de la enseñanza es la que debería ser una de las más luminosas: la de los idiomas. Allí toda perversión tiene su asiento, y la inmoralidad de los dirigentes (y de no pocos profesionales) se ha hecho presidenta indiscutible. Lo que está pasando con los vigilantes del catalán en el recreo de los colegios en Cataluña, los grupos que intentan imponer el bable en Asturias, y hasta con fenómenos de otro cariz pero también del juego lingüístico, como la implantación deficiente a sabiendas  de la educación bilingüe con inglés en el sistema público madrileño («pero si estos maestros no saben inglés»; «qué más da, con que les den cuatro palabritas ya vale, no quiero líos»), todo esto y tantas cosas que imitan a estas en el mundo de los colegios en la España actual, dejan claro, para quien tenga los ojos abiertos, que lo que el mundo de la política educativa concibe como alumnado, respeto al alumnado y función educativa es una pura mierda, similar al respeto y al concepto que de los ciudadanos conscriptos mostraron los dirigentes políticos y los militares en las Guerras Mundiales o en la Civil española. Carne de cañón, números arrojadizos, estadísticas stalinianas, ganado.

Ya sabemos, porque leemos alguna cosilla, que las políticas nacionalistas tienen como principal llave inglesa la del idioma. Sueltan versitos y consignitas como «Un sentimiento, un idioma, una historia», que más bien parecen lemas de cartel antiguo de películas, y cosas de esas que parecen jaculatorias religiosas de todos los clubs y campamentos de esos personajes obsesivos con su participación en el yo colectivo. El yo colectivo: que qué será eso, que qué morro y qué desintelecto eso de darlo por real cuando no hay época ni escuela filosófica que no haya dado mil vueltas al asunto, y que en el día de hoy no siga dándoselas, porque si hay una noción que está en el punto 1, como mucho, de 100 de claridad conceptual es esa. Cuesta más de lo razonable no caer en abyectos psicologismos y empezar a conjeturar acerca de las personalidades frágiles, dependientes y asexuadas de los que se entregan de verdad a ese vivir la propia identidad solamente por lo que tiene de compartida con otros: por supuesto, esto no es forzosamente hablar de los dirigentes de esos nacionalismos, que dan más la impresión (y en muchos casos ofrecen pruebas de convicción) de ser unos miserables canallas engañabobos que no se creen ni ellos esas patrañas que predican, pero con las que saben que van a reunir a una grey que va a luchar por ellos, por los dirigentes, mientras estos, los dirigentes, siguen en el cóctel de la sala Tinell, o del palacio de Raxoy, o del palacio de Miramar, o, ya puestos, de la sala de banderas del palacio del Pardo.

Y ojo, que ahora vamos con el bable, y con una especie de andalú que los mismos andaluces aborrecen, y ya hay alguien que ha empezado a reivindicar el panocho como eso que se llama «lengua vehicular» en la enseñanza «murciana» (?). Lo que está pasando en la enseñanza en Baleares supera todos los adjetivos, y en Valencia, con ese sujeto inconsútil de no muy comprensible discurso que dice llamarse Ximo Puig a la cabeza, o quizá al cefalotórax, van por ese camino, hechos los planes de compartir los bocadillitos con el conserje de turno en la plaza de sant Jaume de Barcelona. Cualquier día de estos va a salir algún alunado madrileño a reivindicar, a exigir, a imponer el cheli como esa lengua vehicular en la enseñanza entre Aranjuez y Somosierra. Porque el baturro más o menos manierista ya tiene quien lo reivindique.

Todo esto es una diarrea incontenible.

 

Alumnos conscriptos en el patio del colegio, midiendo mucho el idioma: ¿hoy gritamos «gol»

en español o «gol» en catalán? ¿Quién vigila hoy el patio?

 

Y viene de diversos afluentes, el primero de los cuales es, probablemente, la estúpida manía que algún dirigente del primer franquismo (o más de uno, nos tememos) le tenía a las lenguas que no eran el castellano, y ya en aquellos primerísimos años cuarenta tuvo (o tuvieron) la mala hostia de decretar que, en lo oficial, todo fuera en castellano. ¿Por qué? (Quizá debemos entender, y la que escribe esto también, que estas preguntas son retóricas, mera expresión del pasmo ante la idiocia.) Cualquiera que haya vivido en los cincuenta y en los sesenta en el País Vasco, en Cataluña y no digamos en Galicia, sabe y conoce que en la calle, en la carnicería, en los deportes, en los bares y en las familias, era perfectamente normal expresarse más o menos bien o más o menos mal, pero en las lenguas diferentes del castellano que en estas regiones venían del pasado. En Cataluña, además, eso sucedía en ambientes y medios que rozaban lo oficial, por decirlo de un modo esquemático. Aunque, por supuesto, estábamos en un mundo de manías de señorotes y militares maniáticos con mando civil; y el impreso oficial, el nombre del hijo y otras cuantas cosas no te iban a permitir que fuera más que en castellano. (Sin embargo, la tradición de poner nombres a las casas, por ejemplo, o a los bares y restaurantes, no pareció verse afectada por esas manías, por poner un ejemplo.) De modo que habría que empezar por hacer una historia más veraz de lo que hasta ahora se ha divulgado del «fenómeno lingüístico», que incluye un tópico falso que, de repetido, no hay ahora español que no lo crea: que «Franco» prohibió las otras lenguas. Ojo, que lo que pasó fue que «el franquismo» no permitió más lengua oficial que el castellano, pero prohibir su uso no fue exactamente lo que sucedió.

De hecho, las ikastolas, de enseñanza exclusivamente en euskera, nacen por un acuerdo entre ese «Franco» o ese «franquismo» y la iglesia vasca, allá por el año 1957. ¿A que no se lo cree nadie, de tan colonizados como estamos por la propaganda nacionalista cateta? Da lo mismo, esto es para otro momento. Pero hay que mencionarlo, aunque sólo sea para avisar a los catetos de que conocemos la historia verdadera y cualquier día la soltamos. ¿Estaremos incurriendo con ello en delito de amenazas?

Los alumnos, que es lo que nos importa, de los colegios públicos españoles, vienen siendo zarandeados desde hace muchos años, principalmente con dos o tres asuntos, todos los cuales podrían resumirse en la fórmula «regionalización de los contenidos», que hace referencia a los neandertales si son de nuestra región, y si no lo son pues no se hace referencia a ellos; a la geotermia, si la hay en nuestra región, qué digo región, territorio; al problemático régimen hídrico y pluvial, si es que es problemático en nuestra región, qué digo región, nacionalidad; a la literatura, siempre que sea de autores de nuestra región, qué digo región: nación. ¿Cómo que nación?

¿Nación?

Pero, ¿de dónde sale eso?

Ah, en efecto: un sentimiento (chupado: ¡¡los de aquí sois los mejores!!), una historia (tirado: ¡¡si nos derrotaron fue por traición, porque siempre vencimos!!), un idioma.

No parece fácil que quede claro: a nosotras nos da exactamente igual qué sea nación y qué no dentro de la Península Ibérica: ya puestos, algo que tiene muchos, pero muchos tintes de nación es la que nunca reivindica nada de nada: la Mancha. Oye, que se constituya en tal. Allá cada uno. ¿Nación española? Parece claro. ¿Otras naciones? Pues vamos a verlo.

Haced lo que os dé la gana, pero dejaos de una vez de vigilar el recreo de los colegios y chivaros luego de qué alumnos hablan en catalán o no hablan en catalán. Hace poco, El Periódico de Cataluña informaba hasta en primera plana «El colegio Sant Pere Claver (jesuitas): alumnos excelentes en catalán jugando en castellano» (sic; pocos minutos antes habían cambiado el titular, porque se había excedido en cursilería con un «alumnos que excelen en catalán», lo juramos por Daniel Craig). Es un colegio al que los extranjeros llevan, claro, a sus hijos, hasta ser un 70% del alumnado; da algo así como las mejores notas en catalán en 6º de Primaria, pero… «Aquí, el idioma del patio es el castellano o bien las diversas lenguas internacionales de los alumnos» (sic). Como es frecuente, el cuerpo de la noticia no añadía información a la de la entradilla. Da igual, ya lo veníamos sabiendo.

Lo que va a venir en próximos días en la prensa es la relación de castigos que el sistema castellano-leonés va a proporcionar a los alumnos a los que pille en el patio diciendo «Arsa, mi arma» (quizá se han leído algún manual de esos de andalú), o a los alumnos sevillanos a los que se les oiga diciendo «Ejque me fui a…» en lugar de «Eh que me fui a…» (quizá habían visto alguna película de la comedia madrileña), y así sucesivamente.

Creen que han creado un sentimiento. En algunos sí, desde luego: los demás olemos mal, somos vagos y comemos feculento; ellos dicen puaj, y ya tienen el 30% de su yo colectivo. Creen que han creado una historia: Colón nació en Sabadell, Leonardo en Esplugues de Llobregat y Einstein en Sitges, en la casa que ahora ocupa otro catalán eximio, John Carlin. Toma otro 30%. Así que queda el idioma. Qué cazurros son los inmigrantes cuarentones y cincuentones, oye, que siguen hablando en esa cosa rara. Ya lo tengo: els nens, vamos a por els nens.

¿Nos están tocando a los niños? ¿Sí? ¿Lo entendemos bien?