La enseñanza de la historia… ¿»por competencias»?

Isabel del Val

Ya empiezan a surgir las urticarias de semejante tóxico: alguien decide que sólo se enseñe la historia medio bien desde 1812. Todo lo anterior irá, según algunos (no según otros), en un solo tema-apretón que incluye desde la Edad del Bronce hasta, en España, eso: la Constitución de Cádiz.

¿Esto es fruto de la aplicación del dogma competencial o es imbecilidad sin camuflar? Ah, hay una tercera posibilidad, es cierto: ignorancia, sin más. No olvidemos que todos los que desconocen una disciplina o materia o asignatura están siempre a un paso, y la mayoría lo da, de decir que esa materia es inútil y mejor quitarla de los programas y que «menos notas y más deporte » (os juro que se ha vuelto a decir, y la mayoría no sabe que es la transcripción de aquella tablilla cuneiforme del ministro Solís, «más deporte y menos latín»: ¿se siguen tocando los extremos?) Conozco a más de diez y a más de quince jóvenes de edades de ESO y bachillerato que tienen una irrebatible vocación por los estudios de historia y cercanos, como esos llamados Cultura Clásica y otros parecidos. ¿Y van a llegar a la universidad sin haber visto más que ese esquema forzosamente exiguo que se les va a proporcionar según ese nuevo plan de historia?

Y, a propósito, ¿cómo van a entender nada de nada de la Constitución del 12 sin haber llegado a comprender por lo menos un poco el absolutismo, la Revolución Francesa y todo lo que hay que comprender para llegar a las propuestas liberales? Y por supuesto todo lo que hay que comprender antes para comprender eso; y así sin límite, claro.

¿Cómo se enseña, según la noción de «por competencias», la historia? ¿Al estilo carrera universitaria norteamericana miope, que sólo da a conocer, y además muy a medias, unas cosillas sobre el rey Arturo, y sus dos años inmediatamente anteriores y posteriores, y con eso ya considera al alumno un «especialista»? Hay que comprender bien esa idea de «por competencias», y no es que nos vayamos a poner como modelos, precisamente, pero es que no hemos conocido a nadie que la comprenda del todo, y la explique medianamente bien. Por ser más precisa, tendré que decir que la explicación más inteligente que he obtenido es, casi literalmente, una cosa como la siguiente: «¿Qué quiere el alumno? ¿Manejarse profesionalmente con la historia del reino de León? Pues eso es lo que se le da: las herramientas para que pueda luego jugar con la documentación relacionada con el reino de León. ¿Quiénes somos para decidir por él si le hace falta más, si lo que quiere él es eso?» Lo cual es todo un manifiesto-explicación de lo que los planificadores a los que ese tío representaba entienden por historia, por labor del historiador y hasta por el reino de León, ya puestos.

Herramientas. La palabra que les pone es herramientas. Así, manifestando el alumno-víctima su primer y todavía no muy enfocado deseo, se pliega el programa a eso, no se le enseñan ni entorno conceptual, ni extensiones anterior y posterior, ni nada que tenga que ver con el campo semántico del término contexto: es decir, no se le enseñan fundamentos, que ya venimos diciendo que, de elegir un término, sería este el que tomaría para sí la densidad entera del antónimo posible de esa programación por competencias. ¿Qué son esas herramientas, si, por seguir con el ejemplo, hablamos de historia? ¿Unos elementos esquemáticos de los apellidos y familias leoneses del siglo IX? ¿Algo de las Cortes de León de 1188 (esto suena a pasarse mucho)? ¿Signaturas bibliográficas, referencias de legajos, números de fichas de algún archivo? ¿Y a eso lo llamará alguien enseñar historia? ¿O es que nadie quiere llamar a nada enseñar historia? ¿A lo mejor esa forma de hablar es signo simple de ranciedumbre reaccionaria, y tenemos que modificar nuestro lenguaje?

A lo mejor os habéis fijado: casi todas las cosas que hace la pedagogía con mando en plaza consisten en imponer léxico y usos lingüísticos nuevos. De paso, regañar por el uso de los términos que hasta ese momento se consideraban adecuados. Así que no haríamos mal estando preparados para que eso de «carrera de historia» dentro de poco sea una denominación castigada, y en su lugar haya que decir algo como «grado en devenir dialéctico del reino de León», o qué sé yo, porque dependerá del gusto y de las manías terminológicas del listillo que en ese momento esté al mando.

Sí, se trata de eso de estar al mando: eso no dice nada de nosotros, sino de ellos. Entre ellos siempre hay alguien al mando, una pandilla u otra, una cátedra o la de enfrente, y así van haciendo las cosas.

De momento, y sin mirar mucho las consecuencias sobre los alumnos de sus decretos (para qué comprobar con la realidad lo oportuno de nuestra teoría), parece que los menores de cierta edad, y probablemente a continuación los mayores según dicen algunos de ellos, van a seguir, en lo que a la historia se refiere, tan carentes de esquema general y de noción situacional como en preescolar. Ya hace unas cuantas generaciones que se viene juntando Felipe II a Franco, situando el nacimiento de la televisión en el Renacimiento, y desde luego diciendo esas cosas tan monas de «cuando los romanos nos invadieron» y tropos por el estilo (que lo diga el idiota del presidente mexicano respecto de los españoles, siendo nieto de asturianos, no nos permite dejar de mirar para dentro de nuestra propia granja: y sí, aquí también se dicen cosas así).

De modo que historia la justa, bien valorada antes de conocida, crítica antes de construida, lo más pegada posible a nosotros, y para adquirir competencias.

Definitivamente, hay un genio detrás de todo esto.