Lo de la «transmisión de valores»

Isabel del Val

Los de alguna edad siempre recuerdan con cierta risa que sus mayores les contaban que allá por los años 30 y primeros 40 el bachillerato incluía asignaturas como Agrimensura o Agronomía o cosa parecida, durante algunos años una especie de Fundamentos de Topografía, economía doméstica, y otras cosas como Geometría como asignatura independiente, que luego fue siempre parte de las Matemáticas, pero se les presentaba en plan rimbombante y autónomo, igual que  esa otra cosa llamada «Preceptiva Literaria» que, si no coincidía con lo que resuena de esos «preceptos», nunca se llegó a saber muy bien qué significaba.

Hasta los mismos que sufrieron esas cosas se reían pasados los años de esas denominaciones y de esa organización. Pero nosotros tendríamos que tener cuidado en la actualidad, porque para nombres y titulitos raros o parciales o exagerados los que hemos sufrido las posteriores generaciones y los que sufren los secundarios y bachilleres de hoy, por no hablar de la universidad y de esas interminables listas de las llamadas asignaturas de libre configuración, que cada vez se parecen más a las de las leyendas que en los 70 nos llegaban de Estados Unidos con asignaturas «optativas» como «paseo poético por la playa» y pasadas de ese estilo.

Insisto en lo del cuidado, porque parece que esto de discurrir asignaturas y proponerlas, o imponerlas si se ha retorcido suficientemente el gaznate democrático y se ha conseguido formar parte de un gobierno de coalición en minoría, se trataría de un alegre juego en el que casi cualquier cosa valdría. Pero tenemos más que convincentes pruebas, proporcionadas por décadas y décadas de secuestradores de la enseñanza, de que muchas veces eso puede acabar mal o peor que mal. Y, en general, los problemas no han venido por las que podrían llamarse «asignaturas de contenidos», sino más bien por las otras.

¿Qué otras? Toda esa colección que se refugia bajo la idea general de «transmisión de valores». Pero (por otro lado, nada sorprendente) se pone de manifiesto la poca reflexión de los que proponen una y otra vez esta cosa, sea desde unas posiciones éticas, morales o políticas, sea desde las contrarias. Porque casi todo el que ha tocado la docencia, aunque haya sido pocos años, ha comprobado inmediatamente que por supuesto que se transmiten «valores» en las clases; pero mucho más de lo que se cree y de lo que se dice, porque se transmiten en todas las clases de todas las asignaturas. Y, en realidad, son esos valores los que de verdad se comunican y, si se tiene que dar el divino acontecimiento, se entienden, se asumen y se ponen en práctica por parte de los alumnos. Son los valores que van adjuntos a la realidad de las ciencias y las artes y el pensamiento, y ponen en práctica los científicos y los artistas y los pensadores. Y no esas otras cosas que aparentemente no tienen más que eso que dicen orgullosamente ser, «valores» y nada más. ¿Valores cómo? ¿Vacíos y ajenos a la realidad de las vidas? ¿Expresados no en lo que son las expresiones de los valores, que tampoco es tan complicado, porque se llaman vidas de personas, sino expresados verbalmente, «en abstracto», como dicen los alumnos, es decir, poco más que con sus definiciones de diccionario pero, eso sí, con mucho aparato del rollete neurolingüístico de asentimientos encefálicos, sonrisas, guiños de ojos oportunos y simulación de interés por lo que tenga que contar cada joven, como si eso fuera único y original? Y más cuidados: porque hacerles creer a esas edades de los alrededores de los 15 años que lo que tienen que decir acerca de lo que sienten (suelen confundir este verbo con pensar) es tan interesante y tan único es, lejos de lo que venden los vendedores de ungüentos pedagógicos, la mayor falta de respeto al alumno que se puede poner en la relación con él. Y además va a traer malas consecuencias de inadaptación, narcisismo frustrante y, como colofón, la conversión del joven en cantante de trap-hop o incluso folk, convencido para siempre de que lo que siente y lo que sabe de sí mismo nos va a dejar fascinados y va a cambiar el rumbo de la cultura occidental.

Lo que sí fascina es la capacidad de los comerciales para seguir vendiendo esta estafa. ¿No nos habíamos tirado años y años haciendo mofa, befa y trizas de la antigua FEN, las antiguas asignaturas de religión e incluso las que aparecieron con la LGE desde 1970, todas muy puestecitas de fotos en color de prados con amapolas y títulos a doble página como «¿Qué es la amistad?», y más y más fotos de pandillas enlazadas por los hombros en libros que parecían prospectos de moteles nórdicos para viajes estudiantiles, para acabar, en los últimos temas, ajajá, por fin, ahora lo confiesas, conectando con lo que de verdad estaba pasando por ahí: «María, amiga y madre», o «Un amigo sufre por ti en la cruz» o el peor de todos, el último, el mar en el que desembocaba todo, el tema de graduación: «Dar testimonio».

Si alguien tiene interés en esta sórdida historia, pero hasta ahora no se había puesto con ello, lo ideal sería que localizara algún libro de estos, digamos de religión de 5º o 6º del bachillerato del plan del 57, e incluso los de los primeros años de la EGB, y los reúna con libros de las diferentes denominaciones que se le ha dado a la cosa de los «valores» en los últimos años. O las «transversalidades»: que el personal es muy cuco, y sabe que no muchos iban a tragarse una asignatura compacta y autónoma titulada «La moral que mola», o «Lo que tienes que pensar», y menos una asignatura, de las de aprobar o suspender nada menos, llamada algo así como «Enfoque bueno de género», o «Lo trans, lo más». Y aunque en marzo de 2022 desde luego que hay propuestas de que las cosas sean así de explícitas («los hago cristianos a cristazos», claro, sea cristianos o sea lo que hoy hay que ser, que viene a ser lo mismo bajo otros nombres), de momento lo que tenemos es esos sermoncitos «transversales», que en realidad y sin pretenderlo es una adjetivación muy adecuada, por la acepción de «oblicuo, retorcido», que tiene ese transversal. ¿Ah, que tú creías que aquí te íbamos a hablar de la reproducción de los ácaros? Pues mira, un poco sí, pero lo importante es reconocer en eso las pautas que luego los hombres aplican a las relaciones de género cuando se enfocan inadecuadamente (y bla, bla, bla). Lo de esas ranas de nosedónde que se han descubierto hace diez o doce años y que nada menos que cambian de sexo a voluntad, para qué quieres más. Si es que eso sí que es progreso, si es que eso es lo que teníamos que ser todas las personas. Y esto por limitarnos a los cromos relacionados con este ubicuo, quizá por pegajoso y batracio, asunto del enfoque de género. ¿Por qué no se dan cuenta de que se aprende más tolerancia al presentar en literatura a Oscar Wilde y exponer con normalidad su homosexualidad que poniendo a los alumnos de pie ante la bandera a escuchar las consignas de lo que hay que pensar acerca de ello?

Pero sucede con todo lo demás. Porque es cosa de grabar para la posteridad los teatritos escolares que se han hecho y se siguen haciendo ya desde Primaria con el malo, que es el personaje que dice cosas en plan Jordi Évole: «pues yo creo que es bueno quemar el bosque y que los árboles y los animales sufran» (y le ponen de atrezo una concertina bien afilada para que la ondee); y con el resto de los de la clase, que representan precisamente a esos árboles y animalillos en el escenario a su alrededor abucheándole: graba esto, y no los bailes regionales. Porque estos bailes se los van a creer en el futuro; pero con un poco de suerte, no se van a creer tanto que en esta época a los alumnos se los manipulaba de ese otro modo, el de, por así llamarlos, los matices Évole.

Me parece que no conozco a nadie que haya estudiado en serio y en extenso ética que discrepe de la idea de que los valores no se transmiten a escolares de modo explícito y señalado, sino (y la cosa podría remontarse hasta Aristóteles, como sabemos, pero no iremos tan lejos) con el conocimiento de los hechos, las vidas y los logros en los que esos valores se expresaron realmente. Y esto no es (ya oigo los preparativos de los mismos personajes) ponerse a leerles vidas de santos, de otros santos, de esos nuevos santos y santas que empiezan a cundir, sino enseñar directamente ciencias y arte y pensamiento, y estar preparados para, cuando los alumnos pregunten, saber contestar y asociar lo transmitido con las personas que hay detrás.

Es que cualquier otra cosa es no salir de los tiempos del catecismo.