01 May Ni se te ocurra admitir una sola cosa buena del rival político
Isabel del Val
Qué pereza da a ciertas alturas tener que apresurarse en la conversación a desmentir lo que una no ha dicho ni piensa decir, pero el interlocutor, sobre todo con cierto pasado, va a suponer que una va a decir o dejar de decir sólo por mencionar cierto nombre propio o cierta circunstancia. Yo he decidido ya hace tiempo que no pienso hacerlo; que hablo de lo mío y que cada cual piense lo que quiera; y que seguro que me va a interrumpir con sus objeciones, que habría que llamar preobjeciones según el modelo de construcción de la palabra prejuicio. Hagamos una prueba. Prepárate, lector, para examinar tus reflejos honestamente ahora mismo, en cuanto diga el nombre propio que voy a decir, o sea este: Isabel Díaz Ayuso. ¿A que mola? ¿A que de repente se ve uno como un juguete en el asiento de un Martillo Galáctico del parque de atracciones, zarandeado a pesar de su voluntad de un lado para otro entre estas impresiones y estas aclaraciones y estas salvedades y estos avisos, no vaya a ser que se piensen de mí que…?
Ya digo que yo paso, y por el camino me pego buenas risas al respecto. Hay que ver lo que consigue la propaganda, especialmente de esa izquierda crepuscular que empezó insultando a sus rivales por su estatura o su parálisis labial (y lo más significativo fue que ¡anda que no había motivos verdaderos y políticos para criticarlo!). Ahora, entre gritos e ingeniosísimos juegos de palabras con las iniciales de su nombre y otras cuantas cosas que casi estarían usando como justificación de un golpe de estado si se las hubieran hecho a ellos, estos tíos (y estas tías) de la cosa esta autodenominada de izquierdas española han conseguido que todos estemos pendientes de la presidenta madrileña, cuando en absoluto lo estaríamos si no fuera porque ellos nos desvían la mirada en esa dirección.
Y el problema es que al estar así de pendientes, vemos lo que todos ven, o sea sus errores y sus meteduras de pata: esto lo ve hasta el que no está pendiente. Pero al que han obligado a concentrar su mirada más tiempo de lo normal sobre alguien con un cargo como el suyo acaba viendo lo que los rivales, o sea enemigos, no quieren que se vea: sus aciertos. O incluso los errores de sus rivales, o sea enemigos: si no estuviera Díaz Ayuso arrasando en las elecciones de la Comunidad de Madrid, y en todos los distritos incluso obreros, un sujeto como el que ocupa un cargo similar pero en Valencia no habría tenido ni la ocurrencia ni el valor de pedir al Estado un impuesto especial más para los ciudadanos de esa Comunidad de Madrid, pasándose por el forro los pudores, la decencia, la inteligencia y, por si acaso no hubiera nada de eso en el diseño de fábrica del individuo, ejem, por lo menos la legalidad (y pasito a pasito, además, se va sabiendo que tiene cositas no muy limpias en su familia que a lo mejor está ocultando con estas mamarrachadas): ¿un impuesto especial para unos ciudadanos sólo por razón de su lugar de vivienda o de nacimiento? Y el tipo ese lo que ha conseguido ha sido que los ciudadanos de esa Comunidad de Madrid estén ahora seguros de que ese impuesto no ha prosperado gracias a Ayuso, que lo cierto es que a retintín no le ganan muchos, y a mandar a paseo a los beodos tampoco.
En este plan no muy amistoso, va Díaz Ayuso y empuja para que se amplíen los temarios de la asignatura de Historia en los colegios de la Comunidad de Madrid, e incluyan una reflexión especial sobre las realidades relacionadas con la llamada Leyenda Negra, poniendo en la batidora los temas habituales, desde el final de la Reconquista hasta Pizarro, pasando naturalmente por Cortés y Núñez de Balboa y toda la pesca. Y entre los materiales proporcionados para la empresa, van copias del documental estrenado no hace mucho titulado España, la primera globalización, de José Luis López Linares, que pudimos ver en su estreno hace dos o tres meses y tenemos que decir que se trata de un buen esfuerzo con un resultado algo esquemático, pero seguramente es que estaba pensado desde el principio para su uso en colegios e institutos; preguntaremos a nuestros compañeros Veedores.
O sea, que estamos hablando de que por primera vez el más alto mando político de algo se ha metido con preocupación en un asunto de la enseñanza y no para lo que los anteriores mandos políticos se han metido, sino simplemente para contrarrestar las tonterías y las afirmaciones anticientíficas que tan a menudo hay que oír por ahí, de un calibre similar al que sería el de la afirmación de que Napoleón fue una mujer liberal o Inglaterra una potencia benévola.
O sea que lo que tenemos es que el poder político al mando de toda una política de enseñanza, por primera vez que recordemos, ha metido sus zarpas en los programas (o, por si se ponen exquisitos los técnicos, no exactamente en los programas o currículos sino en la simple práctica de aula) y, cómo comprenderlo, cómo digerirlo, no para disminuir los contenidos de la enseñanza, o para trasladar los contenidos a las bondades históricas de la propia pandilla política, o para implantar sólo para poder decirlo cualquier tontería mal implantada de algo que bien implantado sería importantísimo (como, por ejemplo, idiomas extranjeros) o, en definitiva, para aumentar la afectividad y las emociones y la filantropía y el fuego de campamento en la enseñanza, sino para aumentar esta enseñanza, o para afinarla, o matizarla, o complementarla: a la historia hasta ahora consolidada, y sesgada desde la hegemonía historiográfica anglosajona, se va a añadir la historia que los propios historiadores consideran y llaman científica. Con sus grados y sus dosificaciones según niveles, se entiende, pero con la intención de devolver en la medida en que se pueda las aguas educativas históricas a su cauce de sentido común; o quizá, desearíamos también, de que los futuros adultos tengan una mejor información que los actuales (y que, contra lo que dice el tópico difundido por el sindicato de traumatizados por la enseñanza imperial-religiosa, desde los años sesenta es una información sesgada siempre en contra del equilibrio informativo entre opiniones y a favor de las bondades luteranas y anglosajonas, con unas gotas de indigenismo rentable).
¿El poder, en este caso, Díaz-Ayuso, imponiendo un mejor tratamiento científico del contenido de una asignatura en los colegios de Madrid?
¡Que me traigan las sales!