15 Dic Planes de fomento de la lectura. ¿Para qué sirven los maestros?
Planes de fomento de la lectura. ¿Para qué sirven los maestros?
Isabel del Val
¿Planes de fomento de la lectura? ¿Pero no es fomentar la lectura, entre otras cosas, lo que se supone que es la naturaleza misma de la Primaria, con la ESO de prolongación para los más reticentes?
Pues es que no.
Está a punto de salir, confeccionado por heroicas manos, un nuevo plan de estos en la Comunidad de Madrid, y no en su Consejería de Transportes, ni en la de Sanidad, que ahora que lo pienso quizá no sobraría, y ni siquiera en su Consejería de Inexistentes Bailes Regionales, ni en la de Pesca Arrastrera, sino nada más y nada menos que en la de Educación. Es como si en la Consejería de Agricultura tuvieran que sacar Planes de Fomento del Sembrado.
Pues, señor, la cosa consiste en que en efecto se supone para empezar que eso de la lectura ya va en los programas de enseñanza, aunque ahora no se llamen programas de enseñanza. Y que no tendría por qué ser incompatible con todo lo que se está echando sobre los colegios desde hace veinte o treinta años, todas esas cosas ajenas a la educación, o por lo menos ajenas al tronco central o a la médula de lo que, parece que en opinión mayoritaria en la sociedad, debería proporcionar la enseñanza. Pero ya sabemos que desde hace un tiempo se están haciendo en la enseñanza las cosas exactamente al revés de lo que parece que quiere la sociedad que se hagan en la enseñanza. Ciertas élites por supuesto ajenas a la realidad escolar, por un lado, y a la realidad infantil, por otro (que podrían ser ajenas a la una pero no a la otra, pero aquí se suman) han decidido lo que ya sabemos acerca de esa cosa a la que llamaron, calcando mal del inglés, «enseñanza comprensiva», que ha sido el sumidero por el que han subido todo tipo de olores nauseabundos en cuanto sopla un pelín de brisa. Por ejemplo, todo el sensualismo (todo tenía que ser tocado, olido, saboreado, etcétera) que inundó la más exigua y flaca reflexión sobre la enseñanza ya desde finales de los ochenta se ha acabado convirtiendo en un rechazo pleno, frontal y expreso a la abstracción. Y cuidado, que esto, que parece que significa que no se debe enseñar a Hume a alumnos de 8 años, no significa eso, sino que no se debe enseñar (no es broma ni parodia) algo como «la P con la A, PA», porque qué es eso de «la P» (y aquí se desata toda la semijerga mal usada en contra de «la inexistencia» de pés en «el mundo» y todo eso), de modo que si entras en un aula de, digamos primero o segundo de Primaria (según los colegios, se enseña a leer a unas u otras edades), lo que te vas a encontrar (y ahora tienes que hacer, lector, algo de esfuerzo, porque soy muy consciente de que te va a costar creerlo, pero te aseguro que es cierto) es a un/a maestro/a liderando un recitado colectivo mientras señala la pizarra, a ser posible electrónica, en la que aparecen las letras P-A-P-A, recitado que consiste en las palabras (todos a coro) «PATATA-ANTONIO-PATATA-ANTONIO», como si estuvieran entrenando a las víctimas en, qué sé yo, el alfabeto aeronáutico internacional (y casi sí, porque en Andalucía y Canarias probablemente no digan lo de patata sino más bien «papa», y ya casi podemos hablar con aviadores).
Eso es un triunfo de esa «concreción» que tanto les gusta, y una derrota de la «abstracción» a la que tanto temen los agentes del mundo docente de ahora. Pero muchos alumnos se rebelan, y eso es lo que los maestros no cuentan a los inspectores (sólo en conversaciones privadas y bajo compromiso de discreción): que luego muchos niños se les acercan y les dicen: ¿y por qué no podemos decir pe, a, pe, a, o directamente papá, que es lo que pone? Y mucho ojo, que esto no trae solamente la derrota de esa estupidez de método «anti-abstracto», sino una severa llamada a los padres a hablar con el tutor porque «algo estarán haciendo en casa que no deberían estar haciendo», para que el niño hable así (otra vez cuesta creerlo, ¿no?)
Desde lo más elemental, que es ese silabeo primero, hasta leer, entender y recitar Abenámar, Abenámar, moro de la morería y todo lo que le sigue, hay un camino por recorrer que hoy, ya, no es criticado y despreciado sólo por los alumnos (están en su derecho, digamos) que no ven en él utilidad alguna para su futuro como mecánicos de los Fórmula 1 de Ferrari, sino por los mismos maestros, de los que habrá que salvar a algunos para no ser injustos, que en conjunto se han llegado a creer de verdad que no es necesario conocer romances y no digamos sonetos, pero es que tampoco cuentos ni novelitas, y sin meternos ni de lejos en los grandes novelones, para triunfar como ciudadano, o más bien para «ser feliz», que es un sintagma que manejan con sospechosa frecuencia. Eso sí, en otros contextos y en otras batallas no paran de hablar de «lo otro», que es «la necesaria maduración». ¿En qué quedamos, troncos? ¿Ignorancia o maduración?
Circula entre los maestros de Primaria, premiada por sus guardianes, la convicción de que eso de «maduración» no tiene nada que ver ni con leer, ni con los romances ni con los sonetos, y por supuesto menos todavía con la ley de Ohm, con las ecuaciones de segundo grado, con Tiépolo o con Goya, con las valencias del carbono, con el ciclo de Krebs, y menos todavía con las declinaciones latinas o el mito de la caverna. Es normal: ellos, los maestros, en su mayoría no tienen ni puñetera idea de todo eso. Los inspectores tampoco. Y los peores son esos de entre los inspectores, y algunos de los superiores de estos ya cargos de designación, que sí que saben de esas cosas pero niegan que tengan que transmitirse en la enseñanza: ¿dónde tendrían que transmitirse, pues? ¿En la sesión de depilación láser? ¿En la barbería de moda donde te dejan la pelambrera hecha un cromo al estilo futbolero? Ah: ¿en las empresas? ¿Sí? ¿Tú crees?
Así que, al estilo de esos «Planes de Mejora» que comentábamos, también está este Plan de Lectura: que incluye consejos, técnicas, trucos para… ¿aprender a leer? ¡No! ¡Para enseñar a leer! Son consejos, técnicas y trucos para los maestros, que son los que en primer lugar no saben cómo es esto de enseñar. Y llevan adjuntos los títulos de las obras recomendadas para que los alumnos (primero los maestros, claro) vayan «aprendiendo a pasar páginas» pero habiéndose enterado de lo que pone en cada una de ellas. Porque los maestros no conocen ni siquiera los libros fundamentales para la práctica de la lectura a las diferentes edades, y hay que notificárselos por escrito.
Y luego echa encima todo lo que quieras, toda la moral que sin saberlo echas con cada uno de tus comentarios, toda la obediencia ciega a consignas que ni entiendes, todos los aplausos porque sí y todas las condenas porque no a quien los sanedrines que te gobiernan han decidido aplaudir y condenar. Pero todo eso después de haber enseñado a tus alumnos a leer, y no sólo a silabear, sino a coger por su cuenta un libro de El Barco de Vapor o de la colección que sea y a pasárselo pipa con su lectura.
Ah, claro, a no ser que, precisamente, puede que eso de los aplausos y las condenas se estropicie si la gente te empieza a leer por su cuenta, es verdad.