¿Programación por competencias o programación por fundamentos? La élite al ataque

Isabel del Val

A lo mejor hay que aclarar alguna cosilla acerca de nuestra falta de asunción callada y sumisa ante los discursos que sin cesar salen al ruido público defendiendo la programación por competencias y, sobre todo, insultándonos a los que no la defendemos. 

A lo mejor no lo he dicho del todo claro. Ya ve el lector que con frecuencia sabemos que tenemos que repetir las cosas, porque este mundo de la enseñanza tiende a ser más bien cazurro y viscoso de entendederas. Lo diré de nuevo: no estamos de acuerdo con la programación por competencias.

Y siempre hará falta, por lo visto, que venga algún catedrático imbécil de didáctica (perdón por la redundancia) de una «facultad de educación» a decirnos a nosotros por qué nosotros no estamos de acuerdo con la programación por competencias, porque al parecer nosotros no somos capaces de saber por qué pensamos las cosas. Típico de la especie, la familia y hasta del filo de los agentes de esas facultades: saben todo de todos, y no necesitan hablar con nadie para preguntarle por qué piensa lo que piensa, y mucho menos mancharse con el barro de la práctica en un aula de primaria o de secundaria para saber lo que a los alumnos, y sobre todo a los profesores de primaria y secundaria, les conviene. Lo de vivir en mundos cerrados, tan habitual en nuestros garitos universitarios, es lo que trae: se van lejos lejos lejos en sus discursos sobre un aspecto de la realidad, y nos la cuentan y hasta nos la imponen vía leyes educativas, cuando resulta que el punto de partida de ese recorrido estaba equivocado, por lo cual se han ido lejos lejos, sí, pero en la dirección equivocada, o sea que todo erróneo.

Un tipo de estos, de cátedra hereditaria, por cierto, aunque todos creamos que esto es imposible, escribía hace poco en un diario nacional y nos explicaba a los que no estamos de acuerdo con la programación por competencias por qué no estamos de acuerdo con la programación por competencias. Resulta que no nos habíamos dado cuenta de que somos unos reaccionarios aristocratizantes, y no nos gusta este embrollo de las competencias porque tiene su origen en el enfoque de la FP, y eso a nosotros, claro, que somos elitistas y abstractistas, nos parece muy «innoble», decía el fulano. Como anda por la universidad, es comprensible que o A) no quiera quedar mal ante sus alumnos progretes, y aprovecha ese pisuerga para hacer profesión de fe de obrerismo, y qué mejor profesión de fe que acusar a otros de antiobreristas, o B) es que no puede salir de ahí, tiene ese discursito chic muy gauche jabugo típico del que no ha conocido otro lugar de trabajo que el útero universitario, ese que en tiempos recientes ha dado a los más incrédulos del exterior sobradas muestras de lo que afirmábamos los que desgraciadamente conocíamos de antiguo la sonrisita esa complutense, la pétrea inmovilidad de sus certezas incontrastadas y sus antiquísimos tópicos de ciego describiendo colores que ni conoce que existan.

Así que eso: la programación por competencias, dice el ignorante, es la expresión de lo que las empresas demandan a la universidad, o… ¡Un momento! ¡No! ¡Tampoco! ¡Eso es degradante! No nos vamos a poner al servicio del capitalismo abyecto. De modo que al contrario: nosotros sabemos por deducción lo que a la sociedad le va a ser útil, y entonces… ¡Alto ahí! ¡Mucho menos todavía! ¿Qué es esto? ¿Deducción, nada menos? ¿Acaso volvemos a la enseñanza abstracta? Vamos, que con sus parrafitos no hay quien se aclare. Como casi todo lo secretado por la pedagogía, no está clara ni una cosa ni su contraria, no vaya a ser que luego me monten el pollo los de esta pandilla o los de la otra; y así hasta el final.

Salvo una cosa: que los que no estamos de acuerdo con la programación por competencias (que como la han discurrido algunos de entre ellos, hay que estar de acuerdo) es que somos elitistas y no nos gusta que esto venga de la FP, que ya sabemos que es una cosa que huele a sudor de obrero.

No se les ocurre, y a este tipo en absoluto, que algunos no nos creeemos que ellos los pedagogos, y menos todavía con cátedra hereditaria, sean tan omniscientes como para haber confeccionado una relación de las habilidades necesarias para vivir y para trabajar que sea una relación suficiente. Y así, orientados a la consecución de esas habilidades, organizar la enseñanza. Es a vosotros, chaval, a quien no creemos y en quien no confiamos; y lo cierto es que no confiaríamos en nadie que nos dijera que domina eso. Hay que estar encerrado en el propio club sin poro alguno para creer que se comprende el mundo completo y todas las necesarias habilidades para vivir en él.

A ver si se entiende mejor así: pongamos, un poco como modelo, un número de competencias en función de las cuales se programa la enseñanza toda: qué sé yo, 50, por ejemplo. Pongamos 500. No. Pongamos 5.000. Ya está: si controlas estas 5.000 «habilidades» (¿o es demasiado concreta esta palabra? Porque a veces la usáis, pero a veces renegáis de ella), la enseñanza demostrará haber estado bien programada (por nosotros), porque con esas 5.000 habilidades (o competencias, a los demás nos dan igual vuestros tiquismiquis terminológicos) te será suficiente para vivir y/o trabajar. ¿Sí? ¿Seguro que esas 5.000 son todas? ¿No os estaréis olvidando de algunas? ¿Pudieran ser, quizá, 5.007? ¿O 6.023? ¿Quién nos dice que no son 23.968? ¿Ah, que hay autores que ya cuadriculan en sus libros las competencias «omni», y con esas vale?

A mí me parece que hay que ser un tarado para creerse cualquier modalidad de lo anterior. ¿Que preparando «por competencias» estás preparando para la vida por fin, porque ya sabes cuáles son «las» competencias, o «todas» las competencias que una vida necesita en cada uno de los vivos? 

Así que nosotros, que sin excepción hemos trabajado fuera de las universidades, incluso sudando, sí, y hasta ¡con mono! (¿a que ahora se te revuelven tus tripas burguesas vergonzantes y secretas?), y no estamos ahí encerraditos en burbujas con compañeros igualmente burbujitas y estadísticas de universidades igualmente encerraditas sobre este o aquel aspecto de la enseñanza, lo que sí que sabemos es que son tantas las posibilidades de la vida y de los trabajos, y son tan innumerables e imprevisibles las situaciones y los problemas de cualquier recorrido vital, que no hay quien pueda prever todas las habilidades o competencias que va a ser necesario tener para sacarse uno mismo adelante. Que no se crea nadie que puede hacer una lista de todos los nombres de persona que existen, y dar a continuación catecismo acerca de cómo establecer una relación humana con cada persona, diferente según el nombre de cada una. Eso no es posible, y no verlo es propio de catedráticos de didáctica, claro.

¿No se os ha ocurrido pensar que a lo mejor lo que proponemos merece como mínimo una reflexión cuidadosa, dado que en tiempos históricos anteriores y en lugares innumerables, ha venido demostrando su utilidad? Simplemente, enseñar fundamentos. Sí, eso que llamáis generales, o teóricos, o abstractos (y se lo llamáis sin motivo real alguno), para que sea cual sea la variedad de situaciones que luego se encuentre la persona en su recorrido vital tenga de dónde extraer principios, enfoques y entrenamientos (sí, las «habilidades» son parte de nuestra propuesta) para salir adelante. 

Claro que esto exige el conocimiento y el reconocimiento de que las personas tenemos nuestras limitaciones; por ejemplo, la incapacidad para dibujar por completo todas las posibles situaciones que una persona va encontrarse. Pero pedir eso a los de las facultades de educación ya sabemos que es pedir algo imposible. Exige saber lo que hay de verdad en las aulas de primaria y secundaria; exige saber lo que hay por el mundo real del trabajo. A ver si van a ser los fanáticos pro-competencias, esas cosas que casi nadie más que ellos entienden, los verdaderos elitistas.