01 Nov Blonde (o sea Rubia, la película sobre Marilyn Monroe)
Ahora que ya han conseguido que «naufrague», como dicen ello/as, e incluso que Netflix se plantee retirarla de su stock, y que han logrado crear una muchedumbre chunga que sin haberla visto ya grita contra ella y contra los que la han hecho, no tenemos más remedio que decir que se trata de una gran película, pero sobre todo de una enorme interpretación de Ana de Armas y muy buena de casi todos los demás actores, especialmente de Adrien Brody y de Bobby Canavale. Pero desde que la vimos, no hacemos más que darle vueltas a este Veedor, que se resiste a cualquier enfoque parecido al que tendría el comentario de cualquiera de las (magníficas, y algunas soberbias) películas de Harry Potter, por ejemplo: porque se trata de otra cosa que no es exactamente cine narrativo, o por lo menos narrativo convencional.
Porque la película tiene, y es visible que muy deliberadamente, enseñanzas de Antonioni, de Terrence Malik (de este, hoy en día, todas las películas sacan algo), del David Fincher de Mank y de algunos otros. Más que un acierto, es casi algo inevitable si estamos hablando de cine hecho por gentes que saben de cine. El acierto es, quizá, no haberse resistido a esas influencias o a esas lecciones, y dejar fluir la cosa. Aparte, está el carácter quizá rapsódico del conjunto, que adquiere sentido definitivo al final, pero que de momento mantiene al espectador permanentemente tenso y casi a la defensiva: las escenas se suceden sin más continuidad entre ellas que la que pone el propio espectador al saber que se trata del mismo personaje y de la misma historia. Casi resulta como una muestra de fragmentos de una antología cinematográfica separados (o unidos) por sencillos fundidos a negro, sólo que en vez de una película son fragmentos de una vida.
Blonde es una antología de fragmentos de la vida de Marilyn Monroe, en ocasiones tratados químicamente para resaltar estos o aquellos colores (es una metáfora, ojo), en otras ocasiones desplazando la ampliadora para obtener un positivo algo movido, o a veces, incluso, captando la movilidad inverosímil de un instante de quietud total. Que quede claro: algunas escenas de esa vida, de esta antología, son conocidas por cualquiera con un mínimo de contacto con la cultura pop, y otras son discutidas y meras conjeturas, y algunas, por fin, son claras invenciones, licencias dramáticas y algunos críticos dicen que hasta desparrames. Nosotros no hemos visto tales desparrames, porque lo que sí sabemos desde siempre, admiradores de la Marilyn de la pantalla pero no adoradores de la Monroe de las revistas, es que la vida que no salía ni en la pantalla ni en las revistas fue tirando a aperreada, jodida y dolorosa. Pero qué le vamos a hacer: esos dolores no nos dificultan nuestras risas cuando Marilyn despliega toda su energía cómica desde el principio, cuando Cary Grant le inspecciona sus «acetatos» hasta, rompiendo con todo (y por cierto con la mitad del atrezzo del plató), cuando se hace la ingenua mientras planea el asalto y la derrota de un Tony Curtis supuesto heredero de una compañía extraña de petróleos que tiene como símbolo una concha. ¡Si eso no es vis cómica…! Pero lo de fuera de la pantalla, que es más que otra cosa lo que nos muestra esta película, bien que a trocitos inconexos, pues es otro cantar, tal como aclara Billy Wilder en sus históricas declaraciones: mi tía Amelia, de Viena, sería mucho más disciplinada en el rodaje que Marilyn, sí; pero ¿a cuánta gente llevaría a la taquilla?
Blonde no nos cuenta, probablemente, muchas cosas que no conociéramos antes. Di Maggio la pegaba, Zanuck la violó, Arthur Miller intentó sacarla adelante con inteligencia (inteligente es la secuencia del contacto entre ambos, en que Brody comienza presentando a un Miller de la intelectualidad condescendiente hacia la neumática estrellita de Hollywood y en el plazo de dos minutos acaba fascinado con la cultura de la actriz, escondida a ojos del periodismo de cotilleo), pero no lo consiguió… Y por todas partes una mujer, Marilyn, que sigue siendo la niña de siete años que busca a su padre. No sabemos si la propuesta es anticuadamente freudiana, frívolamente casual o sencillamente pragmática: no hacen falta mediadores ni freudianos ni lacanianos, ni de otras religiones, para que, en efecto, a lo mejor una mujer despojada de padre en la infancia estuviera de verdad buscándolo por todas partes. Muchos biógrafos han dicho cosas así de esta pobre actriz zarandeada, pero puede que no haya que tenerlos en cuenta porque la infección, como decimos, lacaniana (y alguna otra, según moda del momento) ha manchado casi todo lo escrito sobre fenómenos humanos tan llamativos; y a lo mejor, como en muchas ocasiones se ha demostrado, no estaban los biógrafos más que lacanizándose ellos mismos sin darse cuenta.
Pero es que hemos visto hace poco a Ana de Armas entregarse a un karate o más bien Tae-kwon-do o me parece que Krav Maga subida a unos taconazos de un palmo y con un vestido de gala, lentejuelas incluidas, sin soltar el bolsito y la automática: James Bond le acaba diciendo: has estado magnífica; y ella no lo entiende mucho, y le contesta: y tú también. James Bonds a mí, aquí las notas las pongo yo. La hemos visto de amor holográfico-virtual en el último Blade Runner, y hemos tenido que preguntar por ahí si esa joven existía con cuerpo tangible, con perdón, o si era de animación. Y en esta comedia más o menos inglesa, y en aquel cameo más o menos desperdiciado… Y algunos hasta la recuerdan de El internado, aquella serie española que sucedía, sí, en un internado. Es que a estas alturas da igual. Todavía no sabemos muy bien qué pensar de la película, que en todo caso nos ha gustado y nos ha intrigado y nos ha tenido pegados a la pantalla; sabemos que tiene este tropiezo o aquel otro, pero que esos tropiezos tampoco nos han molestado tanto. Pero es que Ana de Armas ha hecho todo lo que tiene que hacer un actor, y lo ha hecho a la perfección, y se ha entregado a su trabajo y se ha comprometido como se comprometen los grandes, y nos da en la nariz que esta película será vista en el futuro como su Niágara o su Los caballeros las prefieren rubias. Hay mucho por descifrar en este trabajo de actriz, mucho por aprender, y aquí lo dejamos porque nos ponemos a ver la película de nuevo.
Pero, ay, se nos había olvidado que la película muestra lo que nunca hay que mostrar; eso que si se muestra es sólo para diversión de perversos o de machos; lo que nos tiene dado Dios como castigo, lo que hay que aguantar, la herramienta y la maldad del dominio patriarcal: sexo. Así que inmediatamente han comenzado los ataques y las condenas, y a estas alturas no se sabe hasta dónde llegarán, cuando tan pronto tan pronto ya han conseguido que hasta se ponga en duda la conveniencia de que se nomine a Ana de Armas al Óscar, porque sería manchar la ceremonia. Qué mala idea la de los guionistas, el director, la actriz, los productores: mira que ensuciar la bonita historia de una actriz que es perseguida y abusada sexualmente nada menos que mostrando acciones sexuales… ¡Si es que estamos igual que los neandertales!