01 Feb El viaje de tu vida (original: Tracks), película de John Curran, con Mia Wasikowska
Vemos ahora, que la han rescatado, esta película del año 2013. El cine ha cambiado mucho en estos diez últimos años, salvo el que algunos enseñan en la facultad de ciencias de la información de la complutense y el de Baz Luhrmann; pero esta película parece rodada y montada esta mañana. Su concentración en lo fundamental y su desprecio por el brillo, su tratamiento de la continuidad dramática, más bien irreverente y en absoluto acartonado, y además la cualidad de la interpretación de Wasikowska, hacen de esta película un modelo del mejor cine actual de ese bando que algunos llaman «independiente» o «indie», que, lo que es venir, viene desde los años 70 e incluso desde los 60, pero que recientemente ha tomado nuevos bríos. Lo cierto es que nadie ha explicado nunca muy bien qué es eso de «independiente», como no sea algunas vagas y no muy constantes referencias a que se ha hecho sin pasta adelantada de los grandes distribuidores (tíos/as) o grandes distribuidoras (compañías). Quedémonos con algo así. Lo que está claro es que esta película está hecha con toda la fe del mundo (habría que revisar ese 2013 para ver si la agotaron toda, o si hubo alguna otra película tan intensa) y por cierto no con poca maestría.
La historia es la real de Robyn Davidson. Esta joven, en 1975, a sus 24 años de edad, se propuso cruzar todo el oeste de Australia, desde Alice Springs hasta el océano Índico y hacerlo a pie y con la única compañía de tres camellos y su perra. Consiguió algo de financiación de la National Geographic australiana, que puso un fotógrafo más o menos a seguirla, y al final consiguió su objetivo, y se hizo célebre en Australia y algo en el mundo anglosajón. A continuación, desarrolló una buena carrera de escritora más o menos centrada en asuntos de antropología, y se ha convertido en una teórica y militante del nomadismo.
El nomadismo es un asunto que muy pocos han estudiado y que al parecer interesa a sólo dos o tres. Sin embargo, han sido miles y miles los asistentes a las conferencias de Davidson a lo largo de cuarenta años, y muchos más los lectores de sus libros. ¿Qué hay ahí? Da la impresión de que esta película no quiere ser demasiado explícita o didáctica o ensayística. Quizá transmite eso que hay ahí detrás de la atracción del nomadismo simplemente de modo intuitivo, es decir, «artístico», y deja que cada espectador lo descifre, si quiere y puede. Esto no está claro: es muy probable que ese espectador simplemente se quede embelesado con las imágenes, con la luz y el color y quizá más con la cadencia y el ritmo que tanto la acción interna como el montaje imprimen a cada minuto y cada segundo de la película (pero a lo mejor es que es precisamente eso lo que el nomadismo ofrece). Mientras la ve, tiene uno que recordarse hasta qué punto todo eso que se ve es deliberado y ensayado y decidido, y prácticamente nada (quizá sólo las moscas) es fruto del azar en un rodaje así. Vemos a Wasikowska caminando por un suelo digamos alcarreño, o quizá almeriense, tirando de una cuerdecita al otro extremo de la cual muge un camellazo cabreado que a su vez tira de otros dos y una cría. Y eso no es solamente eso: podría caminar más rápido, o más despacio, o girándose, o dando saltos, o volteando la cabeza, o yendo y viniendo… Pero no lo hace. Curran y ella han elegido, al parecer con la asesoría de la auténtica Donaldson, que eso de nomadear o, quizá, el nomadear de Donaldson en particular, fue y es así. Y al espectador le parece que cómo iba a ser si no, ¿acaso hay otras formas de caminar? Decimos todo lo anterior como ilustración entre otras posibles de la desnudez, la claridad y la simplicidad que han conseguido los que han hecho El viaje de tu vida. No es sólo una decisión «estética» o «indie»: resulta que al poco rato de emprendido el camino (en la película: en la realidad, nos sitúa una elipsis algo así como en el día 90 de marcha) las cosas de la vida se han depurado, se han reducido a lo esencial, han perdido sus oropeles, como se decía antiguamente, y la pérdida de una brújula es un suceso de primer orden y de la máxima gravedad que merece varias secuencias de búsqueda y recuperación y vuelta al camino. Lo es, naturalmente. Adónde vas por los 3.000 kilómetros del desierto del oeste de Australia sin una brújula. Pero es que esa es la cosa: la brújula, el agua, unas lentejas de lata, la buena perrita compañera de viaje y… qué más es vivir.
Hay una cierta progresión algo sorda, nada subrayada, presentada sin énfasis alguno, que muestra, precisamente, cómo se va prescindiendo de lo prescindible. A partir de un momento la joven se deshace de pantalones y de falda. En otros momentos pasa de camisa y hasta de camiseta (las quemaduras del sol en los hombros ponen los pelos de punta). Paso a paso, kilómetro a kilómetro de desierto y de camellos, la existencia se reduce a la existencia. No sólo caen objetos inanimados a su alrededor; los afectos también se ven atormentados por pérdidas casi insoportables: ¿no es eso la vida?
Pero hay no una renuncia, sino una aceptación de esa naturaleza sin camuflajes de la persona cuando la misma Davidson, que ha estado al borde de la derrota pero ha continuado, reconoce ante el fotógrafo que la visita cada cuatro o cinco semanas que la soledad en la que ha llegado a vivir se le hace insufrible. Quizá es que el hombre de hoy puede acercarse mucho más de lo pensable a ese nómada supuesto de la prehistoria, y algo más conocido de ciertos pueblos históricos; pero sólo acercarse, porque quizá la misma naturaleza humana, si es que eso es algo, ya no es la misma de aquellos. De un modo o de otro, incluso en el caso de una semihuérfana australiana de los años cincuenta, hasta la misma lactancia nos educa ya en el disfrute o la búsqueda o la carencia de afectos, por ejemplo.
Está claro que Wasikowska se ha empapado de todo ello, y lo ha metabolizado, y nos lo cuenta de un modo admirable. Cuando, antes de empezar su viaje, la visitan unos amigos, nos deja claro, pero no necesita diálogos para hacerlo, que lo suyo no es la sociedad. Quizá toda la sociedad que necesita es, como por cierto les sucede hoy mismo a muchas gentes de aquí mismo, su relación con su perro. Ella ni siquiera quiere llevar radio. En un cierto momento quiere usarla, pero no lo consigue. ¿Cómo sería esa experiencia en nuestra actualidad ahogada de móviles y satélites? Mia Wasikowska trabajó y expresó todo esto justo antes de su «descubrimiento» internacional en la serie En terapia y en la siguiente Alicia en el país de las maravillas. Pasma conocer la calidad de su trabajo cuando acababa apenas de inaugurarse como veinteañera. Toda la película descansa sobre ella, y ella dice que bueno, que adelante. Y entre ella y Curran consiguen una belleza admirable, pausada, amiga de la reflexión y de la degustación calmada, pero repleta de ese nervio especial que Wasikowska tiene, se diría que inevitable, en su mirada. Nómadas, bueno, y tranquilos, por qué no; pero la mirada crítica siempre.