GALÁCTICA, ESTRELLA DE COMBATE: ¿NO QUERÍAMOS MITOLOGÍA?

GALÁCTICA, ESTRELLA DE COMBATE: ¿NO QUERÍAMOS MITOLOGÍA?

Serie de televisión

 

Ya algo añeja, pues se produjo entre 2004 y 2009, se puede afirmar que es de las series de televisión que mejor han aguantado el paso del tiempo. Una reciente revisión nos lo hizo comprobar. Y además nos dio la sensación de que dentro de otros diez o doce años seguirá pasando igual. Parece que dieron con ese algo indefinible, y desde luego imprevisible, que consigue no sólo conectar con los espectadores de su tiempo sino con los de tiempos posteriores. Nos resistimos a usar la expresión «clásico» porque eso sólo se podrá decir, quién sabe, dentro de treinta o cuarenta años.

Lo cierto es que este tipo de dramas tienen siempre un obstáculo que salvar: las reticencias, o el disgusto, o el aborrecimiento, o los prejuicios que despierta en gran parte del posible público cualquier cosa a la que, aunque sea remotamente, se pueda atribuir el carácter o la categoría de «ciencia ficción». (Muchos de los disgustados o reticentes ven luego obras tenidas por «literarias», que en ese contexto quiere decir algo así como «humanísticas» como opuesto a «tecnocientíficas», que a menudo están repletas de nociones, fantasías o simples mentiras, digamos, «de ciencia ficción», y se las tragan encantados mientras alguien no se lo señale.) Suponemos que no cabe aquí esa viejísima discusión, en realidad pueril y pacata. Pero procede mencionar su existencia precisamente a propósito de esta serie, Galáctica, estrella de combate (Battlestar Galactica), porque puede que se trate del ejemplo más extremo de lo opuesto: ya desde su título el desavisado puede notar el olorcillo a keroseno del futuro, ¿no?, y a eso que se suele suponer que incluye «espacio, naves y rayos láser». Muy bien, aficionado a la ciencia-ficción: siéntese en su butaca, ponga sus palomitas a mano y entréguese a una orgía futurista de «torpedos fotónicos», teletransporte y androides (en Galáctica no hay nada de todo ese arsenal startrekiano, por cierto; bueno, androides un poco, dejémoslo ahí). Y lo que va a sacar al final, después de sus cuatro temporadas, va a ser un curso denso y extenso de mitologías mediterráneas y orientales, y un cuatrimestre añadido de antropología e historia de las civilizaciones. Que si una serie te la anuncian así desde el principio, jamás de los jamases te habrías sentado en esa butaca.

Porque en efecto, aparte de las excusas dramáticas inmediatas (aunque también muchas de estas), los argumentos y los subargumentos son reescrituras de los mitos de nuestros fundamentos, desde los nombres de las diversas culturas, que coinciden con los del zodiaco asirio-griego, y a las que se atribuyen características cercanas a las que se achacan a esos «signos» zodiacales, hasta peripecias colectivas e individuales: el conjunto es un éxodo con puntos de contacto con el bíblico, pero también con variantes que sugieren más bien el viaje al sur y al oeste de los arios.

Hay por supuesto un Moisés (que nunca dice expresamente nadie, ni guionistas ni productores ni actores de la serie, que lo sea), hasta un Aarón, pero también uno o dos Gilgamés, desde luego un Abraham y un Isaac, y hay una Sara, y una Raquel; hay un Juan Bautista, ¿hay un Jesús?; quizás hay una Eva, y este quizás nos lleva a una de las mayores virtudes de la serie: algunos personajes clásicos están encarnados entre dos personajes, y en ocasiones dos clásicos están encarnados a la vez por uno solo de los personajes de la serie. Aparte del puro entretenimiento, añade todavía más diversión ir identificando en este o en aquel papel la proyección de uno u otro de nuestros mitos. Que no se limitan a los bíblicos, como ya hemos dicho: hay un Apolo (hasta hay un personaje cuyo sobrenombre de piloto es ese, pero… puede que no sea el alter ego del dios de la ciencia), hay un Zeus, y unas Atenea y Minerva (que, insistimos, no van con la etiqueta: hay que resolver el misterio), y hay unos ángeles buenos que parecen simples mecánicos de motores, y unos ángeles caídos y hasta un… san Miguel; recuerde el lector por su cuenta a qué se dedicaba el arcángel. Y todavía sigue abierta la discusión si cierto personaje de presencia muy frecuente es ni más ni menos que una Tanit, o con cualquier otro nombre, esa que dio lugar a la Gran Diosa mediterránea que mantuvo las culturas pre-sumerias en la matrilatría, y luego no dejó, con diferentes avatares, que el monoteísmo triunfante (tal como se ve también en la serie) fuera definitivamente masculino y «feminicida»…

¿Hemos dicho «dio lugar»? Ah, sí: podemos recordar algunas cosas semiolvidadas de la antropología cultural. Por ejemplo, las mitologías de las diferentes culturas ¿son las que quedan después de sucesivas unificaciones de las más próximas? ¿O, por el contrario, son el resultado de sucesivas subdivisiones de una única mitología antigua? Ahí se mete de lleno esta serie Galáctica estrella de combate: todo sucede no en ese futuro que los reticentes a la ciencia ficción suelen aborrecer, sino en un pasado muy remoto, y de camino a un planeta de localización incierta donde los pocos humanos que van quedando quizá puedan establecerse y multiplicarse y evitar la extinción, con sus recuerdos y sus historias y sus personajes legendarios que van quedando en la memoria como fábulas de las que a veces se podrá sacar enseñanzas.

Hasta hace poco, lo apropiado ahora sería meterse en ese jardín de «niveles de lectura», pero además de apropiado sería erróneo: porque lo que hay son niveles de comprensión de un único «texto». En el que los guionistas, al hacer el remake de la serie setentera, supieron ver qué se jugaba en esa, y uno diría que se dijeron: ¿Jung, Maiakovski, arquetipos? ¡Toma arquetipos!