15 Oct Lee Miller, musa y corresponsal de guerra, nunca una vida es sólo una
Lee Miller, musa y corresponsal de guerra, nunca una vida es sólo una
Documental producido por la BBC y dirigido por Theresa Griffiths. 2021. En Movistar, por lo menos.
Circula por las plataformas el documental Lee Miller, musa y corresponsal de guerra, que nos da oportunidad para comentar algunos aspectos de este género que no se suelen mencionar.
Preferimos decir en primer lugar que Lee Miller, nacida en 1907 en Nueva York, fue a lo largo de su vida modelo fotográfica de moda, modelo fotográfica sin más, fotógrafa, personaje importante de las juergas parisinas de los años 30, amante de Man Ray, esposa de un acaudalado egipcio, fotógrafa de retaguardia en la II Guerra Mundial y a continuación de la vanguardia bélica más infernal, y una de las primeras personas que entró y descubrió qué era eso del campo de concentración de Dachau, shock inmediatamente después del cual se fue junto a un colega al apartamento de Hitler en Berlín y se fotografió desnuda en su bañera, con las botas bien llenas del barro de Dachau sobre la alfombrilla. Luego, con más calma, se volvió a casar, se alcoholizó y vivió a fondo la más rutinaria y hasta desagradable vida de ama de casa, y tuvo un hijo que, unos sesenta años después, con ella ya muerta, descubrió las clásicas «cajas en el desván» (es casi un género literario, como el de los manuscritos hallados) y se enteró por primera vez en su vida de cómo había sido su madre, tan diferente de esa distante y silenciosa y abotargada mujer que casi ni le había dirigido la palabra en vida. «Su muerte no me afectó emocionalmente», dice hoy su hijo septuagenario.
Grandísimo material para un documental, en efecto. Además, si al simple documental se añade la circunstancia de que se rescata del olvido a alguien que merece ser recordado (hay muchos parentescos con esos documentales que hace pocos años dieron a conocer al mundo a la superlativa fotógrafa Vivien Maier, de profesión solamente baby-sitter), la película gana valor y apetece todavía más.
Y el material que muestra este documental es, en efecto, asombroso en ocasiones por su belleza, sobre todo cuando Miller es la modelo, y sus desnudos de allá por el año 27 o 29 parecían emitir, a través de la dedicación de Man Ray, su propia luz y establecer un canon de belleza femenina; sin desdeñar los desnudos de diez años después, ante las pirámides o en cualquier lugar del desierto, que aportan más todavía, quizá a través del gesto más sabio o puede que de una cierta tristeza, que suman belleza a la natural. También asombra su trabajo en el Londres bombardeado, y luego en la toma bélica de Saint Malo, uno de los mayores caos del desembarco en Europa, y por supuesto en su caída, que quizá fue irreversible, al infierno de Dachau. Y luego, fotos familiares nada más. Retratitos domésticos en un cumpleaños y cosas así. Y esa complicada vida, esas «ocho o diez vidas diferentes», que dice su compañero de Dachau, caen en el olvido y en las cajas del desván, y ella se deja erosionar por el alcohol, el tiempo y el silencio y parece ser, como cuenta su hijo con sencillez y sin acritud, en su ignorancia de la maternidad.
Pero el documental falla, para empezar, por su estructura. Te hace llegar ese material, sí, y por eso merece la pena verlo; pero parece que la directora quiere jugar a esa cierta intriga que plantea el hijo: «Un día, limpiando el desván…»; «Yo nunca tuve la menor idea de que ella había vivido esas cosas…» Sin embargo, nos empieza a arrojar a la pantalla desde el principio primeros planos parlantes de gentes que la conocieron, el mejor y más informativo de los cuales es el de aquel colega fotógrafo, en imágenes tomadas en 1985, que parece ayer pero que no lo es: hace ya 35 años, nada menos, cuando él tiene más que vivos los recuerdos de su amiga e incluso nos cuenta que quiso escribir una necrológica para Vogue el 77, cuando ella murió. Entonces, quizá, es que esa intriga de desconocimiento no lo era tanto, y hay algo un pelín impostado. El hijo no parece tan tonto como para no haberse enterado de nada hasta hace un par de años y esas cajas, digamos.
Aparte, se nos intenta guiar quizá no la mirada, que eso es dirigir, desde luego, sino el juicio, que eso no lo es, a través de 5 o 6 mujeres (muy importantes, editoras de Vogue y así) a las que se ha entrevistado hoy, se diría por los resultados que con la instrucción directa de regañarnos (o de caer bien a Irene Montero, por suponer algo). 5 o 6 personas de tono y gestualidad excesivamente calvinistas, de adustez por completo inoportuna, y en varios casos hasta de adanismo que roza lo irritante, porque acaban de descubrir que en los años 20 del siglo XX había una (sólo una, nada más que una, parecen creer) mujer que se dejaba fotografiar desnuda o semidesnuda. ¡Avanzada a su tiempo! y exclamaciones parecidas informan al espectador más de las exclamantes que de la propia Lee Miller, que, con todas las loas que merezca, no hacía más que lo mismo que hacían muchos miles de jóvenes (y jóvenas) justo en esos años, luego acallados y vueltos a encerrar precisamente por esas adusteces de las extrañas religiones de los vencedores de la Guerra Mundial, que nos trajeron los oscuros, mojigatos y asexuados años cincuenta, en los que hasta consiguieron imponer que la vida nunca había sido de otro modo más que de ese modo pacato, castigador, cenizo y penitente. No se merecía Lee Miller comentaristas como las que este documental muestra.
Lo que, aparte de la protagonista, sí nos ha gustado de esta película es lo netamente que muestra la necesidad de no sacar demasiadas conclusiones acerca de nadie a partir de su estado o su aspecto actual. Lo lejana que está la verdad de cualquier vida individual de los estereotipos a los que algunos pretenden reducir todas las vidas. Esos demasiado usados «Ya veo que tú debes de ser de esos que…» (y ahí cae de golpe la presunción insultante), proferidos solamente por la visión de una falda muy corta o muy larga, o de unas gafas serias o de colores, o por un corte de pelo así o asá, del interlocutor. Cuenta el documental (pero no se regodea en ello, y pierde esta oportunidad) hasta qué punto nadie en el entorno de esa Lee Miller cincuentona, gruesa, de cara hinchada y mirada algo ausente supuso nunca que se trataba de esa persona que en realidad había sido. Es decir, también era la de hoy, la cincuentona abotargada, pero es que eso ni era ni es incompatible con muchas otras formas de vivir tanto en el pasado como en el futuro. No parece que la directora del documental tenga intención de reflexionar sobre lo siguiente, pero en todo caso queda entre sus fotogramas quizá de modo subliminal o inconsciente, porque el espectador sin duda se lo plantea: determinismo en las vidas individuales, muy poquito o nada; líneas rectas, ninguna; estereotipos, ninguno. Ni siquiera el de esas adustas regañonas, ancianas y jóvenes, que por un lado regañan y hablan de «sexualización» (se entiende que como uno de los más graves pecados en los que se puede caer al mirar o pensar o suponer a una mujer), pero por otro lado dejan escapar una sonrisa de triunfo cuando celebran «la libertad de ella» de desnudarse. Ahora se podría decir «a ver si se aclaran», pero no: no se van a aclarar nunca.