01 May Madres paralelas: sutileza argumental, barullo argumental
La última película de Almodóvar ha despertado, inevitablemente, debates que desbordan la pantalla y se desparraman por la vida civil, como sucede a menudo. Y además el que podríamos llamar metadebate de siempre: yo a Almodóvar no le soporto pero su cine me encanta; o: no puedo con su cine, pero él me parece un tío guay (y algunas, pero pocas, posturas intermedias).
Es verdad que en esta ocasión él mismo ha contribuido como pocas veces a liarla más bien parda, porque por primera vez que recordemos ha trufado su melodrama con política de la de hoy y aquí, y de un modo tan directo, tan primario y casi tan infantil que hubiera resultado extraño si lo hubiera hecho incluso cualquiera de esos cineastas que parecen haberse dedicado a hacer películas más que otra cosa para soltarnos sermones y que les admiremos; y en el caso de Almodóvar, que ha desarrollado como pocos una estilística original y, por así decirlo, desprendida de la actualidad (tal como exige el género del melodrama) la extrañeza se convierte casi en incredulidad y te obliga a rever la película varias veces: ¿Rajoy? ¿Ese personaje ha nombrado a Rajoy? Pues sí, lo ha nombrado, y por supuesto el contexto no deja lugar a dudas de la calificación más que negativa que a sus ojos le merece el político del PP. ¿A estas alturas, y con el árbol ya caído? Y eso de «para que te enteres del país en el que vives» con sentido indudable y contundentemente peyorativo que le dice la española veterana a la jovencita resulta, de pronto, fuera de pie de diálogo, metido con calzador, y casi hasta irónico viniendo de quien viene. ¿Tenemos que recurrir a otras secciones de esta web para recordar que una cosa es tener problemas y otra cosa es no ser nada? ¿A qué viene esta ferocidad súbita?
La cosa ha despertado por aquí una prolongada asamblea de varias sesiones, porque ya sabe el lector que esta película juega con simetrías, o sinécdoques, o quizá alegorías que se entrecruzan pero que no llegan a todos. ¿Las madres paralelas son los personajes de Penélope Cruz y de Malena Smit? ¿O son la madre, cualquier madre, y algo así como «la madre España»? Así hemos adelantado, somos conscientes, uno de los embrollos principales: esta película tiene no una trama principal, la de las madres Cruz y Smit, y una subtrama importante, la de exhumar los asesinados de las fosas colectivas; más bien tiene dos tramas principales, se diría que al mismo nivel: esas mismas dos, pero que no se entiende bien cómo conectan, salvo por el trivial hecho de que Cruz es de un pueblo que está pidiendo técnicos y licencias para la apertura de una fosa de 1936 que todos saben dónde está. Seguro que no puede ser ese todo el contacto entre las dos tramas. Pero no es fácil superar la sensación de película algo así como «rapsódica», que presenta contenidos heterogéneos, inconexos y meramente yuxtapuestos. Y eso Almodóvar no lo hace, creemos.
Las dos madres, Cruz y Smit, se conocen en la maternidad porque paren a la vez sendas hijas que, mediada la película, sabemos que se las han cambiado al volver del nido. La intriga está un poco cogida por los pelos, porque la niña de Cruz tiene desde que aparece en plano con medio día de vida unos rasgos de aymara que no dejan lugar a duda alguna: ni ella es su madre ni el padre, al que conocemos, es el padre. Todos ven estos rasgos en la niña, e incluso Rossy de Palma, de visita, se atreve a decir: «Hija, yo cada vez veo a tu niña más étnica» (sic).
Y aquí empiezan los embrollos analíticos ya a fondo: la hija de Cruz ha muerto a los seis meses, cuando todos (y todas) creían que era hija de Smit; la hija de Smit, la aymara, está siendo criada por Cruz, que empieza a sospechar que no es su madre y hace tests de paternidad, con el resultado sorprendente (para ella). De momento, lo de las fosas comunes del pueblo está aparcado en la película, película que parece sólo ese dramón, suficientemente legítimo, sobre el problema de las madres equivocadas. Pero vuelve a aparecer de pronto y se adueña de la película. Aunque hay un pequeño detalle-puente.
Quizá es un puente entre las dos tramas, o quizá vemos visiones: sincerados todos sobre maternidades y paternidades, las dos madres van al cementerio y ponen unas flores sobre la tumba, con lápida e inscripción, esta sí, de la niña muerta hija de Cruz. Quizá se quiere recordar que unos tienen lápidas y otros (en los que ahora se va a concentrar la película) no. Pero ¿hacía falta eso?
Aquí sigue la asamblea, más reflexiva que discutidora, porque lo que algunos parecen entender mejor que otros a los pocos minutos lo han perdido y ya no lo entienden, y viceversa. Como hemos sugerido al principio: ¿estas dos madres son quizá sinécdoque o metáfora de una España que reconoce a sus muertos y otra que ni los conoce? No puede ser algo tan grueso.
Pero es que sucede que, de pronto, la impresión que ofrece esta película es la de tratarse de la primera película, para entendernos, «política» de Almodóvar. Nunca (y mira que ha tenido ocasiones) había puesto a sus personajes a hablar tan explícitamente de políticos, ni a decir, como le dice la madura Cruz a la jovencita Smit en un momento, eso del país horrible que le dice. Diríamos, si nos atreviéramos, que esto le pega tanto al cine anterior de Almodóvar como le hubiera pegado al de Tony Scott hacer una biografía de santa Teresa de Jesús. En conjunto, la impresión es que el Almodóvar ese insoportable de las declaraciones de elefante en cacharrería ha invadido el territorio del Almodóvar encantador de las películas con estilo, guasa, a veces crudeza pero a menudo ternura, y desde luego sinceridad y arrebato emocional. Aquí eso se ha convertido de pronto en arrebato mitinero político.
Y podría aducirse en contra de lo recién dicho que no es causa política, sino causa humanitaria muy pura la de la exhumación de cadáveres de asesinados en la Guerra Civil de sus fosas comunes, y que es una mera cuestión de decencia humana. Desde luego; pero, entonces, ¿por qué esa mención solamente a Rajoy, con la que la causa acaba de ser derivada, que dirían los médicos, al territorio del fango partidista más barato?