15 Nov NO SABEMOS POR QUÉ SE HA PUESTO DE MODA TENERLE MANÍA AL NORDIC NOIR
NO SABEMOS POR QUÉ SE HA PUESTO DE MODA TENERLE MANÍA AL NORDIC NOIR
Admitamos que casi todas esas series de televisión que se incluyen en eso que se llama Nordic Noir son muy muy género, y en consecuencia siguen unas pautas muy duras. Prácticamente todo es eso que se llama whodunit, es decir, el argumento se construye sobre la búsqueda del autor de una fechoría, normalmente un asesinato con adornos (el cadáver de Malmö tiene en la boca cerezas de Andújar -sí, Andújar-), o aparece, y aparecen los sucesivos cadáveres (a menudo se trata de asesinatos en serie) con una mitad del cuerpo enterrada en la nieve y la otra cubierta de piel de tigre (sí, tigre), cosas así. La intriga no es cómo lo hizo, cuándo lo hizo o dónde lo hizo, sino quién lo hizo, o sea eso del whodunit.
Suele haber una inspectora de policía más o menos traumatizada, en general guapísima pero adusta, a la que emparejan un idiota con un aspecto muy trabajado de idiota nórdico (hay inteligentes nórdicos, pero estos no se presentan, no se sabe por qué). Por encima de todo, hay silencios, noche, nieve de noche apenas visible en círculos bajo farolas como en ese final de West Side Story, y unas oficinas policiales a menudo desordenadas pero acogedoras, con ventanales amplios a un fiordo.
Puede que esto último sea lo más atractivo de estas series. Las tramas, a la tercera o cuarta serie, se hacen casi aburridas por lo previsibles: el culpable siempre es el exmarido de la inspectora, o el cuñado del jefe de la inspectora, un profesor de preescolar del hijo de la inspectora, o alguien así. Pero siguen resultando atractivas: puede que por esas noches y esos silencios. Por las calles casi siempre con espacio para aparcar (y no es ciencia ficción), confort mobiliario mediano pero por eso mismo familiar muy de IKEA, porque nadie echa un papel al suelo, ni manotea desorejado delante de la cara de su interlocutor… Es decir, vemos otra forma posible de ser, casi como cuando vemos cine japonés antiguo; y eso es reconfortante, balsámico, y, según el estado de ese momento del espectador, hasta esperanzador. Tampoco vemos esas caras arrugadas en su mitad mientras los ojos se dirigen al otro lado, tan de gesto convencional de la telecomedia norteamericana, ni oímos que alguien diga: «Déjame decirte algo» ni «Te voy a decir una cosa» ni «Es un perdedor»: sí, da esperanzas.
Bueno, oiga, que estas series Nordic Noir tienen sus cosas buenas y sus cosas malas. No son la repanocha ni la supernova de las teleseries, y tampoco son un vertedero de todos los puses. Es muy comprensible que resulten agradables de ver para muchas gentes, y que a algunos incluso les encanten, y también lo es que a algunos no les despierten interés y no les gusten.
¿Cuándo fue su gran presentación? ¿Con las novelas de Wallander, luego seguidas de sendas series que competían entre sí? ¿Fueron las novelas de Stieg Larsson y el superpersonaje Lisbeth Salander los que crearon afición, hace ya unos quince años? Hubo desde luego estallido, numerosísima producción y glotonería lectora y a continuación audiovisual. Así nacen los géneros.
Un gran pico inicial, luego una bajada que a menudo parece un adiós, y por fin un nivel más o menos estable de producción y de consumo. A partir de ahí, se hace frecuente y sobre todo normal pronunciar la preferencia por esta obra en lugar de aquella otra, mientras se alternan con otras de otros géneros.
Pero algunos no: hay quien descubrió el grial en ese género y se queda en él para siempre, y lo cultiva y lo acaricia y hasta hace clubs de fans.
Alguno se cansa, o descubre que un superior suyo en la universidad o en el periódico hace mofa pública de los que leen o ven esos libros y series: ¡Mira que leer (o ver) lo mismo que todos leen (o ven)! ¡Y además género! ¿A quién se le ocurre leer o ver género? ¡Mejor nos luciría el pelo si todos leyeran a Proust, como yo! (Últimamente parece de buen tono jugar a la contra y sustituir ese Proust por la revista ¡Hola!, se diría que como reivindicación anti-pedante.)
Y claro, eso acojona cuando es tu jefe el que te lo suelta justo dos segundos después de que hayas guardado tu Wallander bajo La fenomenología del Espíritu (muchos de los de universidad presumen siempre de no tener jefe, pero es que no han mirado bien). Está entre estos el que, poco más tarde, va a encabezar los Comandos de Presión y Frases en cualquier reunión: of, la cosa esa negra escandinava, qué pereza me da ya, no puedo decir que me vaya mucho ni poco, mejor hablemos de otra cosa.
De aquí no pasamos. No sabemos por qué se ha puesto de moda decir eso.